LA MIRADA DE ULISAS se llena de inquietudes al hacerse tantas preguntas sobre el perfil de la nueva izquierda fraguada en el mundo actual. Y mi atisbo, netamente femenino desde su nacimiento, como le he venido pregonando con todo lo excelso que mantiene un movimiento sano y coherente dentro de sus planteamientos, sigue siendo feminista y buceador de la ecuanimidad, la imparcialidad, la honradez y todos los sinónimos que le quepan a la verdad y la legitimidad. Y hago la salvedad, que añoro aquella maravillosa izquierda con la connotación de otros tiempos cuando había un arraigo sincero de cambiar valores por principios de justicia, honestidad, equidad y la excelente voluntad de resolver la gran preocupación por la situación de muchas mujeres en el olvido o la violencia. Además, pretendía alejarse de cualquier tipo de racismo, antisemitismo, del sentimiento homofóbico o de cualquier forma de anular la posibilidad de coexistir con el semejante.
A mi gran sorpresa y cargada de un sentimiento doloroso, constato que hoy día esa nueva izquierda tiende a difuminarse y dista mucho de aquellas corrientes idealistas, que con emoción y entereza promovían los verdaderos valores de la defensa de las libertades, la de los derechos humanos y de la mujer. Era mi foco de ponderación y de respeto al advertir que la izquierda se proponía cambios para mejorar la sociedad al hacer hincapié en la educación y la salud. Lamentablemente esa izquierda que nos vendieron con brillantes argumentos degeneró en unos sistemas políticos interesados en manipular a la gente, en adueñarse del poder sin querer soltarlo y sin pretender otra opción que no sea la suya. Cuán lejos quedó de su esencia: la bella y hermosa condición que caracterizaba a esa izquierda revoltosa, lista a defender a ultranza la justicia, la integridad, la honradez y las libertades. Elementos vitales para conformar una mejor sociedad y más plural, sin temor al debate.
Mi mirada se pregunta una y otra vez: ¿Adónde fue a parar esa ilusión?
Me arde la vista al ver con mis propios ojos que todos esos significativos ideales se han transformado en corrientes desvirtuadas de su primera proclamación. Eran genuinas y tan adolescentes con lo asombroso y admirable que tiene la juventud. Anhela imponer su energía renovadora y menos prejuiciada, más abierta a la diferencia y menos anquilosada. Comprender que esos regímenes que nos convencieron con sus altruistas propuestas se han convertido en viles dictaduras, que se roban elecciones y subyugan a sus pueblos es de lamentar y condenar. Gobiernos que extraviaron su norte y nos señalan que aquella fabulosa izquierda perdió su rumbo. Lo vemos cuando se comprueba que está más interesada en reclutar adeptos o seguidores que en conservar sus valores. Lo digo con lágrimas en los ojos cuando veo que esa izquierda, que pude abrazar en algún momento confiada que no variaría su razón, defiende a los terroristas y a sistemas mentirosos y abusivos que son capaces de negarles sus básicos derechos a la mujer en países que las quieren mantener oprimidas y silenciadas, además extienden esos terribles manejos a los homosexuales y a los disidentes con brutalidad. Sistemas que no les tiembla el pulso para cometer atrocidades y barbaries.
Y sin cesar me pregunto ¿adónde y porqué? se extraviaron esas manifestaciones que unían corazones buenos. Una izquierda que si bien no contemplaba demasiado la existencia o presencia de Dios, estaba dispuesta a la justa convivencia con las diferencias y al respeto y tolerancia por los hermanos que somos todos, los hijos que nacemos de igual manera en soledad y que partiremos de similar modo. Pero a sabiendas que si bien somos individuos conformamos la unidad que es la Humanidad. Y ese punto de vista no se puede negar ni descarriar. Debemos orientarnos nuevamente hacia la ausencia de fanatismos, radicalismos para volcarnos sobre las reales aperturas que nos permitan una vida más armónica, sin discriminaciones y con la música de las democracias que dan notas más amorosas y solidarias.