La noticia de la supresión del premio nacional de tauromaquia, ha creado un sinnúmero de reacciones, en el ámbito más mediático de la tauromaquia; expresadas de todas las formas y maneras, y en todos los soportes. Me da la sensación que, las reacciones han sido infinitamente superiores que cuando se quitan por docenas médicos, u otro tipo de personal sanitario, de los espacios de salud de cualquier parte de España. Quien dice de médicos, puede decir cualquier otra cosa de palmaria necesidad.
Es importante anotar que la contestación, prioritariamente de desacuerdo, ha contado con disparidad de signos, desde el más profundo rechazo, hasta la aprobación aplaudidora y entusiasta; pasando por el escepticismo, y la crítica que intenta analizar causas, consecuencias, peligros y oportunidades. Yo me sitúo entre los últimos, y me entretengo rastreando en superficies y hurgando en profundidades de unas aguas, revueltas más virtualmente, que de forma real.
El momento actual está plagado de impactos que buscan el golpe de efecto, que con poco esfuerzo logre mucha repercusión; resultando un perfecto caldo de cultivo en el panorama social y político, que estudia desde todos los ángulos y por todos los rincones, las posibles reacciones sociales, de las cuales se pueda conseguir un mayor provecho. Por ello podemos afirmar que desde esas trincheras, se ha lanzado esta ofensiva contra la Fiesta; que si bien podemos calificarla como simbólica y testimonial, no hemos de perder de vista que lleva dentro el veneno de la segunda intención, por la que se intenta comprobar el grado de pasividad o conformismo, que alberga en la actualidad la tauromaquia.
El planteamiento de que mientras se quita o se pone una corona, se pueden estar arrancando las raíces que dan vida a las cosas, hemos de tenerlo en la cabeza y en el corazón. Y saber que el lugar que la Fiesta ocupa en nuestra sociedad, quiere ser ocupado por otras realidades del ámbito del espectáculo o del deporte, por ejemplo.
A los que nos corre la pasión taurina por las venas, hemos de afrontar con valentía la tarea de continuar dándole vigor, mediante el cuidado riguroso de la liturgia taurómaca, el respeto a la integridad del toro y la atención prioritaria a los públicos que pasan por taquilla. Y todo ello con absoluto respeto al entorno que nos hostiga. Porque por las ideas se puede llegar a morir, pero nunca se puede llegar a matar; que dijo el malogrado novillero sevillano Melchor Rodríguez -director general de prisiones, durante la segunda república- cuando se le advertía de la conveniencia de fusilar a los presos políticos del bando nacional, que llenaban la cárcel de Alcalá de Henares.
Por ello el mundo del toro, ha de protestar siempre que se le trate en inferioridad de condiciones, con cualquier otro ámbito cultural. Pero aún con más ahínco, ha de tapar los agujeros por los que escape su integridad. A la vez que reclamar sus legítimos derechos que la ley le otorga, hecho con el mayor de los avales: el cumplimiento de los deberes. Pues las debilidades de cualquier cosa, se convierten en fortalezas cuando se le regala con verdad toda la fuerza que podamos tener.
La fiesta seguirá siendo premiada, prueba de ello, la respuesta de comunidades autónomas de diferentes signos políticos. Es más, volverá a ser premiada por el ministerio de cultura y recibirá premios por una sencilla razón: los merece. Y sobrevivirá al vaivén de provocaciones, inquinas y estrategias varias, siempre que esté atento a sus raíces cuando pongan o quiten coronas de sus cabezas.