A lo largo de mi vida he conocido a muchas personas a quienes su forma de enfrentarse a la vida era un auténtico caos. Pareciera que estaban en un laberinto de imposible salida, porque un día hacían una cosa y al siguiente la contraria, tal vez buscaban la respuesta a cuestiones inviables o de difícil solución, o quizá era su propia dificultad para tomar decisiones. La realidad era que sus vidas transcurrían de forma inestable. El arte de vivir en equilibrio lo considero una forma armónica de vida entre la mente y el cuerpo, considerando la mente el centro neurálgico que agrupa las consideraciones asignadas al alma y al espíritu. Naturalmente, cada cual bajo el prisma de sus valores y sus propias necesidades.
Las culturas de cada pueblo han influido en la forma de entender el equilibrio vital según su propia filosofía. Sea cual fuere la que cada sociedad aplica a la comprensión de este enfoque de vida, lo cierto es que todas tienen una misma base: me refiero a cultivar el ejercicio físico por un lado, como forma de mantener el cuerpo con la salud y bienestar adecuado, y por el otro la gestión mental y espiritual de las emociones y de los sentimientos para conseguir el equilibrio emocional preciso y buscar la felicidad.
En el entramado social en el que nos movemos, con toda clase de obstáculos unos reglados y otros no, resulta difícil conseguir el equilibrio del que hablo; no obstante, hay algunas estrategias que nos ayudan a tratar de llegar hasta él. Este equilibrio no lo considero como un punto final al que hay que llegar, sino que lo entiendo como un esfuerzo continuo en el día a día definiendo las prioridades de nuestra vida, lo que realmente nos importa, y reconocer lo que hay que dejar atrás por superficial e innecesario. En condiciones normales de salud mental hay que pensar que el equilibrio en la vida no lo encontramos a la vuelta de la esquina, sino que debemos construirlo con nuestras decisiones y acciones. La palabra “acción” es una de las que más me gustan del diccionario, porque detrás de una decisión hay que construir un plan y actuar para que este se cumpla. Importante es sin duda alguna la gestión del tiempo, tratando de conseguir un reparto armónico entre el trabajo, las relaciones familiares y el ocio.
Otra estrategia principal para este complejo arte de vivir en equilibrio se fundamenta en la necesidad de integrar en nuestros valores la sabiduría y la humildad; ambos conceptos son pilares fundamentales que nos ayudan a la solución de muchos de los problemas que se nos presentan. La sabiduría es una de las competencias humanas más trascendentes y valiosas. Aquí no me estoy refiriendo a ser un sabio por la acumulación de conocimientos y experiencias, sino a la capacidad de discernir lo que más nos conviene, a decidir con un criterio de utilidad para nuestra vida, es decir, la capacidad de reconocer lo que es importante y actuar en consecuencia. Esta capacidad no es innata en las personas, sino que se desarrolla en el tiempo con la experiencia y el aprendizaje de todo lo que nos rodea.
Seguramente muchos de ustedes conocerán la fábula de Esopo sobre la sabiduría. Cierto día un cuervo sediento se encontró una jarra con agua, pero su nivel no llegaba tan siquiera a la mitad de la vasija. Aunque hizo muchos esfuerzos, con su pico no podía alcanzar tan preciado líquido para beber. Lejos de amilanarse y desmoralizarse, pensando cómo solucionar el problema se le ocurrió echar algunas piedras dentro de la jarra, con lo que subió el nivel y pudo saciar la sed. Esta fábula nos viene a decir que la sabiduría es manejar los razonamientos lógicos y sobre todo aplicar bien el sentido común, no se trata de tener varias enciclopedias aprendidas dentro de la cabeza.
La humildad es también un buen recurso para mantenernos en el equilibrio vital. No se trata de ser débil, sino de reconocer nuestras limitaciones y tomar conciencia de que la imperfección y los errores forman parte de nosotros. Nunca llegaremos a saber todo, razón poderosa para entender que la vida es un continuo y propio aprendizaje, sobre todo es necesario aprender de nuestros propios errores y fracasos. La humildad tiene algunas virtudes que la acompañan y una de ellas es la bondad, compañera casi inseparable. La frase “hacer el bien sin mirar a quien” no tiene autoría, pero pervive a través del tiempo en casi todas las culturas, su componente ético y moral es de una gran enseñanza y un valor esencial para el equilibrio en la vida de quienes practican su pedagogía. Y hay veces, aunque no se haya buscado, en las que el bienhechor recibe de vuelta el bien hecho como un bumerán. La historia del león y el ratón es bastante ilustrativa: En cierta ocasión, un león atrapó a un ratón que le había despertado de su letargo. Enfurecido, la primera reacción fue matarlo de un zarpazo, pero el ratón le dijo que le perdonara, que lo había despertado sin querer porque tropezó con su pata, incluso le prometió devolverle el favor algún día. Al león le cayó bien el desparpajo del ratón y lo dejó libre de sus garras. Pasado el tiempo, el león cayó en una red de cazadores y los rugidos llegaron hasta el ratón que rápido fue en su ayuda. Con sus dientes acostumbrados a roer todo rompió la red y el león pudo escapar.
En definitiva, el arte de vivir en equilibrio es una forma de enfocar la vida, sabiendo que no es un destino ni tampoco una meta, de lo que se trata es de llevar nuestras capacidades al punto de saber elegir entre lo que nos beneficia o nos perjudica, construyendo nuestro presente de forma sólida. Para ello la sabiduría y la humildad son buenos recursos que nos ayudan a conseguirlo. Cuando Dios le ofrece al rey Salomón la oportunidad de pedir lo que quiera, Salomón le pidió sabiduría para gobernar con justicia a su pueblo. Dada su humildad, Dios le concedió, además de la sabiduría, honor y riquezas.