Frente a las dificultades que diariamente nos abruman y en los tiempos de zozobra que vivimos, hay un remedio mágico, la poesía. Esa totalidad, esas palabras entrelazadas que son música y pensamiento, ese pedazo de tiempo que arrancamos a la muerte, esa urdimbre de voces y versos que tejen el tapiz de la vida y que pueden ayudarnos a rellenar nuestro vacío interior, borrar nuestros temores y hacernos más felices y más fuertes.
Gabriel Celaya la definió como "un arma cargada de futuro" y la consideró tan necesaria
"(...) como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces/
por minuto"
("Cantos Iberos", 1955)
Es decir como la respiración y el alimento. Estoy de acuerdo con él, pero creo que además es "un arma cargada de presente". Lo he comprobado hace unos días. Me he dado cuenta de su poder para quitarnos el miedo y unirnos en emociones y sentimientos a través de las palabras compartidas.
Ha sido en un acto de la semana cultural del pueblecito que habito. Un pueblo de 3.170 habitantes, de los que un 20% son emigrantes (según censo de 2023). Está situado en el sudeste de la Comunidad de Madrid, en la comarca de las Vegas, junto al río Tajuña. El acto, un recital poético, se celebró en el Centro Cultural San Blas, domiciliado en una de las calles principales del pueblo, la Mayor Alta, junto a una fuerte abrevadero de 1906, llamada del Cuartel o del Pilar, porque en él están los tres caños de los que mana un agua de manantial fresca y abundante. Un lugar agradable para la charla, el compadreo o para saborear una caña o un café en las terracitas próximas.
Es un edificio moderno, acogedor y bien acondicionado donde se centralizan la mayor parte de las actividades culturales de la localidad. La que voy a reseñar tuvo lugar en su salón de actos, un espacio de medianas dimensiones, asientos cómodos, buena iluminación, excelente audición y un amplio escenario. Había sido hermoseado para la ocasión con floridas macetas y perdían de sus paredes interesantes y diversos cuadros de varios pintores locales, se acababa de inaugurar una exposición.
A la hora fijada, las siete de la tarde, nos dispusimos a iniciar el acto. La sala estaba llena, mujeres y hombres de variadas edades y de distintas circunstancias vitales se habían reunido dispuestos a regalarnos su tiempo y a escuchar a mi vecina y amiga Teresa, que me presentaba, y a mí. Sentadas en el escenario, tras una amplia mesa con tapete rojo, rodeadas de macetas, teñidas de primavera, con la luz tamizada en la sala y una luz cenital sobre nosotras, con nuestra mejor voluntad y deseos de agradar, comenzamos en medio del silencio y de cierta expectación.
Después de una breve reseña, Teresa, con sentido, sentimiento, perfecta dicción y la debida entonación, comenzó a desgranar mis poemas: "El último racimo", "La casa vieja ", "Naturaleza vegetal" y algunos más. Salían de su alma: sus labios amorosos, su cara iluminada, sus ojos luminosos. Había hecho suyos mis poemas y ahora brillaban más. Yo la escuchaba encandilada, y asombrada por haberlos escrito. Sonaban tan bien... El público, seducido, disfrutaba. Una vez más constaté que el hecho creativo, cuando se da a conocer, pertenece a quien lo observa y lo disfruta tanto como a su autor.
Llegó mi turno e inicié la lectura. Eran poemas de mi último poemario, de cada una de sus seis partes. Los había líricos, narrativos y filosóficos, y trataban del amor y el deseo, el tiempo y la ancianidad, la naturaleza y los seres que la habitan, la vida y la muerte. Entre ellos: "Deseos", "Día de difuntos", "Sobre el río", "Supo volar", "La paseante", "El paseo". En algún momento del recital vi que alguien lloraba recordando a quienes días antes nos habían dejado. Me di cuenta que en la sala se habían asentado el dolor y la nostalgia. El COVID y sus secuelas hicieron mucho daño. Los versos servían de consuelo.
Recojo algunos de ellos:
DESEOS
Deposita tu palabra
entre mis manos
que yo la haré volar
porque quiere ser libre.
Deposita tu alma
entre mis manos
que si es pájaro herido
yo le daré cobijo. (...)
SUPO VOLAR
En mi patio,
espacio breve de mi libertad
estos días de encierro,
encontré un esqueleto,
armonioso encaje
de livianos huesos,
que tuvo plumas y alas
para poder volar.
Con un poema
y el "cant dells ucells"
lo resguardé en la tierra
bajo mi rosal blanco,
y mientras lo enterraba
recordé a tantos
que se van sin versos,
sin música, sin un amigo,
ni una sola flor.
("Caricias y Cantares")
Un halo mágico recorría la sala mientras la poesía la envolvía; ni una tos, ni un papel abriendo un caramelo, ni móviles sonando o lanzando destellos, sólo atención, emoción y silencio. Fue también para mí una catarsis, una suspensión en el tiempo, un olvido del mundo que me rodeaba.
Terminé con unos breves poemas de mi última suite dedicados a "los álamos que sobre el horizonte atrapan mi mirada". Son mis compañeros. Los veo todas las mañanas desde mi balcón, para ellos es mi primer saludo, y mi despedida todas las noches antes de cerrar las contraventanas.
Habían pasado casi dos horas y la gente seguía en espera. Nadie se movía. Se encendieron las luces, nadie preguntó. Sentí una emoción compartida, la poesía había cumplido su misión, nos había unido en un mismo sentimiento, nos había devuelto la serenidad, nos había rearmado.
Tras los aplausos y los ramos de flores, vinieron las firmas de mis libros. Con placer y agradecimiento infinitos dediqué algunos a quienes no habían leído nunca un poema y ahora ansiaban hacerlo. Le habían perdido el miedo a la poesía.
- Nos han conmovido los suyos - me dijeron.
Sellé las dedicatorias con el lugar y la fecha:
Perales de Tajuña, 26 de abril de 2024
Y "agradecí a las musas el don de la palabra que puede dar consuelo".
Mientras me dirigía a mi casa, en noche ya cerrada, llena de esperanza, me reafirmé en la idea de que "la poesía es un arma cargada de presente", que deberíamos usar con más frecuencia.
"Atrapar el silencio y el ruido y hacerlos florecer".