Mi abuelo, a quien Dios tenga en su Gloria, tenía un burro que, a decir de los que conocieron a este último, sabía leer a los clásicos. Era un burro ilustrado, cuentan que pasaba las horas mirando incunables con las obras completas de Garcilaso de la Vega. Hoy en día, mi burro podría haber sido presidente de un país sin demasiadas ambiciones políticas. De hecho, en Venezuela, hay un burro al que algunos indecentes consideran maduro para gobernar.
El burro de mi abuelo no se llamaba Nicolás, pero el que ha impuesto su dictadura en Venezuela sí, quizá se llame así en honor de San Nicolás de Bari, el Milagroso. Entre otros, San Nicolás es el patrón de los ladrones. Él, el burro ilustrado que ostenta el poder en Venezuela llama ladrón y narcotraficante a Feijóo. También califica a Ayuso de fascista, y al Partido Popular lo considera franquista. Este individuo fatuo y ruin, al que le ríe las gracias buena parte del gobierno de España, no tiene otro pasatiempo que lanzar exabruptos mientras subyuga a su país, lo empobrece por momentos, somete a sus ciudadanos con políticas neocomunistas, sin necesidad de tomar las armas busca la impunidad demoliendo la democracia.
Y en tanto el burro ilustrado de Venezuela cocea su estulticia por doquier, aquí, en España, el gobierno socialista, que también practica políticas neocomunistas, se inhibe de defender a los demócratas que Maduro escoge como blanco de sus delirios. ¿Qué otra cosa cabría esperar? ¿Acaso no son afines al régimen de Maduro? Por supuesto que sí. Protegen a ese burro porque es de los suyos, como mi abuelo protegía al suyo. Pero mi abuelo le metía en vereda cuando era menester, porque a los burros hay que educarlos; de lo contrario, se vuelven tornadizos, como cierto presidente que no necesito nombrar.
Parece que el sanchismo solo tiene redaños para hablar de los dictadores muertos. Que Nicolás Maduro insulte a la democracia les parece correcto, porque lo hace vilipendiando a aquellos que pueden sacudir la poltrona para despojarle del poder. Cuando eso pase, espero que ya no esté el burro ilustrado en Venezuela, y que, en España, Sánchez pase a ser un burro mohíno que echa de menos la pompa y el boato que conlleva el poder. Al menos, el suyo, que todo lo concibe desde el prisma de su condición de narciso.
Por desgracia para la humanidad, hay demasiados burros ilustrados sin otra utilidad que la de socavar la convivencia. La fraternidad universal es una utopía, por eso tenemos según que políticos gobernando naciones; se instalan como la mala hierba en una finca abandonada, dan la espalda a la moral, se manejan como antiguas civilizaciones en que era necesaria el distanciamiento entre las distintas tribus, la guerra era la vía para permanecer en el lado seguro de la historia. Hay sociedades que no evolucionan. A Venezuela y a España nos une la desdicha de contar con líderes peligrosos en lo más alto de su jerarquía. En esta época convulsa, recuerdo con cariño a mi abuelo y su burro ilustrado, gran lector y fiel compañero de fatigas, como las que nos quedan por soportar mientras los burros políticos ocupen el espacio destinado al progreso, el verdadero progreso.