Leyendo a don Gustavo Adolfo, me quedé reflexionando acerca de la influencia que sobre el arte tiene la salud. Es posible que esta afirmación tenga algo de deformación profesional, pero es cierto. Los cuadros de Van Gogh no serían los mismos sin su enfermedad mental y el romanticismo no hubiera sido el mismo sin la tuberculosis.
Recordemos que un bacilo irrumpe con imprevista virulencia en el siglo XIX y que permanecerá invencible años y años, lo que va a influir decisivamente en la vida social, en la vida de relación, en las ideas, en las formas de vida. Este bacilo, con su frenética morbilidad hace que limite al ser humano su esperanza de supervivencia, hace que la sociedad se vea empujada a cambiar de actitud. Es la causa de que el hombre sustituya la reflexión por la pasión y acepta el hecho de que morir en plena juventud sea un favor que le otorgan los dioses. Y entonces decide vivir con un estilo distinto: el que corresponde a los elegidos. Es decir, entender el amor al estilo de los mitos paganos y, cómo ellos, pueden buscar la propia muerte como una exacerbación de la libertad. Este punto de partida es el caldo de cultivo para la poesía lírica que se funda básicamente en dejar constancia de la propia desdicha como catarsis inherente a un determinado estado de ánimo. Esa frustración se refleja en el teatro, la poesía y la novela moderna que se consolida a finales de ese siglo.
En España, el poeta José Cadalso, entroncado en la sociedad burguesa de su época, respaldado por la aristocracia y por los políticos más eminentes, prescinde de su mundo, de sus compromisos sociales y de un comportamiento elementalmente razonable, en su desesperación ante la muerte de la amada. Ella era la actriz Ignacia Ibáñez, mujer hermosa y de gran talento que muere inesperadamente de una afección bronquítica contraída en el teatro, ya desaparecido, de los Caños del Peral de Madrid. Además, fallece durante la ausencia del poeta que por razones de su profesión militar se encuentra en África. Este suceso doblemente triste se transforma en pura tragedia romántica cuando a los pocos días Cadalso regresa a Madrid. Profana la tumba de su amada que se hallaba en la iglesia de San Sebastián de la calle de Atocha, la desentierra y llora sobre su cadáver ya en descomposición. Inmerso en este dolor escribe Las Noches Lúgubres. Con este libro se inicia en España el movimiento romántico.
Más adelante, con la muerte de Gustavo Adolfo Becker en su piso de Claudio Coello, víctima del mal del siglo, desaparece de escena el último romántico. Creaciones prototípicas del espíritu romántico de aniquilación surgieron por todas partes y el amor se sublimiza, pero el personaje más presente, el personaje en eterna discordia, era la muerte. Curioso que los héroes románticos sean una consecuencia histórico-sanitaria. Que todo un movimiento que revolucionó la literatura y la forma de ver la vida de una gran parte del mundo fuera originada por algo tan diminuto. Ya lo decía mi madre: no hay enemigo pequeño.