La Montaña Mágica

¡Salsa y cultura hasta la sepultura!

En Bogotá, en los años setenta, había tres discotecas que eran frecuentadas por los caleños, los paisas y los costeños: El Tunjo de Oro, El Escondite y la Montaña del Oso. 

El Tunjo de Oro era un lugar que no gozaba de buena reputación, pero ponía la salsa dura más exquisita de la época. El Escondite y la Montaña del Oso estaban situados en el barrio Chapinero, y abrían, incluso, los domingos en la tarde.

Eran los tiempos donde la capital se llenó de camisas floreadas, jeans ajustados, y mocasines sin calcetines. 

En 1978 llegó de Medellín César ‘Pagano’ Villegas, y puso en la capital el primer Goce Pagano, junto a Gustavo Bustamante y Juan Guillermo Gaviria. El lugar estaba situado en la Calle 24 con 13ª, uno de los lugares más peligrosos de Bogotá. 

Allí comenzó la historia de la salsa en Bogotá. César fue quien introdujo en la capital, el concepto musical de estos diminutos pero acogedores espacios que comenzaron a llenarse de ‘calentanos’ (así nos llamaban en Bogotá), intelectuales, melómanos, bailarines, y escritores. 

Entrar al Goce era muy fácil. El problema era salir pues cuando se estaba sobre la acera, para tomar un taxi, era usual toparse con ladrones y prostitutas que siempre estaban al acecho.   

En el Goce del centro conocí al profesor de filosofía, Rubén Jaramillo, al escritor Tomás González, y a la pianista valluna, Jeannette Riveros. 

Allí, en aquel prodigioso donde retumba la mejor música de Nueva York, surgió la publicación titulada “Los papeles del Goce” donde se hacían comentarios, críticas musicales, entrevistas a músicos, y se publicaba la programación del establecimiento. 

Luego César se fue extendiendo por la ciudad hasta llegar al norte, donde la clase media comenzaba a abandonar el “chucu-chucu” y optaba por bailar al son de la Orquesta Aragón y la Fania All Star

Además de los Goces, que fueron consolidando la cartografía musical de la metrópoli, Pagano fundó el rumbeadero Salomé, donde eran asiduos clientes, el periodista Enrique Santos Calderón, el músico Aristarco Perea -Arista-, y el poeta Juan Manuel Roca.

En aquellos años paganos, surgieron La Teja Corrida (donde tocaron por primera vez, Jairo Varela y Alexis Lozano); los Quiebra Canto; los Cafés Libro; y Sofonía de Fernando España.  

Como una manera de dejar plasmada la memoria de la salsa en Bogotá, César Pagano, quien abría la noche con su grito onomatopéyico, “chákata prákata”, acaba de publicar el libro El imperio de la salsa con prólogo de la pianista y directora musical, Jeannette Riveros. 

El libro es un compendio musical donde se habla de canciones, músicos, y lugares emblemáticos, que hicieron de “la nevera” -como se le llamaba a Bogotá en aquellos años, un lugar cálido, fraternal y acogedor. 

El libro trae una breve historia de la salsa, y treinta y cuatro fecundas entrevistas, entre los que se destacan: Tite Curet Alonso, Celia Cruz, Tito Puentes, César Rondón, Joe Arroyo, Richie Ray y Bobby Cruz, Pablo Lebrón, y Johnny Pacheco, entre otros.  

César Pagano cerraba la noche (“Ha llegado la hora” Tito Rodríguez dixit)) con esta frase emblemática que quedaba impregnada en la memoria del bailador bogotano: “¡Salsa y cultura hasta la sepultura!”

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