Prisma Internacional

87 aniversario de la noche de los cristales rotos

Hoy más que nunca, cuando el pueblo judío atraviesa un momento realmente crítico en su historia e Israel ha sido atacado por casi todos sus enemigos -Irán, Hamás, Hezbolá, los huríes y el Estado Islámico-, conviene recordar el significado que tuvo en la historia de Alemania la Noche de los Cristales Rotos, un auténtico aquelarre antisemita atizado por los nazis y prólogo del Holocausto en ciernes. 

Entre 1933, año en que Hitler llega al poder en Alemania, y 1938, ya con los nacionalsocialistas monopolizando todas las instituciones y espacios de la sociedad alemana, el discurso antisemita, hasta en sus formas más populares, se extendió por toda Alemania propagado por el aparato de propaganda nazi y los líderes del partido. 

Así llegamos a noviembre del fatídico año 1938, en que los nazis en apenas cinco años han acabado con toda forma de disidencia, han cerrado las instituciones democráticas, han puesto en marcha las primeras medidas antisemitas y han eliminado -muchos asesinados- a sus oponentes. Se estaba gestando el gran ataque a los judíos, la sociedad ya había sido adoctrinada para aceptarlo sin rechistar y Hitler sabía que la comunidad internacional no haría nada para evitarlo, tal como ocurrió. Si Francia, Inglaterra y los Estados Unidos no habían hecho nada para defender los Sudetes en Checoslovaquia que Hitler se había anexionado en octubre de 1938, ¿por qué iban a hacerlo por un puñado de judíos alemanes indefensos y desarmados? 

“El ataque lanzado contra los judíos a escala nacional, conocido como la “noche de los cristales rotos (“Kristallnact”), el 9-10 de noviembre de 1938 comenzó en París el 7 de noviembre, cuando un judío polaco de 17 años, Herschel Grynszpan, disparó contra un oficial de baja graduación (Ernst Vom Rath), en la embajada alemana. El motivo de semejante acto era, en parte, que sus padres, en otro tiempo residentes en Alemania, habían sido deportados de este país. La deportación de los judíos de nacionalidad polaca se vio acelerada cuando este gobierno invalidó los pasaportes de los ciudadanos polacos residentes en el extranjero si no se les ponía un nuevo sello. En respuesta a la medida, el 26 y 27 de octubre de 1938, Himmler ordenó detener y deportar a todos los judíos polacos. Los nazis utilizaron estas deportaciones para desembarazarse de los judíos que llevaban varios años viviendo en el país, pero no habían obtenido la ciudadanía alemana, y el 7 de noviembre el joven Grynszpan decidió vengarse”, escribía al referirse a este asunto el investigador Robert Gellately.

Un ataque organizado y premeditado contra los judíos 

Casi todos los dirigentes nazis se encontraban en Múnich celebrando el aniversario del Putsch de la Cervecería de 1923 cuando llegó la noticia del atentado y posterior muerte del atacado. Hitler dio, al parecer, el permiso a Goebbels para que procediera a los ataques en todo el país contra la población judía, pero sin sobrepasarse y procediendo a la detención de miles -unos 30.000- prominentes judíos, que fueron los primeros deportados a los campos de concentración. La Gestapo y la policía debían quedar al margen, mirando como se producían los ataques “espontáneos” del “pueblo alemán, y permitiendo la destrucción de los bienes judíos.

“Algunos estudios exhaustivos de carácter local han demostrado que los disturbios antijudíos no se produjeron sólo en las calles de las grandes ciudades, sino que llegaron también hasta las poblaciones más pequeñas. No se libró ni una sola localidad en la que vivieran judíos”, relata nítidamente en uno de sus libros el ya citado Gellately. Los disturbios se extendieron a la velocidad del rayo por todo el país y un clima insoportable, caracterizado por el miedo y la incertidumbre, se apoderó de los judíos. 

Estos sucesos no pasaron desapercibidos para la mayor parte de los alemanes, ya que eran públicos y ocurrían en casi todas las localidades del país, y fueron justificados en su momento por toda la prensa del país como una reacción lógica por el atentado de París. Los autores de los hechos, auténticos criminales que llegaron a cometer verdaderas fechorías, fueron presentados como héroes por las autoridades alemanas y nunca fueron juzgados -ni siquiera después de la guerra- por las nuevas autoridades.

Los sucesos de la “noche de los cristales rotos” fue un punto de inflexión en la Alemania nazi, en el sentido de que los nazis habían decidido pasar a la acción tras años de atizar el discurso antisemita en los medios, las escuelas, las universidades y, en general, en todos los actos públicos. Quizá miles de alemanes, llevados por cinco años de exposición al odio, participaron en estos actos. Se daba una nueva vuelta de tuerca y comenzaban las deportaciones de judíos hacia los campos de concentración sin que nada ni nadie -tanto dentro como fuera de Alemania- fuera a hacer nada por evitarlo. La broma macabra y la nota final a estos acontecimientos la puso el propio régimen nazi cuando impuso a la comunidad judía alemana una multa de mil millones de marcos para pagar los daños y perjuicios sufridos, a la que fueron obligados a contribuir obligatoriamente todos los judíos alemanes. A la crueldad exhibida por los nazis, cuando no por toda Alemania, se le venía a unir el carácter grotesco de la ignominiosa multa.

Lo peor todavía estaba por llegar, la Noche de los Cristales Rotos fue solo el prólogo del Holocausto. Hitler, unos meses después de estos trágicos acontecimientos anunció profético al pueblo alemán el final que les esperaba a los judíos: ”Hoy quiero ser profeta: si la judería financiera internacional en Europa y más allá consigue sumir una vez más a los pueblos en una guerra mundial, el resultado no será la bolchevización de la Tierra ni la victoria de los judíos sino la aniquilación de la raza judía en Europa”. Las palabras no eran pronunciadas en vano y y desde ese discurso de Hitler hasta la liberación de los campos de concentración por los aliados, en mayo de 1945, seis millones de judíos serían exterminados por los nazis y sus verdugos voluntarios, desapareciendo, casi para siempre la vida judía en numerosos países de Europa.