La mirada de Ulisas

Odio, resentimiento, rencor, a la hostilidad, enemistad o deseo de dañar

Bella Clara Ventura
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LA MIRADA DE ULISAS, con su alma en vilo, anhela filosofar sobre un sentimiento bajo y ciertamente ignominioso que ha hallado nido en la Humanidad: el odio. Mal llamado odio gratuito. En realidad, siempre es gratuito, ya que ninguna razón resulta válida o suficiente para sentir odio hacia el semejante, aunque sea diferente. El encono se torna idea o acción alojadas en el pensamiento y en el actuar. Responde a una emoción prolongada sin control. Los ojos de Ulisas insisten en el concepto de duración porque se supone que la emoción se presenta de manera transitoria o momentánea. El odio y todos sus sinónimos, que no son pocos, calan hondo cuando una persona se permite acogerlos en su seno. Les acomoda un refugio en el corazón. Se adoptan mutuamente para lograr el binomio perfecto de lo inhumano. Responde a aquellas sombras ya denunciadas en La Caverna de Platón. Vibración que cambia el amor por el odio. Se cuela en los individuos como en los pueblos que abandonan el efecto y afecto de  empatía como expresión solidaria con el otro. El desamor y el odio se conjugan. Atañe a algo molesto que se lleva en el adentro, porque no podemos dar si no de lo que cobijamos en el interior. La palabra odio originaria del latín; odium, bien conocida en variados tiempos y culturas, se refiere al resentimiento, rencor, a la hostilidad y por ende a la enemistad o al deseo de dañar cuando busca el enfrentamiento con el sujeto o el objeto odiado o des…preciado.  Se puede pensar que surgió una bella consideración antes de que se sustrajera para convertirla en desprecio. Por ejemplo: cuando se ha amado intensamente a alguien y por x o y motivos se siente una de las partes defraudada por la otra, el odio borra el sentimiento noble y enaltecedor que antes tuvo lugar en la relación, lo transforma en rechazo. Asunto que no se justifica ya que cada persona posee la libertad de escoger con cuáles sentimientos se queda o permanece. En cada individuo según su trabajo interior personal radica la selección. Todo ser humano debe y puede ser dueño de sus actos, sus pensamientos y de los sentimientos que lo animan. Tenemos un timón íntimo que sabe llevar a buen o mal puerto cada acción o sensación. En nosotros radica la dirección que les queramos indicar a nuestra mente y a nuestro espíritu. En este último se vislumbra la senda al mundo emocional donde se hospeda todo tipo de pasiones, el odio también halla su morada cuando se le autoriza su lugar. Es lo analizado por el atisbo fisgón de Ulisas; hay quienes lo acarician como un bien a pesar de saber que es un mal, que a todas luces produce malestar, inclusive para quienes se lo autorizan en su diario vivir. El individuo quien lo padece acusa fastidio, pero también el entorno percibe las manifestaciones del odio al sentir su hastío. Curiosamente, el aborrecimiento se nutre de sí mismo al intensificar su densidad. Peso que aumenta su tamaño al permitir desbocar percepciones de disgusto hacia el supuesto enemigo. La historia nos señala demasiados episodios de odio que han terminado en guerras infernales con muertes de innumerables inocentes. El ego desenfrenado actúa como un componente en la jugada del odio. Se nutre de conceptos y prejuicios que distorsionan la realidad, pero dan la fuerza para actuar en favor del abyecto sentimiento, que tantas veces se inventa razones para incrementar la rabia o el delirio para perseguir al adversario con saña. Elemento o ingrediente avisado que sabe cómo interceder para incrementar el descontento que se fragua ante la persona detestada o los grupos étnicos condenados al ostracismo o al descarte, como suele ocurrir con las razas o con las religiones, por solo citar dos móviles que crean discrepancias. Se resisten a entablar un diálogo para llegar a acuerdos. El odio cuyo ingrediente principal puede ser la rabia (muchas veces la propia) o la envidia se atienen a librar despiadados e injustos combates.  Desafortunadamente, repudian la tolerancia y el respeto, cualidades que nos llevan a la paz, alianza para la aceptación de la otredad. La mirada de Ulisas se oscurece cuando analiza la Historia Universal y se detiene en todos los conflictos generados por el odio. Figuras como Nerón, Calígula, Hitler y tantos otros monstruos adictos al odio, marcaron las páginas de la Historia con sangre. Únicamente podían estar motivados por el  abyecto sentimiento que llevaban en su jardín interior. Y no hace falta remitirnos al pasado para seguir viendo episodios de animadversión. Los tiempos parece que le dieran la razón a la mirada entristecida de Ulisas. Atisbo que viaja sin cesar por la condición humana donde no siempre se halla cómoda por saberla en hostilidades con aberrantes abominaciones. Las masacres del 7 de octubre le mostraron nuevamente lo que es capaz de cometer el hombre contra el hombre cuando deja que el odio abrigue sus designios y permite que el terror se adueñe de los actos.  El odio puede ser contagioso, si desde la cuna se enseña a odiar. Y se hace tan presente que el mismo Maquiavelo se debe estar revolcando en su tumba al saber de sadismos que su pluma desconoció. El avistamiento de Ulisas la lleva a horizontes donde el hombre crezca y anhele ver al prójimo como una fuente de conocimiento y no de desconocimiento ni de anulación de la otredad. Los corazones que apadrinan el odio viven peor. En cambio, la mirada de Ulisas sostiene, por ser tan vieja y sabia como el mundo, que quienes viven en amor incondicional o universal se hacen a una vida mejor y más luminosa.

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