Comienza la Feria de San Isidro y, coincidiendo en el tiempo, también con unas elecciones en Cataluña, el ministro de Cultura elimina el Premio Nacional de Tauromaquia. El griterío, el ruido suben de nuevo sus decibelios en España y relevantes noticias pasan a un segundo, a un tercer plano. Los partidos políticos y sus influencers se enzarzan en una crispación que todo lo llena y que nunca acaba.
Pero, ¿se puede ser socialista, se puede ser de izquierdas y no ser antitaurino? Si miramos al pasado reciente de España, la izquierda, el socialismo, el comunismo y el propio anarquismo están repletos de figuras no ya antitaurinas, sino taurinas. Así, Rafael Alberti, poeta comunista y anecdótico banderillero de Ignacio Sánchez Mejías, o Picasso, referente del exilio español durante el franquismo. Recordar que la celebérrima obra de Picasso, El Guernica, le fue encargado por otro intelectual comunista, José Bergamín, agregado cultural en la Embajada española en París durante la guerra, y también apasionado por la tauromaquia.
Junto a Picasso, uno de los españoles más internacionales es Federico García Lorca, asesinado al inicio de la Guerra Civil por militares franquistas junto a un maestro y… dos banderilleros de la CNT-FAI: Juan Arcollas y Francisco Galadí, como relata Francisco Vigueras en su libro “Los paseados” con Lorca: el maestro cojo y los dos banderilleros. La lista de personas de la cultura, que no del ocio, defensoras y aficionadas a la tauromaquia es interminable, junto a toreros como Domingo, Dominguín, afiliado al PCE gracias a Jorge Semprún, que sería ministro de Cultura con Felipe González. Dominguín financió durante un tiempo el órgano del Partido Comunista en la clandestinidad, Mundo Obrero, y fue cofundador de la Unión Industrial Cinematográfica (UNINCI) junto al director de cine Juan Antonio Bardem.
El tiempo pasó y, ciertamente, la afluencia a los festejos taurinos disminuyó, a excepción de los encierros de San Fermín, internacionalizados por el escritor y periodista estadounidense Ernest Hemingway en su novela Fiesta (1926). En el prólogo al libro del periodista Javier Manzano, Antoñete, La Tauromaquia de la Movida, (2011) el miembro de la banda Ejecutivos Agresivos y luego líder de Gabinete Caligari, Jaime Urrutia, explica que a fines de los años 70 los abonados a la plaza de toros de las Ventas apenas llegaban a los 4.000. En ese tiempo, una generación nueva, “de gente en torno a los veinte años empieza a generar un nuevo movimiento lúdico-cultural aprovechando las nuevas libertades que la democracia trae consigo a España”, escribe Urrutia. Era la movida madrileña, que reactivó el mundo del toreo con Antoñete como abanderado. A principios de los 80, el número de abonados a las Ventas superaría los 18.000. Allí se daban cita pintores, escritores, músicos como Joaquín Sabina o Joan Manuel Serrat, recientemente galardonado con el Premio Princesa de Asturias de las Artes.
Aunque siempre hubo en España voces críticas contra la tauromaquia; como defiende el periodista, historiador y activista Juan Ignacio Codina en Pan y toros. Breve historia del pensamiento antitaurino español, de unos años a esta parte se ha amplificado esa opción, que de forma espuria ha sido utilizada por determinados partidos políticos, que no por la política, avivando un enfrentamiento visceral impensable en los años de la Generación del 27 o en los años de la Movida Madrileña.
El enfrentamiento, como todo en la actualidad, se basa en las emociones en vez de en la argumentación, la empatía y la pedagogía. El mundo antitaurino parece querer vencer en vez de convencer. Para convencer es bueno acudir al filósofo Edmund Husserl que nos habla de la facticidad, ese estado prerreflexivo en el que nos situamos de una forma que hemos problematizado, lo que Ortega y Gasset resumiría en el “yo soy yo y mi circunstancia”.
Si en vez de ver masas de “gente” por todas partes, los partidos políticos vieran “personas” entenderían que cada persona es un mundo de vivencias, circunstancias, contexto personal. Verían aficionados a los toros que han llegado a la afición por la lectura o las composiciones de sus referentes culturales, ya sean Lorca, Alberti, Hemingway, Serrat o Sabina. También verían aficionados que lo son por tradición familiar, por sentimiento… y, como en su día afirmó José Luis Rodríguez Zapatero, “contra los sentimientos no se puede decretar”. El ministro de Cultura, Ernest Urtasun, también tiene su facticidad que nada tiene que ver con lo que se vive en muchos lugares de España, desde Azpeitia en el País Vasco hasta Ronda en Andalucía.
Durante la campaña electoral en Euskadi, Eneko Andueza, candidato socialista, aseguraba que “actualmente hay pocas cosas tan vanguardistas como ir a los toros”, y públicamente se negaba a que le digan que no puede ser socialista y aficionado a los toros “porque es parte consustancial” de su persona. Y más recientemente, Javier Ayala, alcalde de la ciudad madrileña en la que desde la llegada de la democracia gana el PSOE las elecciones con abrumadoras mayorías absolutas, declaraba que “los toros han sido, son y seguirán siendo una parte de la tradición de Fuenlabrada. Somos una ciudad diversa en la que cabemos todos y todas con nuestras aficiones, nuestras inquietudes y nuestros deseos. El secreto de nuestra vida es convivir”.
El ministro de Cultura es antitaurino como lo fue la escritora Cecilia Bohl Faber, que firmaba con el pseudónimo masculino de Fernán Caballero, y también era tradicionalista, monárquica, católica y conservadora. Están en su derecho, pero el camino, más que imponer y enfrentar, es explicar y hacer pedagogía. Convencer de que la vida y la muerte de un toro bravo es una vida y una muerte de maltrato, y argumentar, llegado el caso que Lorca, Alberti, Picasso, Hemingway, La movida madrileña, Sabina, Serrat… son unos “casposos”, concepto muy de moda en la actualidad. El secreto es pedagogía y tiempo. El secreto es convivir.