Férvido y mucho

Trump, genio político

Pepa Bueno –directora cuotera de El País- comentó recientemente sin el menor sonrojo: “El triunfo de Donald  Trump es el triunfo de la desinformación”. No, señora Bueno, no, a ver si aprende usted a escribir. O hablar. Un triunfo político de esa envergadura –en el que entran en juego decenas de millones de votos- nunca puede ser fruto de la desinformación. Una ajustada victoria en una comunidad de vecinos, quizás, pero un triunfo, que es aplastante victoria, no viene por la desinformación de los votantes. Por el contrario, es más probable que sea consecuencia de un electorado inmunizado contra la desinformación que practican y vehiculan algunos medios (1). En EE. UU, casi todos los que controlan profesionalmente los demócratas, aproximadamente el 80% (de ahí que Jeff Bezos exigiera neutralidad al Washington Post). El triunfo de Donald Trump –infinitamente merecido (2)- es el triunfo de la justicia y la legalidad que no se observaron en las elecciones del 2020. El triunfo de Donald Trump se debió a que Kamala Harris –candidata cuotera- obtuvo once millones menos de votos populares que Joe Biden. No se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo. 

Pepa Bueno -desahuciada directora cuotera de El País (hasta se le ha ido Fernando Aramburu)- pastorea unas cuantas ovejitas luceras argolladas y tres o cuatro perrillos falderos que deponen memeces de este calibre: “Gana Trump porque fue capaz de conectar con ese yo interior que queremos contener, pero al que solo le podemos poner un bozal, sin conseguir educar nunca del todo. Gana Trump porque consiguió representar esa turba interior tan compartida, ese arrebato despectivo y esa venganza larvada a la cultura y el pensamiento científico que no nos deja arrastrarnos por nuestros instintos como desearíamos. Gana Trump porque consiguió identificar esas bajas pasiones, representarlas en su propia persona, alimentar su sed de revancha y generar la más poderosa maquinaria de creencias, bulos y sentimientos en forma de movilización electoral sin precedentes”.  Lo mejor de lo que depone el perrillo faldero es lo de “venganza larvada a la cultura y el pensamiento científico” en un medio que se jacta de ser el buque insignia del wokismo militante, del feminismo guerracivilista de sexo y género a disposición del cliente, del arresto domiciliario sin sentencia judicial Covid-19 mediante y del terrorismo climático. A ver quién da más. Aunque esta melonada de otro perrillo faldero -que le lametea los pies, los cuatro, a Pepa Bueno- tampoco está mal: “Trump ha ganado promoviendo la venganza, el rencor, la mentira, el odio, el insulto y la confrontación”. En fin, queda demostrado que, en España, El País es el mayor medio de desinformación en plaza, después de TVE. La avalancha de elementos probatorios  que por doquier desmontan las supercherías publicadas por El País remachan el ataúd en el que yacen las fantasmadas del pensamiento mágico, instrumentado  por una secta arrogante, mediocre, estafadora y manipuladora del desvalimiento espiritual de personas síquica y afectivamente muy frágiles. No hay más que leer comentarios de  lectores que vomitan en El País: del retraso mental al fanatismo ideológico. Casi siempre ambas cosas en la misma persona. O articulista. O columnista. O editorialista.

Donald Trump ganó las elecciones –más allá de que Kamala Harris fuera una petarda cuotera, una muñeca teledirigida que ahora mandarán los tramoyistas  al desguace por piezas- porque buena parte del electorado estadounidense (incluidas las así llamadas minorías),  está cansado del moralismo racialista, del teatrillo identitario, de la majadería woke, de la mala leche feminista, del engreído supremacismo inverso, del desprecio de las élites neoyorkinas y californianas al pueblo sin diplomas, etc. Y no exagero, veamos un botón de muestra. En su novela Purity, Jonathan Franzen da un buen repaso al feminismo extremoso simbolizado en una militante (Anabel) que obliga a su compañero (Tom) –un snowflake de la vida-  a orinar sentado porque ella siendo mujer no puede hacerlo de pie. Ese es el ambiente cultural y políticamente irrespirable que ha llevado a Donald Trump a arrasar en las elecciones. Y eso no es desinformación.

Ahora bien, para El País, en tanto medio crucial en la polarización política instrumentada  por la estrategia guerracivilista de los bucaneros de Moncloa, es muy importante desprestigiar a Trump. Inspirándose en el caso estadounidense, la izquierda española (la lerda) lleva tiempo cociendo una pestífera pócima de odio cainita, apoyándose en victimismo y polarización, intentando separar a los españoles en dos conjuntos brutalmente irreconciliables. Y esto es así porque  según la izquierda española de cansina narrativa antifascista, desde hace tiempo las elecciones legislativas no corresponden a la simple mecánica de cambio de gobierno, en normal y banal alternancia democrática, sino encarar el peligro de transitar de la feliz gubernatura socialista al trumpismo golpista. Lo de trumpismo es clave. Cuando los humildes y laboriosos españoles votan a los conservadores sólo puede ser, para la izquierda pancartera y camorrista, cosa de fachapobres (en Madrid los fachapobres arrasaron en las autonómicas, incluso en feudos tradicionalmente de izquierdas). Un fachapobre, traducido libremente en la jerga de los magnates y multimillonarios izquierdistas de NY y California, y de sus think-tank universitarios y mediáticos, es el equivalente, más o menos, de redneck/hillbilly /bullshitter, despectivas denominaciones de quienes votan a los republicanos en EE.UU. En corto y por derecho, fachapobres y trumpistas son prácticamente sinónimos. Sánchez aprendió de memoria el manual de instrucciones de la izquierda estadounidense (sí, izquierda capitalista sin la menor duda) para embarrar el terreno de juego y ganar elecciones, hasta hace poco. Polarmente, por oposición al fachapobre de manual, Lilith Verstrynge posando ante el Palais Royal con sus trapitos y complementos Louis Vuitton, encarna el ideal de la izquierda española, perroflautas de propina. En esto se parece a la biutiful demócrata estadounidense, tipo Taylor Swift, que diría Guerra. Estos elementos en mano, vayamos por partes.

Poco antes de las elecciones de medio mandato para la Cámara Alta, John Fetterman, demócrata, y Mehmet Oz, republicano, debatieron en televisión (Pensilvania, octubre 2022). El pobre Fetterman había sufrido en julio un ataque vascular cerebral (además de puros a becarias, los demócratas estadounidense son muy dados a meterse cosas por la nariz). En el debate con Oz –cirujano prestigioso, catedrático emérito de Columbia y presentador con millones de televidentes- Fetterman, convaleciente, parecía un boxeador sonado. Al demócrata se le olvidaba qué quería decir, no encontraba las palabras adecuadas, su discurso era incoherente, descolocado, casi infantil. Daba lástima. Años atrás, el Dr. Oz hubiese arrasado. Mehmet Oz representa todo lo que los estadounidenses admiran (o admiraban), sin embargo perdió la elección ¿Cómo fue posible? Fue posible por la crispación y polarización que divide EE.UU. en dos sociedades absolutamente irreconciliables. Si los demócratas hubiesen presentado un gorila hubiera ganado igualmente. No votaron por su candidato sino, llenos de odio, contra el republicano. Hay pocas dudas de que esta es asimismo la estrategia electoral que está aplicando la izquierda en España: generar polarización. O la bien perfumada  Pepa Bueno con los brazos repletos de consejos con cargo al contribuyente (¿quién paga todo eso?) o los sucios fachapobres pringados de aceite de motosierra por recortes presupuestarios de la derecha pendenciera y fascista.

La polarización impide la autocrítica, refuerza la postura numantina y permite cerrar filas en evitación de derrota letal. Un votante ideológicamente crispado no cambia de opinión ni a la de tres: sus entendederas se ahogan en la bilis del odio. La polarización en tanto estrategia electoral conduce  a un sectarismo que  incapacita totalmente para criticar a los líderes propios hagan lo que hagan ya que, en cualquier caso, hay que reservar las críticas para los adversarios políticos que, crispación mediante, se convierten en enemigos personales. Y no fueron los republicanos quienes lanzaron en EE. UU la estrategia electoral de la crispación a largo plazo –que funcionó con Fetterman ante Oz- sino los demócratas al ser noqueados por la derrota de Hillary Clinton ante Trump en las elecciones presidenciales en 2016.

Modelo de referencia para Sánchez, la polarización que dividía al electorado estadounidense, que Trump consiguió sortear gracias a su genio político, era tan intensa, tan violenta, tan guerracivilista que los votantes no tomaban en cuenta la idoneidad o calidad de las personas sino que se guiaban  fundamentalmente por insanas pulsiones violentamente partidistas. El tradicional utilitarismo estadounidense, su pragmatismo social había desaparecido y en cierta medida sigue latente. Esto es fruto de una estrategia  diseñada por varios think-tank demócratas desde los Clinton: crear polarización social y política. Con polarización social y política –y un aparato mediático e institucional capaz de canalizarla azuzando oportunistamente la crispación-  no hay prácticamente swing voters (votantes infieles, dudosos, cambiantes) que pasen, racionalmente, de uno a otro partido en función de las circunstancias. El genio de Trump –es un genio, qué duda cabe- ha consistido en no arrugarse, dar la cara y perseverar en su cruzada. A pesar de las interesadas anticipaciones electorales en contra.  

Cualquier observador neutral y objetivo sabe que Sánchez es alumno aventajado de los demócratas estadounidenses, chutados a la cancelación, a la delación woke y a la promoción de minorías revanchistas y crispantes. Trama y urdimbre de los mimbres de la campaña socialista en experimentación –arcangélica izquierda en revolución permanente o cavernícolo trumpismo españolista; Lilith o los fachapobres- hace tiempo que habían  probado su solidez en EE.UU al servicio de los demócratas, inspiradores mediáticos e intelectuales del socialismo español. Ya no: hemos ganado los malos. 

Evidentemente, al poner en circulación fachapobre/trumpista, la izquierda española busca estigmatizar al votante conservador, no tanto para que se avergüence de sí mismo sino para desarrollar cierta conciencia de clase superior en el votante gauche caviar. La eficacia del anti-trumpismo en España era tal que la estrategia había calado en muchas personas conservadoras, especialmente las que escriben en la prensa: cualquier cosa antes de ser asociadas a Trump. Aunque una persona inteligente nunca reprocharía a Cervantes, Heisenberg, Gödel o Beethoven o Goya que les oliesen los pies. Ni un verdadero hombre se echa hipócritamente las manos a la cabeza porque alguien comente jocosamente en privado Grab them by the pussy. Casi es peor lo que decía el exquisito Casanova: A las mujeres y las botellas hay que agarrarlas por el cuello.

 (1)La libertad abierta de opinión (y expresión) en peligro https://www.eldiariodemadrid.es/articulo/opinion/libertad-abierta-expresion-opinion-peligro/20241027132659081647.html

(2)Admiro a Trump ¿Es grave, doctor? https://www.eldiariodemadrid.es/articulo/opinion/admiro-trump-grave-doctor/20240919104411079151.html