Cuando ya nos habíamos acostumbrado a darlo todo por perdido, y a que una batucada de colectivos variopintos nos atronara a diario los oídos con la tragedia de las especies en vías de extinción, resulta que los científicos nos sorprenden con el hallazgo de otras nuevas. Así ha ocurrido recientemente, en que un grupo de investigadores de universidades de Canadá, USA y Papúa Nueva Guinea ha descubierto alrededor de 54 especies de las que no se tenía noticia en una región montañosa de este último país. Y así, se han censado unas 50 arañas desconocidas, tres ranas, dos de ellas verdes con enormes ojos negros, y un gecko con los dedos torcidos. O sea, espectacular, como diría mi amiga Ehlaba, “el Hada”. Y en la región de Darién, entre Colombia y Panamá, se anunció hace poco también el “nacimiento” de diez nuevas clases de anfibios.
Aunque lo mejor de todo es que, sin necesidad de viajar a simas abisales de “ninguna especie”, o de abrirnos paso a machetazos a través de tarzanescas selvas, donde sería comprensible que se escondieran de la depredación humana numantinos seres aún sin registrar, en la misma Comunidad de Madrid, en España, han salido algunos de estos también del anonimato para presentarse en sociedad. Es el caso del insecto coleóptero crisomélido, de la misma familia que el escarabajo de la patata y que habita sobre siemprevivas que crecen en los suelos yesíferos, descubierto por José Ignacio López Colón. De nombre científico Crypotocephalus bahiolli, es de color naranja con ocho puntos negros estampados sobre su elegante vestido, y, lo más increíble, una M rosada en la parte frontal, como si fuera la matrícula de Madrid. Solo un investigador apellidado “Colón” podía realizar una hazaña de estas características, en modo alguno menor por presentar el susodicho bichito unas medidas de entre 3,3 y 4,3 cm.
Pero por si alguien concediera una desmesurada importancia a los tamaños, debería recordarse que, en la misma Comunidad de Madrid, se encontró en 2008, en un túnel del metro, mientras se acometían las obras de mejora de la estación de Carpetana, en la L-6, los restos de un oso-perro de 14 millones de años de antigüedad. Además de este fantástico híbrido, digno del bestiario de Javier Tomeo, se hallaron también restos de caballos y algunos fósiles de mastodontes, rinocerontes, tortugas gigantes y huesos de un pequeño lobo. ¡Mastodontes y rinocerontes en Madrid! La primicia, a pesar de su extraordinaria envergadura, pasó medio desapercibida, pues la gente solo pensaba en combatir el calor acumulado en las infernales calles a base de refrescos y de pantalones cortos de muchacho. De hecho, me tropecé con un explorador caracterizado a la perfección, cantimplora y salacot incluidos, como dispuesto a un largo viaje, cuando le habría bastado con bajar a las vías del suburbano para despertar de su letargo a alguna especie con solera y brindárnosla a los fans de los mundos asombrosos.