En el auditorio de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) no cabía un alfiler cuando Norman Foster, una de las figuras esenciales de la arquitectura contemporánea, recibió el doctorado honoris causa, la máxima distinción que concede la institución. El acto, presidido por la rectora Amaya Mendikoetxea, mezcló solemnidad académica y una reflexión profunda sobre el papel de las ciudades en un mundo que cambia a gran velocidad.
La ceremonia tuvo un carácter simbólico desde su inicio. Tras la lectura oficial del acuerdo del Consejo de Gobierno a cargo del secretario general, Domingo Jesús Jiménez-Valladolid, el profesor Diego Barrado —padrino de la investidura— trazó en su laudatio un perfil del arquitecto británico en el que convergían innovación, creatividad y una mirada humanista sobre la vida urbana. Después llegó el momento más esperado: la imposición del birrete, el anillo, los guantes blancos y el Libro de la Ciencia. Con la medalla al cuello, Foster pasó a formar parte del Colegio de Doctores y Doctoras de la UAM.
Un discurso que mira a las ciudades del mañana
En sus primeras palabras, Foster retrocedió a sus años de formación en Manchester y Yale. Fue un homenaje íntimo a los maestros que marcaron su trayectoria —Paul Rudolph, Serge Chermayeff, Vincent Scully o Dennis Thornley—, figuras que, según recordó, moldearon su manera de entender la arquitectura como “una disciplina capaz de mejorar la vida de las personas”.
Pronto el discurso miró hacia adelante. Foster habló de la urgencia de repensar la ciudad en un planeta que sumará “otros dos mil millones de habitantes en los próximos 25 años”. La pregunta que lanzó al auditorio —“¿Qué tipo de ciudades deberíamos fomentar y cuáles deberíamos desalentar?”— resonó en un momento en el que la sostenibilidad ya no es una opción, sino un horizonte inaplazable.
Para el arquitecto, la respuesta pasa por modelos densos, compactos y bien conectados, donde los barrios mantengan un equilibrio real entre vida cotidiana, movilidad sostenible y espacios verdes. “La ciudad ideal es aquella en la que todo queda cerca y donde las personas pueden desplazarse a pie, en bicicleta o en transporte público”, afirmó. Un ideal que, más allá de lo conceptual, conecta con los grandes debates urbanos que atraviesan ciudades como Madrid.
Una colaboración que sitúa a Madrid en el mapa internacional
El discurso tuvo un guiño especial a la capital española. Foster subrayó la alianza entre la UAM, la Norman Foster Foundation —cuya sede histórica en Madrid se ha convertido en un referente mundial de innovación y pensamiento urbano— y el MIT Media Lab. De ese vínculo surge un programa universitario único dedicado a las ciudades sostenibles, en el que expertos internacionales trabajan cada año con una promoción de jóvenes profesionales para abordar proyectos piloto en tres ciudades seleccionadas.
“Estoy profundamente agradecido por esta colaboración”, señaló. Un reconocimiento que sitúa a Madrid, y por extensión a la UAM, en una posición destacada dentro de las redes de investigación globales sobre urbanismo y tecnología.
Antes de concluir, Foster dejó un consejo dirigido a los estudiantes: “Ser curioso, hambriento de conocimiento, atreverse a desafiar, pero saber escuchar; liderar sin dejar de ser humilde”. Fue un cierre sereno, muy personal, que sintetizó la filosofía con la que ha construido sus obras y su pensamiento.
“Una lección de humanidad”: el elogio de la rectora
La rectora Amaya Mendikoetxea centró su intervención en el enfoque humanista del arquitecto. Recordó que Foster es el primer arquitecto y urbanista reconocido como honoris causa por la UAM a propuesta de la Facultad de Filosofía y Letras, una señal de que su trabajo trasciende la técnica para adentrarse en el territorio de las ideas.
“Su obra ejemplifica lo que está en el corazón del humanismo: la capacidad de imaginar espacios que dignifiquen la vida”, dijo. La rectora defendió que el progreso solo tiene sentido si amplía la libertad y el bienestar de las personas, y vinculó ese principio con la misión de la universidad. “Más allá de los planos y las estructuras —subrayó—, su trabajo es una lección de humanidad”.
Mendikoetxea evocó también la biografía de Foster: un joven sin grandes recursos que, con esfuerzo y talento, llegó a estudiar en Yale con una beca y terminó fundando uno de los estudios de arquitectura más influyentes del mundo. Una historia que la rectora aprovechó para reivindicar el papel de la educación pública y la universidad como motor de movilidad social.
Un reconocimiento que refuerza los valores de la UAM
El doctorado honoris causa es la mayor distinción que otorga la UAM a personalidades que destacan por sus contribuciones académicas, científicas, culturales o humanísticas, o que mantienen un vínculo especial con la institución. Foster cumple con todas ellas: es una referencia internacional en el diseño de ciudades, un innovador constante y un aliado estratégico de la universidad en la formación de nuevos líderes cívicos.
En un momento en el que el futuro urbano define buena parte del futuro global, la UAM quiso rendir homenaje a una figura que ha marcado de manera decisiva la arquitectura del último medio siglo. Y lo hizo en Madrid, la ciudad donde Foster ha situado la sede de su fundación y desde la que impulsa proyectos de investigación, pensamiento y creación que dialogan directamente con los desafíos de nuestro tiempo.
La jornada terminó con un aplauso largo, sincero, de esos que reconocen no solo una carrera brillante, sino también un modo de mirar el mundo. Un homenaje a un arquitecto que, con cada obra y cada pregunta, invita a imaginar ciudades capaces de dignificar la vida.