El otro día me encontré a mi vecino por la calle, paseando con un carrito de bebé.
—Será que ha tenido un nieto—pensé. Y como a mí me encantan los bebés, me acerqué ilusionado a ver a la criatura. Pero al bajar la cabeza para ver al infante, este me ladró. No era un niño, era un perro.
—Pero, vecino, ¿cómo es que llevas un perro en un cochecito de bebé?
—Es mi nueva mascota. Lo llevo en el carro para que no se ensucie, para que no se enzarce con otros perros y para que no se ande parando en todos los alcorques de los árboles.
—Ya.
El caso es que mi vecino se dirigía al parque y yo también, así que fuimos juntos caminando.
—No sabes lo contentos que estamos con Baby, nuestra mascota. Nos hace muchísima compañía. Eso sí, ni te imaginas lo que supone tener un animalito. Nos hemos gastado una millonada en artículos para perritos: una cunita, un montón de juguetes para que se entretenga y para que desarrolle los dientecitos, abriguitos, chalecos y gorritos para cuando hace frío, comedero, artículos de higiene, y comida: toda clase de potitos y biberones para perros que le tenemos que dar…y además, un montón de complementos dietéticos y vitamínicos para que crezca sano y fuerte. ¿A que sí, Baby, a que tus papás te miman mucho?
—¡Guau, guau!
—Y… supongo que lo tendréis que sacar a la calle muy a menudo—pregunto.
—Es cierto. Tenemos que bajarle a pasear y a hacer sus cositas cuatro veces al día. Además, tres días en semana va al educador de perritos, un día a la semana va a la piscina para perros, para que aprenda a nadar desde pequeñín, otro día va al gimnasio para mascotas, otro a la peluquería, y además le hemos apuntado a un coro de perros. Eso sin contar las visitas al veterinario, porque tiene alergia cutánea, que no se le cura al pobrecito…
—¿Y qué haréis estas vacaciones, os lo vais a llevar con vosotros?
—Huy, no. Se acabaron los viajes, porque no vemos la manera de llevarlo con nosotros, y además es que no tenemos con quien dejarlo. Fíjate, ni siquiera podemos salir a cenar con amigos, porque cuando se queda solito en casa se pone hecho una furia y no para de ladrar.
—¡Vaya, qué contrariedad!
—Todo sea por el amor que le tenemos a Baby. ¡Qué rico es! ¡Es que me lo como! ¡Ay, hablando de comer, que no se me olvide, que tengo que ir a la pastelería para perros a comprarle unos pastelitos para el postre, que hoy es día de fiesta.
—Bueno, vecino, pues nada, que me alegro de verte, y muchas felicidades por haber tenido un perro.