Recomiendo la lectura de la muy interesante entrevista realizada por Diego Sánchez de la Cruz al investigador y sueco Waldenstrom. En ella se trata el tema de la evolución de la desigualdad y la riqueza en Occidente.
Aquellos que me hayan leído recordarán que sostengo, en base a las evidencias disponibles, que los estados de gran tamaño caracterizados por la voracidad fiscal, elevados y recurrentes déficits públicos, un enorme endeudamiento público, y un asfixiante intervencionismo, producen estancamiento económico y no reducen las desigualdades. Esto es lo que está sucediendo en Francia, Italia, o España desde hace años.
Esta afirmación está en línea con lo constatado por el reputado economista sueco Waldenstrom en sus investigaciones. Según sus estudios, en los últimos cien años, la igualdad en Occidente ha crecido gracias al mercado y al capitalismo. La riqueza se produce en mayor cantidad y de forma mejor repartida en las sociedades con sólidas instituciones democráticas, con un estado contenido y una fuerte economía de mercado caracterizada por la innovación y el acceso generalizado a servicios de calidad en materia de educación y de salud.
Cuando se dan estas condiciones, la mayor parte de la sociedad mejora y se enriquece a la vez que menguan las diferencias entre las élites y el resto de la población. Esto lo prueba el hecho de que hace un siglo el 75% de la riqueza estaba en manos del 10% más rico, mientras que hoy en día solo el 25% de la riqueza está en manos de esa élite. Además, la riqueza total ha crecido un 700% desde entonces, y en el camino, el 90% de la población ha pasado de amasar el 25% al 75%. Vemos por lo tanto que las desigualdades se han reducido muy notablemente en las sociedades más capitalistas de Occidente, pero sin perjudicar el crecimiento dado que todas las capas sociales son mucho más prósperas.
El caso de Suecia es interesante dado que España está siguiendo con retraso la misma senda que este país escandinavo a lo largo de los 60 y 70, camino que terminó en fracaso y que se tuvo que desandar. En esos años Suecia aplicó políticas muy intervencionistas y antimercado. En aquellos años se veía a los ricos con desconfianza y se promovía un modelo estatista e igualitarista que produjo malos resultados pues hundió el crecimiento y generó alta inflación. El resultado fue un menor desarrollo económico, y mayor pobreza y desigualdad. No es casualidad que sea esto lo que está sucediendo en España desde 2011, y aceleradamente desde 2018.
A partir de finales de los 80 Suecia dio marcha atrás y adoptó reformas de mercado que facilitaron un fuerte crecimiento económico y gracias a esto una gran proporción de la población pudo acceder a la propiedad de activos inmobiliarios y financieros. Más mercado, y menos impuestos y regulaciones, es decir menos estado, produjo dos cosas notables, más riqueza, pero también más igualdad. Conviene destacar que el paro y la inflación son los principales vectores de la desigualdad y la pobreza, y ambos fenómenos son mayores en las sociedades que apuestan por el estado y contra el mercado, como es el caso de España.
Prosigue el economista sueco afirmando que es un grave error demonizar a los ricos porque las personas de gran patrimonio suelen ser empresarios innovadores que han creado en competencia los bienes y servicios que disfrutamos generando en el proceso riqueza para sí mismos y para la sociedad, además de empleo productivo y sostenible.
La competencia es fundamental pues es el medio por el cual la sociedad crea los mejores bienes y servicios al mejor precio, elevando de esta manera el nivel de vida del conjunto. Asimismo, la competencia es la puerta del ascensor social pues muchos de los más ricos de hoy no son los de hace 15, 20, o 30 años.
Este economista sueco argumenta con razón que mayores oportunidades para una mayor proporción de ciudadanos no se consiguen confiscando el patrimonio de los ricos sino facilitando el enriquecimiento de la mayoría mediante el mercado y la excelencia en la educación. Aquellas sociedades que carecen de ricos son sociedades pobres.
Cuando el intervencionismo estatista trata de reducir la desigualdad mediante elevados impuestos al trabajo, a las empresas, y a la riqueza, combinados con un enorme gasto público, no solo no tiene éxito (vean las evidencias empíricas en el artículo Justicia Social) sino que además produce estancamiento económico. Esto es así porque se desincentiva la inversión, la adecuada asignación de recursos, la creación de empleo, y se dificulta el crecimiento de la productividad. Esto a su vez lleva a la insostenibilidad de las cuentas públicas. Es por esto por lo que Suecia ha reducido el peso del estado del 71% al 49% y ha desregulado su economía notablemente.
Suecia es hoy en día, medio siglo después de su particular orgía estatista, mucho más rica e igualitaria porque es más capitalista. Ya es hora de acabar con el mito que defienden algunos extremistas por el cual la economía es un juego de suma cero. Si fuera así, la existencia de ricos implicaría la existencia de pobres, fenómeno que se podría remediar mediante los impuestos y la redistribución. Afortunadamente la realidad es otra. Una economía de mercado con las instituciones adecuadas genera una gran cantidad de riqueza, permitiendo que la gran mayoría prospere, y es además una sociedad más igualitaria a pesar de haber ricos, o mejor dicho, gracias a que hay ricos.
Otra de las reformas claves en el éxito sueco del siglo XXI es la adopción hace 20 años del sistema de capitalización para las pensiones. El ahorro privado de los trabajadores se invierte en activos reales de forma profesional en carteras diversificadas. Como dice este investigador “esto ayuda a gestionar la transición demográfica, facilita el acceso de las masas a la riqueza y democratiza las finanzas de manera que contribuye también a reducir la desigualdad”.
En una economía de mercado cuyo estado tiene un peso moderado, la generación de riqueza es mayor y está mejor repartida. Además, al ser los impuestos menores, la renta disponible se beneficia doblemente, lo que permite a la mayor parte de los ciudadanos ahorrar e invertir. De esta manera la mayoría puede tener una vivienda en propiedad y activos financieros que permiten acumular un notable patrimonio a lo largo de la vida. A esto hay que sumarle unas pensiones mayores gracias al sistema de capitalización y, por si fuera poco, la inflación y la desigualdad suelen ser menores. No es de extrañar que en estos países la renta per cápita sea de 2 a 3 veces mayor que la española. Si comparamos el patrimonio neto, entonces la diferencia es aún mayor.
Las evidencias muestran que, si queremos una sociedad más próspera e igualitaria, hay que reducir notablemente el peso del estado y dar mayor preponderancia a las instituciones del libre mercado. Esta es la realidad objetiva y empírica.