Las raíces del tiempo

Existo, luego decido

El francés René Descartes hizo un planteamiento filosófico que se convirtió en la base fundamental del racionalismo occidental, su frase en latín cogito ergo sum se traduce como: pienso, luego existo. Aunque la frase es de Descartes, el también filósofo griego Aristóteles desarrolló con detalle esta idea en su libro Ética a Nicómaco, la base principal del argumento es que si percibimos lo que hacemos y sabemos que lo percibimos, sabemos que somos, que existimos. 

Este claro fundamento de la vida humana, que formuló el filósofo Descartes, lo utilizo para desarrollar el presente artículo en otra vertiente porque, si existimos, estamos obligados a decidir constantemente a lo largo de nuestra existencia. Ya hablé en otro artículo anterior de pararse a pensar, decidir y actuar, sin embargo, el presente desarrollo está exclusivamente referido a la decisión. 

El tema de las decisiones es tan complejo como resbaladizo, y realmente lo es porque cada persona es un ser distinto de otro, no hay dos personas iguales en su interior, todos tenemos una forma de interpretar las cosas, poseemos formación y conocimientos distintos, sentimos las cosas de forma diferente, tenemos emociones, sentimientos y caracteres que nos diferencian, la personalidad de cada cual es algo siempre desigual. Actúa también en este difícil campo de las decisiones el estado de ánimo que puede cambiar de un momento a otro. Esto es así porque las circunstancias nos influyen, la enfermedad, el descanso, las buenas o malas noticias, los temas familiares, los problemas de trabajo, es decir, el estado de ánimo nos puede motivar o desmotivar y ello tiene su influencia en cualquier tema a decidir. Ahora bien, conocidas estas premisas principales y diferenciadoras, hay cuestiones objetivables que pueden ser consideradas para que las decisiones importantes se tomen con el mejor criterio, es decir, para que las cosas nos salgan lo mejor posible. Obviamente hablo de las decisiones a tomar en los entornos de normalidad, en situaciones de riesgo o en circunstancias especiales hay que decidir de acuerdo con el momento. Si la casa arde lo mejor es salir corriendo, o si estamos inmersos en una peligrosa aventura la intuición nos guiará por el mejor camino de salida. 

Considerando el plano individual de las personas la vida es un dilema permanente. Continuamente estamos tomando decisiones, diariamente actuamos sobre cosas irrelevantes que no tienen trascendencia, que son rutinarias y habituales, y que son las que ordenan nuestro día a día. Sin embargo, hay otras decisiones que sí son muy importantes y que nos afectan en el futuro, realmente son decisiones trascendentes para nuestra vida. Cito de ejemplo del país o ciudad en donde queremos vivir, si queremos pareja o no, qué pareja elegimos, si queremos tener hijos o no, si contraemos matrimonio o no, si nos divorciamos, qué estudios acometemos, o qué oficio elegimos, si estamos seguros de nuestra vocación, si cambiamos de trabajo, y otras muchas decisiones que conforman la dirección que damos a la vida. La realidad es que cada cual es creador de su propio destino. En esas encrucijadas en las que muchas veces nos encontramos, la vuelta atrás no es posible porque la decisión tomada es errónea y, por lo tanto, la valoración del criterio con el que actuamos toma mayor peso; obviamente, esto nos obliga a una reflexión previa más consistente y a no tomar las cosas a la ligera dada su transcendencia final. 

Días antes de una charla que di sobre este tema, una de mis hijas me envió un recorte de periódico con una viñeta de un dibujante cuyo nombre no recuerdo, en ella se veía un paciente tumbado en el sofá de un psiquiatra. El paciente le está contando a su doctor que tiene una vida muy complicada, porque no le gusta su trabajo, no le gusta la casa en la que vive, no se lleva bien con su mujer, le gustaría cambiar de país de residencia, en fin, después de una retahíla de disgustos personales le pregunta: ¿Qué tengo que hacer o tomar para ser feliz? Y el médico le responde: Debe tomar decisiones.

En este ámbito del que hablamos, hay una máxima de inicio que el filósofo Fernando Savater explica muy bien en su libro El valor de elegir. “Ineficaz e inútil es dejar para más adelante lo que, más adelante, será tan difícil o imposible de hacer o solucionar como hoy”. Esto nos plantea una cuestión principal, cuál es que las decisiones en sí mismas hay que planteárselas como un principio de solución, sin dejarlas para momentos posteriores en el tiempo. Otra máxima principal que conviene recordar es si nos movemos por instinto, como los animales que buscan satisfacerlo, o actuamos dentro de las capacidades de los individuos, y acertadamente tenemos que concluir que las personas estamos dotadas de un cerebro que analiza y valora cuánto queremos hacer, la vida que queremos llevar, los planes a acometer, etcétera, y estas opciones, a veces caprichosas, las tomamos en completa libertad dado que los individuos deciden según sus propias convicciones, claramente somos intencionados porque elegimos el camino que queremos. 

La realidad de esta cuestión es que identificado un problema, aplicada nuestra inteligencia y el conocimiento para situar bien la verdadera naturaleza y las posibles alternativas que tiene, elegimos y posteriormente decidimos y actuamos. Evidentemente, hay que procurar que las decisiones sean posibles y arreglen el problema, a veces con algunos riesgos importantes, como sucedía en un cuento del medievo del Libro de los gatos, del fraile inglés del siglo XIV, Odón de Cheriton, fábula que recogió Covarrubias y puso de actualidad Samaniego y también Lope de Vega en un poema. El tema de fondo era que un grupo de ratones, que estaban siendo asediados por un gato celoso de su deber y que no les dejaba en paz, para buscar soluciones tomaron la decisión de reunirse en un congreso. El ratón más espabilado del grupo dijo que lo mejor sería ponerle un cascabel al gato y así le oirían llegar cuando atacara; la cuestión final quedaba en quién de ellos era capaz de hacerlo. No cabe duda de que ciertas decisiones requieren la valentía suficiente para tomarlas, porque son decisiones que tienen su complejidad, pero quien tiene el problema y encuentra la solución debe ser capaz de implementarla, de lo contrario todo quedará en nada y la situación persistirá. 

En el análisis de las decisiones debe considerarse siempre cuál puede ser la respuesta que podría venir después, es decir qué complicaciones nos puede acarrear el criterio tomado y sus efectos secundarios. Esto sería como una jugada de ajedrez, que debe meditarse para averiguar adónde nos llevará el movimiento de la pieza. La teoría del iceberg es también aplicable, porque el bloque de hielo flotante solo muestra entre el diez y el quince por ciento de su volumen, el resto permanece escondido y podría ser lo que complique la decisión que tomamos. De todo esto se deduce que una de las características principales para decidir es tener toda la información necesaria, y pensar en los pros y contras que tiene el camino que estamos decididos a tomar; para formar criterio es preciso saber todo lo que rodea al dilema que tenemos, o a la preocupación que nos invade, para ello debemos ser muy analíticos y no actuar con la precipitación a la que muchas veces nos conduce un momento de impulso incontrolado. 

La personalidad de cada cual es algo fundamental cuando tomamos decisiones. En la personalidad intervienen esas condiciones innatas en los seres humanos a las que llamamos temperamento, también entra en juego el carácter, que se va formando con el temperamento y toda la educación que vamos recibiendo desde que nacemos, y por último, también hay que considerar las experiencias. Todo ello nos hace tener particulares reacciones a la hora de enfrentar cualquier situación, que pueden ser prontas, sosegadas, moderadas, irritantes, y sobre todo guiadas por la intencionalidad, en este punto vuelvo a la primera parte de mis reflexiones al principio del artículo, en donde decía que somos completamente distintos unos de los otros, la diversidad de las personas es justamente el atributo principal de nuestra libertad, cada cual siente y actúa como quiere. 

Hay una cualidad en muchos casos innata en los seres humanos, que siempre me ha parecido la más importante a la hora de enfrentar los temas generales y cuestiones esenciales para la vida, me refiero a la inteligencia emocional, que la considero por encima de cualquier otra cuestión para interactuar con éxito entre las personas. La inteligencia emocional es decisiva y juega un papel trascendente en cualquier dilema que haya que tratar. El primero que trajo al uso este término fue el psicólogo, redactor científico y profesor norteamericano Daniel Goleman, que en un maravilloso libro —que fue best-seller mundial—, apoyándose en importantes estudios e investigaciones del cerebro, llegó a la conclusión de por qué hay personas que tienen un coeficiente intelectual muy elevado y fracasan en sus vidas, mientras que otras con inteligencias más generales triunfan abiertamente. 

El investigador cuenta en las dos primeras páginas del libro una curiosa anécdota que sirve de entrada y forma parte del desarrollo de sus conclusiones; comienza Goleman diciendo que en una tarde calurosa de agosto en Nueva York, uno de esos días de temperatura incómoda en la que la gente está malhumorada, cuando se dirigía a su hotel tomó un autobús y le sorprendió la cálida bienvenida del conductor. Era un hombre de raza negra de mediana edad que esbozaba una sonrisa entusiasta, ¡hola, cómo está! Este saludo lo recibían todos los pasajeros que entraban mientras que el autobús hacía su recorrido por el intenso tráfico. No obstante, aunque todos los pasajeros eran tratados de igual manera muy pocos devolvían el saludo, quizás por lo irritante y sofocante del día. A medida que el autobús iba haciendo su trabajo parando y recogiendo gente, —sigue relatando Goleman—, el conductor inició un diálogo consigo mismo en voz alta con la intención de que le oyeran todos, en el que iba haciendo comentarios de las escenas que pasaban por las avenidas. Los estrenos de cine, las rebajas de los grandes almacenes, las exposiciones de los museos, el bullicio de las calles, etcétera. Esta acción informativa fue cambiando el talante de los viajeros quitándoles el malhumor con el que entraban, hasta el punto en que cuando se bajaban del autobús el conductor les despedía con un ¡hasta la vista!  ¡Que tenga un buen día! Y todos ya respondían con una abierta sonrisa. Concluye Goleman con la apreciación de que aquel conductor era conciliador, tenía el poder de aplacar los ánimos y abrir un poco los corazones de los pasajeros. 

El libro de Goleman es una joya que ha servido de base para estudios de todo tipo durante muchos años; en su lectura encontramos la influencia que tienen las emociones y los sentimientos en la toma de decisiones, viene a poner sobre la mesa y debatir el viejo arquetipo conocido por todos de la cabeza y el corazón —razón y sentimiento—, cuestión en la que cada persona debe encontrar la forma de conciliar sus efectos. En mi experiencia personal de muchos años siempre me ha parecido que a la hora de abordar los temas en los que había que decidir, sobre todo si los asuntos eran desagradables o complejos, lo más importante no era el tema en sí, sino las formas que había que utilizar para plantearlo y buscar la solución. En ello está una parte importante del éxito. 

Resulta conveniente, cuando la cuestión a decidir es muy importante, no solo pensar en el tema en sí mismo y dejar el análisis en el pensamiento, sino plasmar en un papel los pros y contras del asunto para visualizarlo con todas sus consecuencias. Conforme aumenta la complejidad de la vida que llevamos, aumenta también la complejidad de las decisiones y la forma en que las tomamos. En muchos casos se decide instintivamente y de forma rápida asuntos que requerirían buena información y análisis reflexivo, es algo así como decidir por impulsos y esto puede llevarnos a importantes sorpresas. 

También conviene saber que en muchas ocasiones un exceso de análisis sobre el problema, y en consecuencia un exceso de soluciones nos puede llevar al colapso, que significa la falta de decisión en el momento oportuno. A veces tenemos muy cerca la mejor salida y nos empeñamos en la búsqueda de otras posibles. Aquí me viene al recuerdo una antigua fábula atribuida a Esopo sobre la zorra y el gato con la que termino el artículo: 

“Cuentan que en el bosque una zorra y un gato hablaban de la mejor forma de escapar de los perros cuando estos les atacaban. Tengo muchas maneras de escabullirme —alardeaba de su astucia la zorra—; yo solo tengo una —le contestó el gato—, corro y me subo al primer árbol que encuentro. La zorra tomó de nuevo la palabra y le contestó al gato, yo salgo corriendo y unas veces voy camino del río en donde los perros pierden la pista cuando entro en el agua, otras veces corro hacia la montaña en donde hay cuevas para esconderme, y otras me voy al bosque en donde me pierdo entre la maleza de las vaguadas. Estaban en estos comentarios cuando no muy lejos se oyó un cazador con una jauría que se acercaban. El gato trepó rápido al primer árbol que se encontró y los perros no pudieron seguirle. La zorra comenzó a correr hacia el río, a mitad de camino cambió de idea y se dirigió al bosque, al poco tiempo de correr se le ocurrió que el mejor sitio serían las montañas y cuando iba hacia ellas en minutos cambió la dirección y se volvió de nuevo al río. Con tantas indecisiones los perros la alcanzaron y ante ellos sucumbió.”

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