Crónicas de nuestro tiempo

El kit de emergencia

Todos recordamos aquella escena en el Parlamento cuando Pablo Iglesias, con su habitual teatralidad y su pose mesiánica, se dirigió al secretario general del PP, Teodoro García Egea, y le advirtió casi con solemnidad: "Ustedes no volverán a formar parte de un Consejo de Ministros". Muchos lo tomaron como una salida de tono, una bravuconada más. Pero pocos se detuvieron a analizar, con calma y precisión, el contexto, el momento político, la carga simbólica de la frase, el perfil del orador y el trasfondo de lo que se avecinaba.

Para quienes conocen el modo de operar de Iglesias, aquella advertencia no fue un arrebato. Fue una sentencia. Y cuando él sentencia, no improvisa: ejecuta una hoja de ruta, previamente solemnizada. Por eso Pedro Sánchez, que podrá ser muchas cosas menos ingenuo y justo, le guarda un respeto estratégico. Y por eso Irene Montero, pese a su continuo desgaste público, fue protegida contra viento, marea y sentido común.

Y ahora, pasamos del escenario político al terreno de lo distópico. La famosa “crisis ciudadana de 72 horas”, anunciada con la frialdad de una nota técnica por parte de varios gobiernos europeos, incluido España, remite a una amenaza que nadie se atreve a nombrar. Se pide a la población que se equipe con un “kit de emergencia”, como si viviéramos al borde del apocalipsis.

Hay una intención clara detrás del discurso: la preparación masiva para un evento que ya está planeado y en curso.

El “kit de supervivencia” no es una prueba de civismo. Es un test de estrés en vivo. Un ensayo general. El objetivo no es medir cuánta agua embotellada tenemos en casa, sino calcular el grado de colapso social ante un apagón integral y prolongado de los sistemas que sostienen nuestra civilización.

¿El escenario? Sencillo: sin energía, no hay luz, ni agua potable, ni transporte, ni alimentos frescos, ni tarjetas de crédito, ni gasolineras operativas, ni hospitales funcionales, ni comunicaciones, ni Internet, ni bancos, ni policía coordinada, ni ejército con capacidad de reacción. Nada. Solo la ley del más preparado.

En esas 72 horas de caos, los organismos de defensa y control -la OTAN entre ellos- analizarán el daño. El objetivo real: saber cómo respondería un continente entero ante un ataque silencioso, sin misiles ni bombas, sin ejércitos visibles, sin destrucción material inmediata, pero con una devastación invisible que paralice  por completo la estructura funcional del Estado.

¿Y qué pasa cuando se corta la luz, el agua, la comida, la sanidad, la policía, el ejército? Pasa que la gente, simplemente, pierde la cabeza. Y lo saben. Lo van a  medir con nosotros para utilizarlo contra otros. Porque una sociedad sin electricidad es una jungla sin ley en menos de tres días.

Y en ese contexto, el ejército -incomunicado, desorientado, sin energía ni órdenes fiables- no sirve más que como figurante de una tragedia escrita de antemano.

La guerra del futuro no se ganará con bombas ni tanques. Se ganará en los enchufes, en los servidores, en las redes neuronales de la logística.

Imagina una guerra sin fuego, pero con un país entero sumido en la oscuridad: radares inútiles, misiles mudos, drones ciegos, aviones sordos y soldados impotentes. Un escenario más letal que un terremoto, más incontrolable que un tsunami, más persistente que una erupción volcánica.

¿Como sucederá esto y cual será el impacto?. Evidentemente, hay un acuerdo tendente a probar un arma secreta, como lo fue en Yugoslavia cuando la Alianza Atlántica con bombas de grafito afectaron sin causar daños materiales, a cinco centrales eléctricas que dejaron sin luz, agua, gas y comunicaciones, al 70% del país, sumido en el miedo.

La pregunta del millón es: ¿Nos estamos preparando para neutralizar todo el armamento nuclear y convencional de Rusia, en previsión de un ataque contra Europa que podria ser inminente y terrorifico?

Los datos que salgan de ahí -quién se colapsa primero, qué ciudades arden antes, qué gobiernos se sostienen- van a servir para mejorar y  planificar el control post-colapso.

Si la pregunta es afirmativa, la prueba procede y el objetivo -salvo para los retrógrados rojos y desorientados o mesiánicos que tanto daño hacen al mundo- es prudente, conveniente y preventivo.

Y mientras todo esto se ensaya a la vista de todos -aunque nadie quiera verlo-, en España seguimos entretenidos con la vieja fórmula: culpar a Franco, Ayuso, Vox, el PP y el Emérito de absolutamente todo, para a su vez distraer la corrupción del gobierno, mientras el Chef del Constitucional, elabora la mayor acción delictiva jamás ocurrida en España, para llevarnos con la pusilanimilidad del lider de la oposición, a un nuevo escenario del sueño dorado de Zapa y Perico de nación de naciones.

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