A pesar del innegable éxito de la operación Tela de Araña lanzada por el ejército ucraniano, en que un número indeterminado de naves rusas han sido destruidas, surgen muchas dudas sobre el curso que puede tomar la guerra en los próximos meses, sobre todo debido a la negativa del presidente ruso, Vladimir Putin, a continuar con las negociaciones cara a cara con Ucrania y la abierta simpatía del presidente norteamericano Donal Trump con su homólogo ruso.
“La política rusa respecto a Ucrania lleva la impronta de Vladimir Putin. El presidente ruso no tiene ninguna intención de acabar la guerra, y no solo por codicia, necesita humillar a Ucrania y deseo de hacerla desaparecer del mapa, sino también por puro espíritu de supervivencia. Acabar la guerra es peligroso para Putin, y no solo por las numerosas dificultades para integrar las regiones conquistadas, sino también porque la paz supondría privar al régimen militarista ruso de su columna vertebral y el sentido de su existencia”, aseguraba con mucho tino la curtida periodista y experta en asuntos rusos Pilar Bonet en las páginas del diario El País.
Así es, ciertamente, el régimen ruso necesita esta agresión, la presencia de un enemigo, aunque haya sido creado artificialmente, para legitimarse, encarcelar a sus detractores, cerrar los medios de comunicación críticos, ilegalizar todas las organizaciones y movimientos disidentes dentro de la maltrecha sociedad civil rusa y perseguir, en definitiva, todo atisbo de contestación. Sin esta guerra, Putin ya habría sido seguramente cuestionado en la sociedad rusa, incluso entre sus partidarios, y la misma es la que alimenta su deriva autoritaria, la que justifica la dialéctica amigo-enemigo y sustenta todas sus arbitrarias decisiones.
Pero quizá en estos aciagos días, en que la ofensiva ucraniana parece detenida y ya reviste un carácter puramente defensivo, Putin ha cruzado el Rubicón.y ha ido más allá de sus pretensiones territoriales iniciales. Hasta ahora nos habíamos hecho a la idea de que Putin junto con Crimea se anexionaría los departamentos Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia, una reclamación que ya había sido aceptada como algo inevitable por algunos socios europeos de la Unión Europea (UE) y la administración de Trump, pero en estos días el Ejército ruso ha anunciado que han entrado por primera vez los límites territoriales del departamento ucraniano de Dnipró, ampliando sus objetivos más allá de los cinco departamentos anexionados oficialmente -y constitucionalmente- por Putin en el año 2022.
Los frentes están atascados, en plena guerra de desgaste, pero no cabe duda que Rusia tiene la iniciativa en los campos de batalla y en el terreno diplomático. Solamente la presión norteamericana, más concretamente de Trump, hizo posible que se abriera una ronda negociadora entre ucranianos y rusos, pero ahora los canales están rotos y el único resultado sobre el terreno fue un intercambio de prisioneros entre ambos contendientes, poca cosa si tenemos en cuenta el inquilino de la Casa Blanca había asegurado en pleno delirio electoral que resolvería el conflicto en “veinticuatro horas”. Putin ya no hace caso a Trump, ni a nadie, va por libre y continuará con su guerra tocando la lira como Nerón cuando ardía Roma.
En lo que respecta a la UE, también hay malas noticias para Ucrania. La reciente victoria del ultranacionalista Karol Nawrocki, en las elecciones presidenciales polacas, celebradas el pasado domingo 2 de junio, significa un duro golpe para Ucrania. Nawrocki es un firme partidario de Trump y ya ha asegurado que “primero Polonia, después Estados Unidos, luego la UE y Ucrania”, en una clara advertencia de que el apoyo actual a este país en guerra está en entredicho y que incluso la ayuda militar podría ser cuestionada. Polonia no es un aliado más de Ucrania, sino que constituye junto con los tres países bálticos -Lituania, Letonia y Estonia- y Finlandia- la primera línea de frente de la OTAN ante Rusia y han sido hasta ahora los mayores aliados en la escena internacional de Ucrania. Poco a poco, como vamos viendo, dentro de la UE comienzan a surgir grietas en el apoyo a la causa ucraniana y Moscú lo sabe, motivo por el cual, en su fortaleza política, pretende seguir ganando tiempo y dilatar el momento para unas negociaciones con Kiev. Junto con Hungría y Eslovaquia, los dos principales valedores de Putin en la escena europea, ahora se le podría unir Polonia. Las expectativas para Ucrania no son nada optimistas y el tiempo corre en su contra. Veremos qué pasa.