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Ser cooperante y madre: ¿viajar con culpa?

Ser cooperante y madre - María Ruth Agnoli
Ser cooperante y madre - María Ruth Agnoli

Viajar a África implica exponerse a muchos riesgos, una gran preparación, y también miedo. Desde siempre había realizado tareas como voluntaria: cuando estaba en la Facultad, y aún era estudiante del grado en Odontología; trabajando en la comunidad donde residía, o en algunas *“villas” de Buenos Aires; o incluso viajado por el interior de mi país,  Argentina (lo que me llevaba a veces a ausentarme varios días de mi casa).

Hasta ahora no les conté, pero tengo 2 hijos: Avril de 16 años y Tomás de 9.

En el año 2015 cuando nació mi hijo Tomás, Pino La Corte, el presidente de la SMOM (SMOM progetti sviluppo odontoiatrici sanitari internazionali) me invita a ser docente de la asignatura Odontología Comunitaria y Salud Pública en la formación universitaria que se estaba empezando a gestar en un país de África. Podrían preguntarse, porqué entre tantos excelentes odontólogos italianos me propone a mí que impartiera esa asignatura, y la respuesta es la siguiente: la enseñanza de la odontología en Italia, y según tengo entendido en la mayoría (quizás todos) los países de Europa tienen una orientación casi exclusiva para trabajar en el sector privado, siendo que la odontología pública es prácticamente inexistente, lo mismo que los Programas de Salud Comunitarios. 

Con mi experiencia en la salud comunitaria, podía aportar una mirada diferente, ya que en mi país la odontología se enseña de manera diversa. De hecho, ya desde la formación del grado en Odontología existe una asignatura que es la Odontología Preventiva, Social y/o Comunitaria.

Mi experiencia habiendo trabajado tantos años, y realizado estudios de posgrados en esta área podía aportar mucho al proyecto de formación que estaba naciendo en un país muy vulnerable, y con un gran componente de personas viviendo en zona rural, y sin acceso a servicios de salud oral.

Pero volvamos a lo que pone el nombre a esta reflexión del día de hoy: Pino me ofrece ser docente en el año 2015 (Tomás recién nacido), mi materia se imparte en el último año de formación, lo que indicaba que debía viajar en el 2017, Tomás habría cumplido apenas 2 años y Avril 9. Además, las clases se impartirían en francés, lo que significaba asumir el compromiso de aprender ese idioma (que hasta ese momento había estudiado solo 2 años en la adolescencia) para tener un nivel suficiente, no solo para poder comunicarme sino para impartir clases en esa lengua.

¿Podía asumir esa responsabilidad? ¿Podía aprender un idioma en 2 años? ¿Podía dejar a mis pequeños por 20 días para ir a un país lejano, exponiéndome a riesgos que no podía ni imaginar en ese momento (alguna vez les contaré alguna de las experiencias más duras que he vivido en los viajes)?

Asumí el compromiso, y la responsabilidad.

Ese desafío implicó principalmente: tomar clases de francés durante 2 años (llevando a Tomás a la mayoría de ellas), estudiar, y preparar presentaciones para las clases hasta altas horas de la noche, luego de volver del trabajo y acostar a los niños, y tomarme vacaciones de mi puesto laboral para ir a trabajar como voluntaria. 

Adicionalmente la preparación previa del viaje: Medicación para disminuir los síntomas de la malaria (en el caso que me contagiara), vacunas orales para prevenir enfermedades alimentarias, vacuna de la fiebre amarilla, sacar la visa, etc.

Y logré todo esto porque realmente soy una privilegiada, y tuve una contención social que lo permitía, mis padres que siempre me ayudaron en la crianza de los niños, y hasta el papá de ellos que entendió los motivos de mi necesidad de vivir la experiencia e intentar aportar mi granito de arena a través de la formación.

¿Valió la pena? La respuesta es SÍ rotundo. ¿Lo volvería a hacer? Si.

Hoy dedico esta columna a mis hijos Avril y Tomás, a mi mamá, y a todas esas mujeres, que hacemos malabares para llevar adelante la crianza de nuestros hijos, trabajar, seguir estudiando, y además buscar el desarrollo personal. 

Dejemos de sentir culpa por dedicarnos horas a nosotras mismas, a seguir nuestros sueños y nuestras pasiones.

Hasta la próxima crónica.


*Villas: Las villas miseria, villas de emergencia o simplemente villas es el nombre que se le da en Argentina a los asentamientos informales caracterizados por una densa proliferación de viviendas precarias que se ubican en tierras que originariamente no son propiedad de sus ocupantes. Son urbanizaciones informales producto de ocupaciones de tierra urbana. Tienen como características comunes la falta de servicios básicos, la precariedad de las viviendas, y la irregularidad en la tenencia de la tierra.