Hoy hablaré de la guitarra, el mus y la fiesta de los toros. Un trío aparentemente inconexo pero profundamente relacionado con la idea de España. Empecemos por la guitarra. Hay pocas cosas tan nuestras como la guitarra española. Con seguridad, el instrumento más replicado de la cultura occidental: de seis cuerdas o doce, acústica o eléctrica, flamenca o folk…es el instrumento que ha consagrado a Tárrega o Rodrigo; a Santana o Knopfler; a De Lucía o Sabicas; a Cohen, a Clapton... Son seis cuerdas distintas. Afinadas en notas diferentes, carentes de todo sentido cada una por su lado. Pero que instaladas sobre un soporte común (el mástil) e interpretadas por la mano del guitarrista, ¡ay, amigo! producen una belleza intensa y un sonido placentero, único, en su armonía y versatilidad.
El mus es el juego de naipes español por antonomasia. Vasco de origen y nomenclatura, se ha extendido por todo el territorio nacional. Un gozo para quienes saben jugarlo y una irremediable carencia para los que no. En el juego del mus existen cinco lances (como se denomina a las diferentes jugadas): la grande, la chica, los pares, el juego y (en su ausencia) el punto. Cada lance se disputa de manera independiente porque nada tienen que ver entre sí, aunque todos acumulan tantos a ganar al final (representados por los amarracos) Bien a través de envites (“un envite es un convite”) o bien al paso, cuando se comprueban las cartas al final de cada juego. Es tan español que no tiene ni que terminar por sus lances naturales. En cualquier momento se termina todo echando y aceptando el temible órdago.
¿Y qué decir de los toros? Espectáculo elevado a rasgo de la cultura hispana, tanto por quienes lo veneran como por quienes lo detestan. Da igual la tendencia política, la extracción social, el poso de cultura o de analfabetismo…la corrida es transversal hasta la misma médula. Cada lidia consta de cinco suertes o lances: el capote, los picadores, las banderillas, la muleta y la estocada (o suerte suprema) con el descabello como suerte residual si la espada no remató bien su trabajo. Una corrida como Dios manda debe contener las cuatro suertes, al menos. ¿Qué las hay sin picadores, que en Portugal no se mata al toro? Pero eso no con corridas, son sucedáneos.
Pues esto es España, queridos. Una realidad única pero compuesta por distintas partes, que solo se justifican en esa idea superior. Quienes se obsesionan con la uniformidad española no entienden mucho. España no es uniforme, es plural. Es un resultado magnífico (como el mus, la corrida o la guitarra) de unir elementos que son diferentes entre ellos pero que se juntan para lograr un formidable resultado. A su vez, quienes se obsesionan por marcar sus diferencias, por separar sus realidades parciales del todo tampoco aciertan. Antes bien, se equivocan gravemente. Y sobre esto, la prueba de fuego la marcan las cuatro lenguas que conviven sobre la piel de toro. El castellano, el catalán y el gallego, que son coetáneas tras la desaparición del latín; y el euskera, muy anterior, una reliquia hablante.
Todos deberíamos asumir sin trauma que unas lenguas que han transitado por los últimos XII siglos no van a desaparecer porque no nos gusten o no las conozcamos. Pero con mayor razón hay que asumir que una de ellas, el castellano, que se expandió por el nuevo mundo porque fue Castilla quien pilotó el descubrimiento, que se habla en decenas de países y es la lengua oficial de España, no puede ahora desaparecer porque a cualquier iluminado le apetezca borrarla del mapa.
Esta visión de España, única y plural, diversa en su singularidad, no va a ser entendida por ningún sectarismo, siempre reacio a las ideas complejas. Al Bloque Nacionalista Gallego (BNG) no le basta que se imparta el 50% de las asignaturas en gallego, tal como sucede en aquella Comunidad. El “bilingüismo amable” que estableció Feijoo les parece una milonga despreciable. Lo quieren todo en gallego y del Bierzo adelante, por señas.
Los nacionalistas catalanes han llegado más lejos aún, porque más lejos se les ha dejado llegar. Ni JUNTS ni Esquerra quieren para el español otra cosa que el ostracismo y la desaparición; erradicarlo de Cataluña. Ignoran las leyes, desprecian las sentencias y solo buscan extender su influencia a todo el arco mediterráneo. Con éxito creciente en las Baleares, por cierto. Los gobiernos centrales, necesitados de los votos nacionalistas, han propiciado este desastre. Ni González, ni Aznar, ni Zapatero ni Rajoy son inocentes, en absoluto (recuérdese que Aznar ofreció a Pujol la cabeza de Vidal-Quadras en bandeja de plata, y de aquel corte le viene esa afonía…) Aunque nunca hasta la llegada de Sánchez se ha consumado un entreguismo tan vergonzoso.
Los vascos lo tienen más crudo porque, aunque desearían entronizar el euskera como única lengua, saben que eso equivaldría a su ruina. Un idioma tan primitivo, abstruso y reducido, les conduciría a un aislamiento total. Necesitan el español, contrariamente a lo que creen los nacionalistas catalanes y gallegos. Pero aún así ya maniobran para que el “braserillo lingüístico” les otorgue privilegios y prebendas. Aparte de que a los vascos no hay quien los entienda, yo creo que son mucho más españoles de lo que dicen ser. De lo contrario no se entiende ese fervor, ese delirio, por pasear la Copa del Rey, en una exaltación sin precedentes, que para sí hubiesen querido las cenizas de Sabino Arana.
Nadie dijo que España fuese un país sencillo. Pero si lo comprendemos y sabemos respetarlo en su diversa y plural unidad, avanzaremos siempre. Si luchamos por uniformizarlo (unos) o por disgregarlo (otros) no acertaremos nunca en el camino de España… que es como es. Eso es lo que nos enseñan la guitarra, el mus y los toros.