Cruce de ideas

Estrategias para desarrollar la resiliencia en un mundo lleno de incertidumbre

En la vida siempre enfrentaremos momentos de dolor, etapas de grandes cambios o períodos de confusión. Estos pueden ser situaciones cotidianas, como un cambio de trabajo o una ruptura amorosa, o eventos mucho más disruptivos, como una catástrofe, abusos sexuales o un accidente, capaces de sacudir nuestros cimientos. ¿Qué determina que algunas personas logren salir adelante mientras otras no lo consiguen? La respuesta a menudo apunta a la resiliencia, pero, ¿qué es verdaderamente la resiliencia? Según la definición de la RAE, la resiliencia es la “capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos.” Para entender y desarrollar la resiliencia, es esencial conocer cómo se forma a lo largo de la vida y cómo el trauma impacta en nuestra manera de enfrentar las dificultades.

En la resiliencia influyen factores genéticos, aunque diversos estudios concluyen que su peso no es tan determinante como los factores sociales y ambientales, especialmente en los primeros años de vida. Seguramente ya habrás oído hablar de los tipos de apego, que son categorías que describen las diferentes formas en las que las personas, especialmente los niños, se relacionan emocionalmente con sus cuidadores principales. El desarrollo de un apego seguro le proporciona las herramientas necesarias para afrontar los distintos estresores que surgen a lo largo del desarrollo vital, como la adaptación a la guardería, la socialización con compañeros del colegio, o exámenes, entre otros. Esto depende en gran medida de la creación de un entorno seguro y estructurado. Si no has contado con este entorno en la infancia y has estado expuesto a situaciones traumáticas, es posible que exista en ti un apego desorganizado, caracterizado este por reacciones confusas y contradictorias hacia las figuras de apego, buscando el amparo y la seguridad en las mismas, a la vez que intentas evitarlas por el miedo que te pueden llegar a propiciar. 

En la actualidad, estamos expuestos a un ritmo de estrés constante que también afecta a los niños. Ralentizar nuestro ritmo de vida y fomentar la cultura del “slow”, son algunas de las claves que nos ayudan a plantar cara a la cultura de la inmediatez a la que ya estamos acostumbrados, y que nos genera inmensa frustración. En el caso de los niños, también es importante educar desde una perspectiva en la que se fomente la paciencia y la tolerancia a la frustración.

Por último, debemos tener en cuenta los efectos del trauma, es decir, de todas aquellas experiencias emocionalmente impactantes o negativas que pueden superar la capacidad de la persona para afrontarlas en un momento determinado. Estas situaciones provocan cambios significativos en nuestro cerebro: mientras algunas áreas se atrofian, otras experimentan hipertrofia, y se observa una disminución en la segregación de ciertos tipos de hormonas. La emoción predominante es el miedo, que se traduce en un estado de alerta constante donde todo lo que nos rodea puede ser percibido como una amenaza. Para volver a la calma y desarrollar resiliencia tras el trauma, vuelve a ser importantísimo contar con una fuente de apoyo segura, tanto a nivel personal, como social.

Como mencionamos al inicio de este artículo, la resiliencia es la capacidad de adaptación ante un estado o situación adversos. Y te preguntarás, ¿cómo puedo entrenar mi resiliencia? Las principales investigaciones apuntan a la importancia de:

La flexibilidad: Ser flexibles significa aceptar la situación tal como es, reconociendo tanto sus aspectos positivos como negativos, y distinguir entre los factores que podemos modificar y aquellos que requieren adaptación. Cuando existe la posibilidad de cambiar algo, es crucial tomar acción, ya que esto no solo mejora nuestra situación actual, sino que también fortalece nuestra resiliencia al crear nuevas conexiones neuronales, facilitando respuestas más adaptativas en el futuro. Por otro lado, adaptarse implica cambiar nuestro enfoque para reducir al máximo el impacto negativo de la situación. ¡Ojo! Es fundamental recordar que hay circunstancias a las que no es saludable adaptarse; en esos casos, la mejor opción puede ser evitarlas o abandonarlas.

La autoestima: Conocernos a nosotros mismos, aceptar nuestras virtudes y defectos, confiar en nuestras capacidades y reconocer el valor de nuestros logros, son algunos pilares fundamentales para desarrollar una autoestima saludable. Una autoestima sólida nos proporciona la confianza y la actitud positiva necesarias para enfrentar la adversidad con mayor eficacia. Al confiar en nosotros mismos, es más probable que afrontemos los problemas de manera proactiva, en lugar de evitarlos o postergarlos, lo que podría perpetuar las dificultades.

Tener un propósito: Tus principios, metas y valores te brindarán un sentido de dirección y significado en momentos en los que sientas impotencia ante la adversidad. Como decía Viktor Frankl, apoyándose en Nietzsche: "Quien tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo.” Cuando entendemos que nuestras acciones tienen un sentido que va más allá de nosotros mismos, nos sentimos más enfocados, más motivados y reduce la sensación de impotencia, ayudándonos a salir adelante en situaciones difíciles.

Como hemos analizado, la resiliencia se puede entrenar, lo que representa una gran oportunidad tanto a nivel individual, para afrontar las adversidades de la vida, como para la sociedad. En un entorno volátil, complejo y ambiguo como el actual, es esencial contar con una mente flexible, orientada al largo plazo, que aborde los desafíos con optimismo, creatividad y adaptabilidad, permitiéndonos navegar con éxito en la incertidumbre. Y sin menor importancia, necesitamos una sociedad responsable, que fomente espacios seguros para todas las personas, propiciando una escucha activa y empática. Una sociedad que movilice los recursos existentes y genere los oportunos, promoviendo medidas preventivas que impidan el desarrollo de eventos traumáticos y favorezcan el autocuidado como sociedad.

Miguel Castro y Ada Pouseu Blanco