Una tarde de 1980, en la antigua cafetería de la Alianza Francesa de Bogotá, conocí al escritor Julio Olaciregui.
Como buen barranquillero, vestía una camisa de colores, una mochila arhuaca, unos pantalones caqui, y unas abarcas costeñas.
Apenas lo ví, no sé por qué llegó a mi memoria aquella melodía compuesta por José María Peñaranda, llamada “Se va el caimán”.
Al año siguiente, Olaciregui publicó su primer libro, titulado Vestido de bestia. Un libro raro para la época, original y surrealista, donde alternaban musicalmente Richie Ray con Juan Sebastián Bach y Rolando Laserie con Antonio Vivaldi.
El libro dejó locos a los escritores costumbristas de Bogotá, y un buen día, Julio, con su mochila arhuaca, se largó a París.
En la capital parisina, perfeccionó su francés, que siempre lo habló con acento costeño -“Ajá”-, y entró a trabajar en la Agencia France Press (AFP).
Eran los años rosa del gobierno de François Mitterrand. El escritor colombianono caminaba fresco por las calles del barrio latino con su sempiterna mochila arhuaca, que ya estaba, prácticamente, adherida a su cuerpo.
Si uno le quisiera dedicar una canción a Julio, no es precisamente “Barranquillero arrebatao” del compositor vallecaucano Víctor Raúl Sánchez “Patillas” e inmortalizada por José Mangual Jr.
Sería mejor homenajearlo con el bolero “Lejanía” de Rolando Laserie, que dice así:
“La lejanía me hace pensar/ que ya tú no me quieres. La lejanía me hace llorar/ Y llorar por ti”.
En la ciudad luz, Olaciregui colaboró con la revista bilingüe Vericuetos que dirigían Efer Arocha y Libia Acosta-Borbón. Entre sus colaboradores, podemos citar a: Claude Couffon, Yves Moñino, Eduardo García Aguilar, Jorge Torres, Luisa Ballesteros y Carolina Ortiz.
En aquella época, el “caimán” navegaba tranquilamente por las aguas del Sena.
Su obra se amplió con las novelas Los domingos de Charito y Trapos al sol. La adaptación al cine de La mansión de Araucaima de Álvaro Mutis, dirigida por Carlos Mayolo, y sus colaboraciones permanentes con El Espectador y El Heraldo
Un día llegó invitado a “Curramba, la bella” -como se le llama a esta ciudad del Caribe-, y desde que descendió del avión, le “picó la machaca” y se quedó a vivir para siempre en Barranquilla.
A partir de las enseñanzas sobre la danza africana que recibió de la maestra africana, Ana Camará, Julio continuó bailando a lo largo de la costa caribeña.
Publicó el libro de relatos La segunda vida del negro Adán (Collage editores), un personaje popular de la ciudad, que ya había aparecido en El otoño del patriarca de Gabo, y escribió la obra de teatro El callejón de los besos, basada en el personaje de la colonia, Paula Eguiluz, una curandera dominicana que fue torturada por la Santa Inquisición de Cartagena de Indias.
Julio Olaciregui hoy vive feliz en compañía de la escritora Adriana Rosas, y sus dos hijos, Daniel y Matías.
¡El caimán por fin regresó a Barranquilla!