A lo largo de más de doscientos años de historia parlamentaria, más de un centenar de farmacéuticos españoles han estado presentes —aunque de forma intermitente— en las Cortes, el Senado y otras instituciones representativas. Su participación política, que comienza en las Cortes de Bayona de 1808 y llega hasta la democracia actual, constituye un testimonio singular del peso social e intelectual que la profesión farmacéutica ha tenido en nuestro país. Sin embargo, esa presencia, tan significativa en otros tiempos, ha ido desvaneciéndose hasta casi desaparecer en las últimas legislaturas, reflejo de una pérdida de influencia que merece ser recordada y comprendida.
El primer farmacéutico parlamentario del que tenemos constancia fue José Garriga Buach, representante en las Cortes de Bayona. No hubo, en cambio, farmacéuticos en las Cortes de Cádiz, lo que indica que la composición de aquella cámara —dominada por juristas, militares y eclesiásticos— apenas dejaba espacio a las profesiones sanitarias.
Hubo que esperar al Trienio Liberal (1820-1823), bajo el reinado de Fernando VII, para que regresaran a la vida política. En esa época encontramos nombres como Simón de Rojas Clemente y Rubio, botánico y naturalista de gran prestigio, o José Melchor Prats y Solá, ambos comprometidos con la modernización del país y con la educación científica.
Esa etapa —la de finales del siglo XIX y principios del XX— fue, sin duda, el momento de mayor protagonismo político de la profesión. Figuras como Pedro Calvo Asensio, político, periodista y escritor; Eduardo Chao Fernández, ministro de Hacienda y destacado krausista; o Antonio María Fabié Escudero, senador y gobernador del Banco de España, encarnan a una generación de farmacéuticos cultos, ilustrados y comprometidos. En ellos se mezclaban la ciencia, la literatura y la política, reflejo de una España en transformación. También merece mención especial José Rodríguez Carracido, una de las mentes más brillantes de la ciencia española, que llevó la voz de la Farmacia al Senado y a las academias.
Durante la Segunda República, la figura más destacada fue sin duda José Giral Pereira, profesor universitario, ministro de Marina y, posteriormente, presidente del Consejo de ministros en los primeros días de la Guerra Civil.
El periodo franquista cambió por completo el panorama. Las Cortes de la dictadura no fueron un parlamento democrático, pero sí contaron con procuradores farmacéuticos de reconocido prestigio profesional y social. Entre ellos se encuentran Ernesto Marco Cañizares, Juan Abelló Pascual o Agatangelo Soler Llorca, que, desde sus respectivas responsabilidades, mantuvieron vivo el espíritu de servicio público y la defensa de la profesión en tiempos difíciles.
Con la Transición y la democracia, los farmacéuticos regresaron a la política representativa. Destaca Julia García-Valdecasas, también ministra de Administraciones Públicas, o Rosa Nuria Aleixandre i Cerarols, senadora, Sin embargo, desde la décima legislatura (2011-2016), la presencia de farmacéuticos en el Parlamento se ha reducido de forma drástica. Apenas se cuentan un par de nombres, y la excepción notable es la de la actual presidenta del Congreso de los Diputados, también farmacéutica, que le ha tocado la difícil tarea de apoyar la supervivencia de un ‘gobierno franquestein’ y mantiene un triste paralelismo con José Garriga, en las Cortes de Bayona, apoyando a José Bonaparte.
Esa escasez reciente no es un hecho menor. Refleja una pérdida de peso político de las profesiones sanitarias, porque les ocurre también a los médicos, que antaño fueron un referente de ética, cultura y preparación técnica. Su desaparición de los escaños es, en cierta medida, un síntoma de los nuevos tiempos: la política se ha llenado de especialistas en comunicación y de funcionarios del partido, mientras que las profesiones liberales se repliegan a sus campos técnicos.
Rescatar la memoria de los parlamentarios farmacéuticos no es solo un ejercicio de nostalgia. Es también una forma de reivindicar el valor de la preparación, el rigor y la independencia intelectual en la vida pública. Todos ellos representan una misma tradición: la del farmacéutico que entiende su oficio no solo como dispensación de medicamentos, sino como un compromiso con el bien común y la salud moral de la sociedad.