En estos tiempos convulsos ya no es fácil sorprenderse por dimes y diretes de los dirigentes políticos. Se llevan la palma, por ser lo que más abren la boca, los del gobierno.
Las patadas al diccionario de ministros y ministras fundamentalmente, cuando no estupideces galopantes, son de tal calibre que si no fuera porque sabemos de su supina, creciente y hasta alardeante tontuna, pensaríamos que se trataba de una broma, un comentario de esos que ahora llaman fake, o que estábamos en el día de los inocentes y el comentario no era otra cosa que una pretendida burla, disculpable, por tratarse de una fecha donde las necedades y absurdos engalanan el acontecimiento.
Pues, en esa carrera al disparate, afirmo que se llevarían la palma «cum laude» los actuales miembros del gobierno Sánchez. Veamos por qué:
Desde una vicepresidenta de gobierno «anuente», un ministro de justicia que alardea y se jacta de «su» fiscal general del estado —que mal está patrimonializar una institución supuestamente independiente, pero ¡coño! no debería decirlo así tan a las claras—, a toda una retahíla de ministrines —de la mayoría ni sabemos su nombre y si alguien nos lo sopla, lo que no le ponemos es rostro— y que, lejos de hacer su función en el desempeño del cargo, en cada comparecencia —supongo será encargo del «galgo de Paiporta»—, se dedican a ensuciar, sin ningún dato ni prueba inculpatoria, la gestión de la presidenta Isabel D. Ayuso con argumentos, tan absurdos, ridículos y baladíes, como que debe dimitir porque su novio tiene un juicio pendiente con Hacienda. Repito, un juicio pendiente. ¡Simplemente! Nadie le ha condenado, luego, aún, que se sepa, es inocente. No obstante, todas sus baterías, misiles, drones y pólvora de grueso calibre, siguen apuntando a la presidenta porque su novio, como miles de españoles —Ancelotti es el último—, tiene una controversia con la Agencia Tributaria.
Y de tal suerte hemos visto que cuando a la portavoz del Consejo de Ministros le preguntaron por las ayudas a los valencianos, su respuesta fue —con un descaro insultante— que Feijóo debe cesar a Ayuso. Lo mismo que cuando interpelaron al ministro Puente por las constantes averías en la red ferroviaria, y su respuesta consistió en que la Comunidad de Madrid hace dumping fiscal. Y del mismo tenor, para no variar, fue la respuesta de la ministra de vivienda —que no sé su nombre, ni falta que hace— sobre la creciente ocupación de viviendas y su respuesta fue que Ayuso habita un ático que está pagado irregularmente.
¡Tócate los cataplines, Genara! Es lo más suave y menos grosero que se me ocurre, en respuesta a esta trama orquestada de mensos infames, pero muy bien pagados con nuestros impuestos.
¿Qué absurdo, no? Dimitir o cesar por una no sentencia y, a más abundamiento, por una no condena.
Y si en sí misma esa constante y machacona idea es perversa e ilógica, la realidad es que tal actuar alcanza el grado de repugnante, miserable y de haber convertido su accionar en un absoluto estercolero cuando, los que piden esa dimisión ocultan —haciendo bueno el aforismo aquel de «habló de putas la tacones»— que son ellos, precisamente ellos, quienes tienen barro, lodo, indignidades, pactos antinatura, amnistías ilegales, mentiras como para parar un tren, alianzas con etarras disfrazados, comités de expertos inexistentes, comunistas —anti OTAN y anti todo que sea decente— sentados en su Consejos de Ministros, que ellos son quienes almacenan mentiras en la mochila como para hacer una trinchera en Ucrania, dan cobijo a tipejos como Ábalos, Koldos, Titos Bernis, Griñanes y Chavez que rezuman desvergüenza y, repasando la hemeroteca, se muestra claramente lo que son. Por cierto, tomando la literalidad del aforismo, no podían faltar lo de las putas y la cocaína, pues ambas cuestiones se han convertido en una lógica inexorable en la corrupción y los turbios negocios que adornan el pasado y presente del partido socialista. Ya desde el ladronazo de Negrín —el que se robó el oro con la excusa de ponerlo a recaudo— o antes, con seguridad.
Pues bien, ese partido, su caudillo actual y sus dirigentes son, precisamente, quienes están esparciendo, desde el ventilador de la ponzoña —entiéndase por tal, toda esa pléyade de medios, presentadores pretendidamente graciosos y periodistas pagados opíparamente, amén de tertulianos afines a la causa del dinero—, la matraca de la presunta ilegalidad de un novio. Pero es que lo dicen ellos, precisamente, cuando el «galgo» tiene bajo la mira judicial a su esposa, a su hermano, a su secretario de Organización —de momento Ábalos, Cerdán pronto—, a «su» Fiscal General del Estado —pánfilo Ortiz—, y son los que usan al Presidente del Tribunal Constitucional, quien se dedica ahora a intimidar y amedrentar a toda la carrera judicial con unos dictámenes que retuercen el derecho. ¡Qué vergüenza de persona y ya, de personaje!
Pero si decíamos en el título de esta columna algo referente al disparate, no perdamos el hilo del asunto —con tanto por decir, uno es proclive a dispersarse por vericuetos— y vayamos al meollo del calificativo.
Esta semana, una vez más, ha sido una ministra socialista quien ha puesto de manifiesto su destemplanza, su cerril ignorancia y su temeridad. Porque cuando no se sabe de leyes, lo mejor es callarse o, en todo caso —y no será por falta de experiencia o asesores—, preguntar. Me estoy refiriendo a la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, Chiqui para los amigos.
Pues su salida de pata de banco, ampliamente recogida por medios periodísticos, ha sido a consecuencia de la sentencia que se ha emitido respecto al futbolista Dani Alves y relacionada con una supuesta violación, abuso sexual o algo por el estilo.
Y dado que la sentencia ha sido absolutoria, la ministra, ni corta ni perezosa, —aunque creo que corta sí, y mucho, muchísimo—, ha afirmado, con la voz melodiosa que la caracteriza y su habitual dulzura verbal (sic.), que esa sentencia es una verguenza, y lo ha justificado, nada menos, en que el tribunal sentenciador —formado por tres mujeres y un hombre— «ha antepuesto la presunción de inocencia a la palabra de una mujer». Y para rematar su atropello jurídico, añadió el calificativo de «valiente» y la vieja monserga del «estamos contigo». ¡Toma ya! Casi emulando a la otra Montero —la del chalet en Galapagar— cuando se refería a Juana Rivas; aquella condenada por secuestrar a sus hijos y que las feministas radicales convirtieron en «hermana» de todas ellas. Aunque, en un pasaje vergonzoso y estrambótico difícil de olvidar, en ese mismo sarao participó don Vagancio Rajoy. ¡Otro que mejor escondido!
Pero bueno, volviendo al asunto mollar, esta señora, ministra y vicepresidenta de un gobierno europeo y democrático —aunque cada vez menos, la verdad—, no ha entendido que la presunción de inocencia es el basamento para que una sociedad pueda ser calificada de justa, democrática y desarrollada.
Pues, visto lo visto, para esta señora no. Y su salvajada jurídica la pronunció, para mayor vergüenza, entre aplausos entusiastas de sus adeptos socialistas en un acto público en Jaén, tildando así —sin pudor, rubor ni inmutarse— de «vergüenza» la sentencia porque la mujer, por ser mujer —según ella, claro—, tiene prevalencia sobre la justicia y los inherentes derechos del justiciable. Y aunque con posterioridad —siguiendo instrucciones de la superioridad— hubo de retractarse de su iletrada majadería, lo hizo con tantos «si pero» y «aunques», que aquello sonaba a un arrepentimiento más falso que un billete de a siete euros.
Ufffff…, —me pregunto—. ¿A dónde vamos con esta tropa?, ¿no quedará algún «aceitunero altivo» que ponga freno al disparate sanchista?
Y al socaire de tal comentario y, como una rebuscada maldad personal —pero coherente con el decir de la ministra Montero— yo pienso que, cuando la señora Carmen Pano ha afirmado que llevó dinero en bolsas a la sede del PSOE de parte de Aldama, pues tendrá razón. ¡Como es mujer…!
Y, en una vuelta de tuerca, pero siempre desde la coherencia de la ínclita ministra, si mañana apareciera una mujer diciendo que Pedro Sánchez la ha realizado tocamientos torpes —cosa imposible, por ser un hombre enamorado—, pues también habría que creerla, ¿no…? ¡como es mujer…! Y, ya de puestos y subidos al mismo carro del absurdo «monteril», pues a Monedero y Errejón, ni juicio ni nada, culpables de inmediato. ¡Porque la denunciante es mujer!
Concluyo amigos, con semejantes acémilas al frente de la contrata, es como si disfrutáramos del día de los inocentes cada uno del año.
¡Pero maldita la gracia!