Señores, no voy a retractarme de mis anteriores juicios y valoraciones sobre lo nefasto y dañino que está suponiendo para España y los españoles el actual ciclo político. Éste, sí, en el que hemos tenido la desgracia de toparnos con un «indeseable social a las cinco», «desasistido de empatía», «carente de escrúpulos», con «delirios de todo», «desangrador de la verdad», «propietario a título lucrativo de la mentira» y que, como bien han imaginado, responde al nombre de Pedro Sánchez Pérez-Castejón, presidente a la sazón.
¡Oleeee, me ha salido un florido pareado y, además, sin haberlo intentado! Pues olé, olé, y ahora por partida doble.
Y digo que no cambiaría ni una coma de cuantos juicios he vertido acerca del «trolero más grande que los tiempos recuerdan» —Rafa dixit—, porque debo reconocerles que, con todo y aunque sea rebuscando mucho, sí que hay algún aspecto en que la deriva que esto ha tomado nos trae a cuento y recuerda personalidades pintorescas que, hoy, aquí, merecen ser evocadas.
Miren, la figura del pícaro es algo tan español como el cocido madrileño, las mantecadas de Astorga o la paella valenciana, por citar conocidos ejemplos. Tanto así, que ya en el siglo XVII emergió con fuerza un género de novela dedicada a ese tipo de personajes que se caracterizaban por su cuquería, experticia en el engaño y, siempre, dotados de habilidades y mañas bastardas para sacar provecho, ventaja y poder sobrevivir. A consecuencia de ello han quedado —para beneficio de la literatura y como joyas propias y exclusivas de nuestra España—, personajes y títulos tan sustanciosos y característicos como la Picara Justina, el Buscón don Pablos, el Diablo Cojuelo, la vieja trotaconventos o Lázaro de Tormes, entre otros varios.
Y viene a cuento este excursus por caminos de la literatura y la docencia ilustrativa que siempre —aunque sea de soslayo— pretende inculcar esta Candela sabatina, porque en épocas convulsas —esta la es—, conflictivas —también lo es—, de crisis de valores —vean si no—, de negocios turbios —sin comentarios— y de sinvergüenzas aupados a órganos de poder —ufff…, de esto hay en abundancia y representan lo más florido y granado de la cotidianeidad sanchista—, pues, como les decía, es en ese estercolero apestoso, en ese muladar de desechos que supone la acción del gobierno autonombrado falsamente como «de progreso», más el hediondo abono que representan los detritus comunistoides y nacionalistas de quienes lo alientan, sustentan y apoyan, en donde han florecido de manera inopinada personajes raros, como extraviados, fuera de lugar y que parecen rescatados o herederos de aquella picaresca del siglo XVII que antes refería, aunque, claro, sin la gracia y el talento de los primigenios.
Y como referente de aquel género, pero degradado y adentrándose en la más grosera zafiedad, incultura, bajeza moral, defecación política e impudicia ética, pues ahí, en medio del fecaloma socialista galopante, ha aparecido y ocupa un sitial en el Purgatorio de los pícaros y tramposos que intentan engañar a todo dios, una tal Leire Diez, bautizada por la prensa no adepta al «Hannibal Lecter de las verdades» —Rafa dixit, nuevamente—, como la «fontanera» del PSOE.
Presumo saben todos ustedes que esta buena moza se dedicaba, tal como reza en las grabaciones que prolijamente hemos escuchado, a desacreditar a personalidades políticas y buscar tramas y suciedades —existentes o no, le daba igual— contra jueces, políticos, periodistas y miembros de la guardia civil que ella consideraba perjudiciales o críticos con su «gobierno-patrón» sanchista —¿ven?, siempre volvemos a lo mismo, porque todo empieza y termina en Sánchez, el «protoPichi que castiga» y ello, todo y sólo, para poder extorsionar.
Sí, he dicho y repito, extorsionar.
Y amigos ¿saben que es lo más desvergonzado? pues que los dirigentes del PSOE en absoluto se sienten abochornados por tener gentuza de tan baja estofa haciendo trabajos sucios e ilegales para su causa e intereses —lo de Amedo, Dominguez y los GAL fue parecido, ¿recuerdan?—, sino que, además, algún caradura, como el ínclito Patxi «nada» o el despreciable triministro Bolaños (tan malo y retorcido es, que solo creció hacia abajo), que tienen el cuajo de referirse a las cloacas, a la policía patriótica, a la trama Kitchen y a no sé cuántas cosas más —de las que ellos hacen a diario—, para endosarlo al gobierno del «atontao» de Mariano Rajoy que, por cierto, hace ya nada menos que 7 años nos dejó «tirados» y con el bolso en el asiento del Congreso.
Pues bien, les voy a hacer una confidencia muy personal. A un servidor, que observa toda esta obra dramática casi como mero espectador, la tal Leire Díez le resulta un ser angelical. Y lo digo porque estoy convencido —tras un análisis minucioso en que se ha usado carbono 14, consideraciones de psicológicos acreditados, pentotal, el viejo polígrafo aquel de Tele 5 y por supuesto el luminol para detectar, vamos a decir sutilmente, «turbiedades» de las que tanto gustan y practican los muy feministas cargos socialistas (hoy, amigos, los ripios me brotan), pues como decía antes de la autoalabanza, yo creo que a esta Leire la subieron a una torre de marfil y ella —aunque fontanera, también humana— se lo creyó.
Santos Cerdán —el que ahora está en la cárcel y parece ser dirigía el comando extorsionador—, la debió nombrar lugarteniente al servicio de la causa sanchista y ella —cumplidora como nadie— pues por ahí andaba ofreciendo acuerdos con la fiscalía, tratos ventajosos en los juzgados, destinos en Embajadas, anulación de sanciones tributarias, más lo que hiciera falta. Aunque, lo jodido del asunto fue que, en algún caso, el tema de marras con Hacienda se cumplió. Luego, dejó patente que trabajaba al servicio del PSOE mandatada por «súper Cerdán» pero, en la misma derivada, aparece siempre la sombra del que tiene que aparecer. Y que si otrora fue el señor X, ahora no es otro que... les daré pistas: vivía en una casa pagada con dinero de la prostitución, viajó meses en un peugeot con otros tres «perlas», su mujer está encausada, su hermano —alias «hermanito»—, lo mismo; salió de Paiporta por patas, su retorno al Partido Socialista fue subvencionado por su suegro, empresario de saunas y puticlubs, un tal Sabiniano —¿les suena?—, a la calle no puede salir de tanta devoción que el pueblo le profesa, verdades no se le conocen, buenas acciones menos y dice más mentiras que Ábalos en las entrevistas de radio y televisión. En fin, ya les orienté por donde va la cosa. A ver si son capaces.
Pero volviendo a Leire —que hoy es mi musa—, observo con lástima que, por indocumentada, ignorante, cargada de vanidades (los posados ante las cámaras lo patentizan) y sin ser consciente de la responsabilidad penal de sus actos, se está jugando la cárcel. Vamos, lo que se llama «la boba a la que van a pegar las bofetadas». Y si no, al tiempo.
Pues miren, por todo ello, a mí me produce como una cierta ternura y no se me quita de la cabeza cuando, con aquella voz un poco aguardentosa, empleando el «vale» tras cada frase o propuesta, decía, eso sí, avasalladora, segura de sí cual domadora de leones —la imagino con látigo y sugerente corpiño de cuero negro desde el medio de la pista central— diciendo, con aquella mirada, entre estrábica y cegata (seguramente de puro amor pasional), lo de: ¡no quiero a todos, solo quiero a Balas!, ¡solo a Balas!
¡Sí, a Balas! Toda una declaración.
Y piensa un servidor, que aborrece los raciocinios torcidos y carentes de sentimientos puros y nobles, que tal proclama, en el fondo y con el arrobo que lo profería, encerraba un críptico mensaje subliminal que era toda una confesión de ternura e irrefrenable adoración. Y claro, nada que extrañar cuando en el partido su jefe es un contumaz «hombre enamorado», ¿qué tiene de malo, pues, que también esta Leire Díez, mujer, fontanera y persona, sea igualmente mujer enamorada?
Y si Leire ama y quedó prendada, ¿hemos de condenar nosotros esa forma noble y pura de querer?
Uffff, aunque lo intento, no se me quita de la cabeza una declaración pública de tan arrebatado y descontrolado deseo amoroso. Porque Leire Diez, la fontanera, sí, sépanlo todos, ¡solo quiere a Balas!
Pues miren, ya de puestos, ¡yo también!