Representante de las nuevas voces poéticas de El Salvador, Walberto Campos muestra la virtud de materializar los más hondos sentimientos en una lírica pausada y mansa, que evoca a las más polarizadas emociones. Capaz de cantar al amor, su pluma se constituye en un afilado estilete capaz de la más enconada crítica contra la sinrazón, la corrupción y la lacra de la terrible deshumanización que enfrenta de manera exponencial un mundo cada vez más convulso.
Procedente del verbo emerger, por definición, el adjetivo emergente determina a aquel o aquello que emerge, que nace, sale y tiene principio de otra cosa, y por extensión emergente es lo mismo que decir flotante, ascendiente, naciente o saliente.
Para el caso que nos ocupa, emergente es aquel que comienza a descollar, sin importar su edad y ocupación, aunque nuestro interés se centra en las artes y las letras, queremos vernos las caras con aquellos que sobresalen o comienzan a hacerlo, a destacar, despuntar, resaltar o distinguirse, para conocimiento general del respetable, y qué mejor que haciéndonos partícipes del personaje.
El personaje invitado
Walberto Jeovany Campos Morales.
Seudónimo, alias, nombre artístico o de guerra.
Mi primer poemario lo publiqué bajo seudónimo y no tardé mucho en arrepentirme. No me gustó. Pero si hablamos fuera del mundo literario, casi siempre me han llamado Walber, sobre todo mis padres, familiares y amigos de mi generación. En realidad, fue mi madre quien desde siempre me ha llamado Walber. Algunas personas que he llegado a conocer acá en Estados Unidos me llaman Wal, Waldo o Wal. Me da igual, ninguno me molesta en absoluto, pero Walber tiene eso de especial porque fue elección de mi madre.
Nombre, lugar y fecha de nacimiento.
San Jorge, departamento de San Miguel, El Salvador, 27 de septiembre de 1982.
¿Por qué escritor?
El por qué, fue la respuesta que más tarde me daría la misma poesía. Porque este oficio me escogió; solo que cuando era niño no sabía qué nombre darle a aquellos impulsos incontrolables que llegaban de repente de querer grabar en papel mis pensamientos, mis deseos y esos mundos que nos inventamos los poetas y escritores. Sabes muy bien de qué te hablo, pues también hablas ese misterioso idioma llamado poesía. Con esto le doy la razón a Charles Bukowski cuando dice “…y si has sido elegido, sucederá por sí solo y seguirá sucediendo hasta que mueras o hasta que muera en ti…”
Dicen por ahí que de músico, poeta y loco, todos tenemos un poco, pero no lo creo, me parece una mentira, o si acaso, un deseo. Yo de músico no tengo nada, de poeta, pues, digo que cada vez estoy escribiendo un poema estoy comenzando a escribir; y de loco, ya quisiera estar más loco para escribir mejor, como lo hicieron otros locos que han hecho historia.
¿Cuándo supiste que lo tuyo era esto?
Cuando mi profesora de literatura en bachillerato, la licenciada Alba Emelí Chávez de Cuchillas, (a quien por cierto agradezco y estimo mucho), me dijo que tenía talento, y que deseaba que un día me diera a conocer como escritor. Eso sucedió después de que ella leyó un cuaderno mío con unos cincuenta poemas. Tenía yo quince años en esos tiempos. Yo creo que las palabras de ella me abrieron el camino, porque se las creí y porque supe que había alguien que también creía en mí y en lo que en aquella época escribía. Aquel momento fue crucial para que mi sed de leer y escribir poesía creciera aún más, y para aventurarme con mi mente puesta en la búsqueda de formas de publicar por primera vez. Fue precisamente en España en donde me abrieron esas puertas que todo escritor nuevo necesita. Y cuando la poesía no me deja tranquilo hasta hacerla aterrizar con mis dedos, me convenzo aún más de que esto es lo mío. Además, en mi niñez, fue mi refugio y mi trinchera. Escribir ha sido para mí, la forma más honesta de conversar conmigo mismo, con el mundo material y con esos otros mundos que me invento.
Un norte o principio inamovible
La libertad en todas sus formas. Creo que es lo más hermoso que tenemos algunos seres humanos. Desafortunadamente no todos pueden decir lo mismo, y deseo que eso cambie por el bien de la humanidad entera. En cuanto a lo literario, la honestidad, no escribir nada que no me nazca desde adentro, que no venga de revolcarse con esas emociones volcánicas, y decir la verdad mediante la poesía, aunque sea incómodo o que me deje expuesto.
¿Cuáles son tus influencias?
Durante mi infancia, el concierto de la lluvia sobre los techos de lámina, los caminos de polvo, los diversos rostros de las niñas de mi generación. Después tocarían la puerta de mi avidez, poetas y escritores de El Salvador como Alfredo Espino, Claudia Lars, Salvador Salazar Arrué, Raúl Contreras, entre otros destacados. Luego leí a Neruda y a Rubén Darío. Roque Dalton llegó después, y fue para quedarse. Es el poeta salvadoreño al cual siempre vuelvo.
¿Y tu referente?
Roque Dalton, sin ninguna duda. Roque tuvo la capacidad de hacer que la poesía fuera una caricia y un arma al mismo tiempo, en un país que sufría una serie de conflictos sociales, como siempre. Fue una tarea que el poeta supo sobrellevar, aún a sabiendas que corría el riesgo de pagar con su vida.
¿Cuál es, a tu juicio, la mejor novela?
Es difícil elegir una, pero para el caso, me quedo con Cien años de soledad de García Márquez, por esa capacidad del autor de reinventar la realidad y hacerla que parezca más verdadera que la vida misma.
¿Y tu mejor obra?
No la he escrito aún. Cada libro es un intento, un camino hacia esa obra que tal vez algún día llegará.
¿A quién consideras el mejor escritor?
Es difícil pensar solo en uno, y no creo que exista un “mejor” absoluto, pero si hay que elegir, para mi gusto, Gabriel García Márquez, aunque existen otros a quienes siempre vuelvo y que considero grandes escritores, como Benedetti, Edgar Allan Poe, Ernest Hemingway, José Hierro, Borges, Nicanor Parra, entre otros. De mi país, Dalton y Manlio Argueta por sus estilos valientes, y mi amigo Daniel Eguizábal por su corte clásico tan exquisito; esa forma de Daniel de crear universos románticos con sus sonetos. Es una cuestión de gustos y estilos.
De Daniel he aprendido mucho, también del gran Manlio, con quien he tenido la fortuna de conversar aunque sea por teléfono.
Con quién cenarías, con quién no, y porqué.
Ah, esto resultará interesante. No elegiría cenar con una sola persona. Me gustaría una cena divertida, por lo que invitaría a Roque Dalton, Mario Benedetti, García Márquez, Charles Bukowski, Jorge Luis Borges, a mi papá, para que sea una cena llena de buen humor. Yo le haría mil preguntas a Mario sobre su novela LA TREGUA, y Márquez observaría fijamente, sin decir nada, así como cuando le preguntaban sobre Vargas Llosa, como cediéndole el momento oportuno a Borges para que nos reprendiera con su sabiduría, mientras Charles toma su cerveza y se carcajea. No cenaría con ninguno de los ex presidentes de El Salvador por corruptos, ladrones y crueles, ni con aquellos que tienen oprimidos a sus pueblos, de una u otra forma. Hay diversas formas de opresión, como el uso del mecanismo de la propaganda sistemática, por ejemplo.
¿El hábito hace al monje?
El hábito puede vestir al monje, pero no lo hace santo. En la escritura, el oficio es necesario, pero la esencia está en la voz interior de cada escritor. Voces de distintos colores, por supuesto. Aunque en sentido general, en la actualidad hay que tener mucho cuidado, porque pareciera que las apariencias están envolviendo a la humanidad, principalmente con el auge de las redes sociales.
¿Crees que la cultura en general es independiente?
No, lamentablemente no es así. Digo lamentable por aquello de que un pueblo puede llegar a mermar o incluso a perder su identidad cuando es vulnerable a cambios que no pueden adoptarse como positivos. Considero que la cultura respira dentro de las tensiones sociales y políticas, y eso está aún más marcado en la actualidad. Si bien es cierto que hay movimientos culturales autóctonos de regiones en particular, muy arraigados, estos tienden a sufrir cambios debido a otras influencias sobre todo hoy en día con el acceso a las redes sociales, y la verdad, no es para bien. Lo he visto en mi país natal, El Salvador. Se tiende a copiar lo malo de otras culturas y no hay nada más hermoso que un pueblo que conserva sus buenas costumbres y su cultura, aun aceptando dentro de sí, otras de las cuales también se puede sacar lo bueno.
¿Y la novela en particular?
La novela habita en la frontera que existe entre la libertad de creación y el peso del contexto. Nunca es plenamente independiente, pero eso no le quita lo de ser completamente libre. Es ese espejo que siempre refleja algo de su época y de su autor, aunque intente disfrazarse. Aunque parezca un mundo aparte, hay novelas con mucho lenguaje poético, por ejemplo.
Tu última obra
Son tres, aún pendientes de publicarse. Dos poemarios y la novela a la cual hay que hacerle todavía unos ajustes. La novela la he dejado ahí que se cocine un poco para después tomarla de nuevo y agregarle los ingredientes que le faltan y quitar los que están demás. Hay unas partículas de agua por ahí que se han revuelto con el aceite que le puse para ablandarla y no se llevan muy bien, pero he sabido identificarlas y creo que lograré separarlas. En realidad, no la he tomado con prisa.
Tu próximo proyecto
Una obra narrativa que mezcle la memoria personal con la historia reciente de El Salvador, y ese libro de poesía que explora la relación entre el silencio y la palabra, y cómo ambos pueden sostener la vida, cada uno desde su magia universal.
Una anécdota divertida
Una vez, uno de mis primos y yo abordamos el autobús en Fort Lauderdale, Florida. Justo en el asiento de al lado del nuestro se sentó una muchacha que llevaba mi obra “Escribiendo con la pluma del amor”. Mi primo, quien iba al lado del pasillo fue quien se dio cuenta primero. Luego le preguntó si le gustaba el libro y ella le respondió que le encantaba la poesía romántica. Conversamos los tres por un instante pero lo que me causó gracia es que ella jamás me reconoció, y yo estaba seguro de que era porque en mi foto de portada yo salí súper requemado, debido a que había trabajado bajo el sol todo el tiempo anterior, y claro, si bien es cierto que no soy blanco, tampoco soy tan requemado como en la foto, jaja. No decíamos nada, hasta que nos bajamos, antes que ella, la miré de nuevo y le dije “gracias por comprar el libro”. Ella miró otra vez la foto y se rió y se quedó sorprendida. Supe que me reconoció pero nos bajamos y solo dijo adiós mientras se alejaba en el autobús mostrando el libro. Eso me demostró una vez más que el mundo es más pequeño de lo que creemos.