Al hilo de las tablas

Jarocho

La tarde se estaba queriendo meter en agua, la amenaza de lluvia se cumplía por momentos, cuando se acercaban las siete de la tarde, hora del comienzo de la primera novillada de San Isidro. 

El público que poblaba los pasillos de la plaza, deambulaba con inquietud, mientras evitaba ocupar su mojada localidad. Con todo, era una tarde típica de novillada: el público que nunca va, el aficionado madrileño que nunca falta y los provincianos que vamos en contadas ocasiones. En el compás de espera se podía deducir la presencia de manchegos de Cuenca, tras la pista de Alejandro Peñaranda; y comprobar cómo burgaleses y salmantinos hacíamos lo propio con Jarocho e Ismael Martín. 

La novillada que esperaba en los chiqueros, llegada desde los campos gaditanos de San José del Valle, era más grande que redonda y algunos traían el preciado fruto de la casta y la nobleza, encapsulada en una dura corteza de genio y aspereza. 

Los primeros compases de la tarde hicieron presagiar lo peor para un espectáculo taurino: frialdad, tedio, animales que no lucen y toreros que no se acoplan. Todo lo remató el tercer novillo, que cuando salía de rodillas del caballo suplicaba a gritos su vuelta a los corrales, el presidente accedió. La tarde pedía paciencia, la misma que le faltaba a un grupo de pakistaníes que abandonaba los tendidos en numeroso grupo.  

Fue la compuesta actuación de Jarocho, ante un sobrero de la nueva ganadería de Villanueva, la que le cambió el rumbo a la tarde; la vuelta al ruedo tras una gran petición de oreja, hacía presagiar que aquello podía cambiar. Y cambió. 

El jabonero que hizo cuarto se movía mucho, daba a entender que estaba de broma, Alejandro Peñaranda se puso serio con él, aguantando una soberana voltereta y dejando claro que atesora muchas cualidades de las que tiene que tener un torero para poder abrirse al futuro. Una oreja de ley nos dejó la buena sensación que producen las ganas de volver a verlo. 

Una gran cualidad humana es la capacidad para crecerse ante la adversidad, Ismael Martín dejó la más implacable muestra de atesorarla de manera tajante.  El salmantino del pueblo de Cantalpino, supo rehacerse en un vibrante tercio de banderillas y tener paciencia en un trasteo con el que entusiasmó al respetable en sus últimos compases, que precedieron una rotunda estocada, desatando al público en la petición de oreja, debidamente atendida por el palco. Lo que conforma un buen preámbulo de cara al día de San Pedro en Burgos en la que tomará la alternativa en un cartel de banderilleros, con el Fandi y Manuel Escribano.

La tarde se había despejado, el sol lucía por encima de las andanadas, nos habíamos entretenido de forma inusual con tres actuaciones seguidas que habían tenido su recompensa.  Todos nos dábamos por conformes, menos Jarocho, que salió de entrega y paciencia ante un novillo, que estaba dispuesto a venderle la piel cara. Y el de Huerta del Rey se la compró, dispuesto a pagársela con la posible cornada, tras los espantosos derrotes que le pegó al quererlo ligar de muleta, con verdad y torería.  Estar en novillero le valieron unos “olés” tan sinceros como lo que el novillero hacía en ruedo. El novillo finalmente devolvió la franqueza con la que había sido tratado, permitiendo unos clamorosos naturales al final de una faena, que, tras una eficaz estocada, remató la tarde en triunfo. Un triunfo del que también nos hicimos eco al hacer saludar montera en mano al padre del torero, el banderillero de sienes plateadas Roberto Martín “Jarocho”, tras un lucido tercio de banderillas. 

La tarde se tiñó de alegría con los colores del aguante y la entereza, donde Jarocho se llevó la mejor parte, con absoluto merecimiento; dejándole marcado un largo camino para el resto de su deseada larga carrera profesional.

Más en Opinión