Llevamos ya un par de años escuchando que la inteligencia artificial va a dejarnos sin empleo. A medida que esta tecnología está más presente en nuestro día a día, crece nuestro miedo hacia ella. Yo mismo lo sentí la primera vez que probé una herramienta de IA generativa: ¿Qué aporto yo si “una máquina” puede hacerlo todo mejor?
Con el tiempo entendí que quizás la pregunta no es si la IA eliminará puestos de trabajo, sino si nosotros seremos capaces de adaptarnos a los nuevos que están surgiendo. Solo tenemos que mirar a nuestro alrededor para saber que, mientras unos empleos desaparecen, muchos otros se están creando.
No lo digo yo, lo confirman los datos: según el Future of Jobs Report 2025 del Foro Económico Mundial, para 2030 se habrán desplazado 92 millones de empleos, pero también se crearán 170 millones de nuevos, lo que supone un balance neto positivo de 78 millones. El empleo, en realidad, no desaparece: se transforma. Cambian las tareas que se valoran, las habilidades que se buscan y la forma en que trabajamos.
Y no, esto no significa que todos tengamos que convertirnos en programadores, pero sí que necesitamos entender la tecnología, aprender a integrarla en nuestro día a día y usarla de forma inteligente. En mi experiencia, incorporar la IA a mi trabajo no me resta valor, pero sí me ha permitido enfocarme en lo que realmente necesita criterio, intuición o sensibilidad humana.
Por eso, cuando hablo de inteligencia artificial, me gusta subrayar el valor de las habilidades humanas: pensamiento crítico, creatividad, comunicación. Capacidades que la tecnología puede simular, pero no replicar con la misma profundidad. A esto se suman nuevas competencias que he tenido que aprender sobre la marcha: cómo trabajar con IA, interpretar sus resultados o detectar cuándo una respuesta es útil y cuándo no. Vuelvo a insistir en ello: hoy por hoy, la IA nos necesita más que nosotros a ella.
La realidad es que la IA no va a automatizar profesiones enteras, sino tareas concretas. El impacto dependerá de cuánto se repiten esas tareas y de la voluntad de cada profesional para incorporar estas herramientas. En mi caso, hacerlo me ha dado tiempo, eficiencia y una forma distinta de mirar mi trabajo.
Lo cierto es que el verdadero riesgo no está en que la IA reemplace nuestros empleos, sino en que se amplíe la brecha entre quienes saben usarla y quienes no. Y esa brecha no será solo tecnológica, pues puede convertirse en una desigualdad social, económica y educativa. Aún estamos a tiempo de evitarlo, pero requiere un esfuerzo conjunto basado en políticas públicas centradas en la formación, empresas comprometidas con el aprendizaje continuo y profesionales con ganas de adaptarse, aunque eso implique salir de su zona de confort.
Sí, es cierto que algunos trabajos quizá desaparecerán. Sin embargo, muchos evolucionarán, y otros, aún por inventar, nacerán de este proceso. La IA no viene a quitarnos el trabajo, pero quien no aprenda a utilizarla sí corre el riesgo de quedarse atrás y de olvidar que si hay algo de lo que la tecnología es capaz es precisamente de recordarnos lo importante que es reforzar todo aquello que nos hace más humanos.