El socialismo, así como los demás sistemas intervencionistas de corte estatista, ya sean de izquierdas o de derechas, nunca tiene éxito porque niega o dificulta el cálculo económico. El libre mercado siempre obtiene resultados muy superiores justamente porque favorece dicho proceso mediante dos tipos de señales, los precios libres y los beneficios.
Mediante el cálculo económico los agentes deciden qué deben producir, en qué cantidades, dónde y cómo, así es como asignan unos recursos que siempre son escasos. Para que esto sea posible es necesario conocer los precios de los bienes y servicios que fijan la oferta y la demanda, datos que permitirán inferir las expectativas de beneficios. Ambas señales sólo pueden ser generadas por el mercado libre.
Todos los intentos de planificar la economía mediante una burocracia que 1) decide cuáles han de ser los precios, qué bienes y servicios han de producirse y prestarse, cómo, dónde y en qué cantidades, y que 2) prohíbe o limita los beneficios, siempre han fracasado. Es el caso de la URSS, de la China de Mao, de todos los países del telón de acero, de Corea del Norte, Cuba, y de todos los demás países del mundo que han prescindido del mercado y de sus señales. Sin estas, el cálculo económico es siempre erróneo y se produce la escasez de unas cosas, la abundancia innecesaria e inútil de otras, y como consecuencia el marasmo económico.
Esto no solo pasa en los regímenes no democráticos, también sucede en las socialdemocracias europeas en las que el Estado ha alcanzado un tamaño gigantesco mediante el cual se apropia de forma coercitiva de la mitad de la economía, a veces casi el 60%, mientras regula y planifica el 40/50% restante alterando en el proceso tanto los precios de mercado como los beneficios esperados. Esto perjudica a la mayoría de la población mientras enriquece a políticos, burócratas, empresarios amigos, colectivos afines y votantes rehenes dependientes. Es por lo tanto un tipo de gobierno para unos pocos a costa de la mayoría.
Es por eso por lo que en términos de desarrollo económico y social, varios de los principales miembros de la UE, como Francia, Italia o España, están estancados e incluso retroceden mientras ven cómo su endeudamiento público crece hasta niveles insostenibles.
Los países que más respetan las instituciones del libre-mercado, especialmente la propiedad privada, el cumplimiento de los contratos, el libre desempeño de los mercados con sus precios y beneficios, y la competencia, son aquellos que generan un mayor desarrollo económico y social, y son por lo tanto los más justos pues en ellos la pobreza y el desempleo son mucho más escasos que donde impera la planificación estatal y la hiperregulación burocrática.
No es casualidad que la España administrada por Pedro Sánchez sea la que presenta el mayor nivel de gasto y de intervencionismo público de su historia y a la vez sea la que lidera el índice de miseria de la OCDE mientras se aleja cada vez más de la de renta per cápita media de la UE. Tampoco lo es el hecho de que cada vez sea mayor el número de hogares en riesgo de pobreza y con carencia material severa, o que las clases medias sean hoy más pobres que en 2018, o que la deuda pública per cápita haya crecido exponencialmente. Esto no es casualidad, es causalidad.
Este es el resultado de legislar contra el mercado y sus instituciones, de alterar arbitrariamente sus precios y beneficios, de sustituir el sector privado por el estado y sus ingentes cohortes de funcionarios planificadores. Esto se llama efecto expulsión y siempre va de la mano de un menor bienestar de las clases medias y de un mayor número de pobres.
Al igual que todos tenemos miles de palabras en la mente, también tenemos miles de precios, precios de mercado. Todos sabemos por experiencia lo que cuesta un kilo de tomates o de carne, un litro de gasolina o de aceite, la vivienda, la ropa, el coste de un seguro, y así con cientos o miles de productos y servicios. Esto solo es posible gracias al mercado.
Sin estos precios no podríamos calcular y por lo tanto no podríamos tomar decisiones racionales y acertadas relativas a cuánto consumir, qué consumir, cuánto ahorrar, y tampoco podríamos invertir pues careceríamos de expectativas de beneficios plausibles, estaríamos ciegos económicamente, lo que inevitablemente nos llevaría al caos económico.
Los precios libres, y su derivados los beneficios, son pues indispensables para que la sociedad pueda coordinar y asignar adecuadamente los recursos con el fin de obtener el mayor desarrollo económico y social posible.
No hay sistema alguno dirigido y planificado por políticos y funcionarios que pueda generar más riqueza y bienestar que el mercado basado en precios y beneficios libres fruto de la ley de la oferta y la demanda. La libertad económica es imprescindible para prosperar, y hay que destacar que la libertad política, sin la primera, desemboca antes o después en el despotismo y en la pérdida de libertades civiles, cosa que ya está sucediendo en países como España, Gran Bretaña o Francia.
En 1918 los soviets colectivizaron totalmente la economía rusa y abolieron todos los precios. Esto produjo la mayor caída de la producción que se conoce en la historia de la humanidad. El caos y el desabastecimiento fue total, y por lo tanto el hambre y el sufrimiento alcanzaron cotas inimaginables. Tal fue el daño causado a la economía y al pueblo que Lenin tuvo que dar marcha atrás y permitir la restauración parcial del mercado y de ciertas formas de propiedad privada, además de aceptar la ayuda humanitaria que le ofrecía el Occidente capitalista. Esto permitió la recuperación de la producción y de la economía hasta que Stalin decidió volver por el mal camino y destruyó cualquier atisbo de libre mercado imponiendo el primer plan quinquenal en 1928, lo que llevó a Rusia a seis décadas de penurias, opresión, militarismo, así como a decenas de millones de muertes.
A la luz del rápido declinar de los países socialdemócratas de Europa, y especialmente el nuestro, nos conviene reflexionar acerca de las causas de este proceso. Las evidencias sugieren que el ataque permanente al libre mercado y a sus instituciones por parte de un estado leviatán es la enfermedad que está dañando el desarrollo económico y social de nuestros países.
Este proceso estatizador tiene como consecuencia el falseamiento de las señales que el mercado necesita para asignar adecuadamente los recursos mediante el mejor cálculo económico posible. Privarnos de los precios y beneficios del mercado libre es como conducir un automóvil de noche y sin luces.
Es por esto por lo que la accesibilidad a la vivienda se ha tornado dificilísima, que la energía eléctrica es cada vez más cara e inestable, que la red de distribución de electricidad no da abasto, que el desempleo permanece en tasas vergonzantes, y que la renta real disponible de las clases medias es hoy un 4% inferior a la de 2018, entre otros muchos males.