Sus coqueteos infumables con Putin y su lacerante antisemitismo, incluso invocando públicamente a la destrucción del Estado de Israel, ya no hacen a la Turquía de
Recep Tayyip Erdogan un socio fiable. Ni mucho menos un amigo confiable.
En los actuales momentos, en que se asiste a un nuevo rediseño del orden internacional, sobre todo debido en que la Casa Blanca habita el inquilino más impredecible e ignorante en la historia de los Estados Unidos, Turquía cobra un especial protagonismo. Su presidente, Recep Tayyip Erdogan -ahora cuestionado en las calles-, juega a dos barajas, que se dice vulgarmente, y coquetea con el diablo de Vladimir Putin, al que le ayuda a sortear las sanciones internacionales y riéndole las gracias, si es que las tienen, en Ucrania.
Conviene recordar que Turquía es socio de la OTAN, supuesto aliado occidental y un eterno aspirante a ser algún día miembro de la Unión Europea (UE), algo que nunca lo será porque ni tiene espíritu europeo ni lo tendrá. Tener a Turquía en la OTAN fue el precio que hubo pagar Occidente para evitar un conflicto entre griegos y turcos y ¡quién sabe! que el país cayera en el bloque soviético en aquellos tan lejanos y ahora tan cercanos años de la Guerra Fría.
Erdogan, que apela a la destrucción de Israel y, por ende, al genocidio de todos los judíos habidos y por haber, se entiende con Putin, tiene buenas relaciones con la retrógrada Irán, recibía hasta hace unos días -hasta que los ejecutaron los israelíes gracias a Dios- a los líderes de Hamas y Hezbolá y añora el regreso de un nuevo Imperio Otomano en la región. Sus poses occidentales, trajes al corte y elecciones fraudulentas por medio, son solamente eso, poses, que nadie se engañe.
Pese a todo, y en estos tiempos turbulentos e inciertos, los líderes europeos hacen la vista gorda y toleran todos los desmanes de Erdogan, como sus brutales razias contra la oposición -hay miles de detenidos políticos en Turquía-, las violaciones de derechos humanos, sus intervenciones militares contra los kurdos en Siria e Irak y la islamización forzada de un país antaño moderado, laico y democrático. Nada ya queda de ese pasado idealizado, y Turquía involuciona a marchas forzadas hacia una satrapía -si ya no lo es- de corte putinesco.
Islam y democracia
Turquía, que pudo ser en tiempos un modelo de lo que podía ser compatibilizar el Islam con la democracia, es ahora un gran ergástula que solamente acabará generando en el futuro conflictos, turbulencias e inestabilidad regional. No obstante, eso no es lo peor. Si este país, con un Erdogan tan antisemita como antioccidental, decide apostar por el eje del mal que lidera Rusia contra Occidente es para echarse a temblar. Turquía no es una pieza más en el nuevo orden internacional, puede ser la pieza clave que decida la correlación de fuerzas entre el mundo libre que lideran la Unión Europea (UE) y el Reino Unido junto a otras potencias democráticas en el mundo y la ley de la selva que pretende imponer Putin. Ya no me atrevería a decir que los Estados Unidos, tras haber apostado en la guerra en Ucrania por el invasor, Rusia, pertenece a este grupo.
Mis aseveraciones pueden ser pesimistas pero vienen constatadas por algunos hechos que considero trascendentales. Turquía es uno de los principales apoyos que ha tenido en la escena internacional el régimen oprobioso de Venezuela y son de sobra conocidas las relaciones entre el tirano de Caracas, Nicolás Maduro, y Erdogan, que supuestamente recibe generosas dádivas en oro. Además, los turcos, como buenos comerciantes, siempre han eludido las sanciones internacionales a Rusia e Irán, jugando a la doble baraja a la que siempre han apostado.
Turquía no es un socio fiable, si no cambian allá las cosas mientras continúe en el poder Erdogan, y más que un amigo constituye un enemigo. Benjamin Netanyahu lo sabe, pero para los europeos, que casi siempre suelen llegar tarde a la comprensión del enemigo real, no, ese es el letal problema porque siguen viviendo en las agotadas lógicas de la Guerra Fría. La pieza clave ya no es nuestra, sino de otros. Estamos jodidos.