A un año de celebrar nuestro bicentenario, con la ventaja con la que hoy nos beneficia la tecnología de punta debemos, sin embargo, enfrentar obstáculos insalvables dentro de una sociedad multilingüe nominada plurinacional, desposeída de civismo, ignorante de su propia historia con el “no importismo” y apatía de su desamorada juventud, obstinada en rebuscar sus orígenes, mientras que algunos intelectuales ayudados por pocos cívicos y escasas instituciones, intentamos escudriñar el pasado, apelar al altruismo e infundir ese patriotismo de hace doscientos años, recuperando sucesos y recreando fragmentos de la historia para volcar la atención de nuestros pueblos hacia esta depuesta y relegada vida pasada, que aunque fidedigna, yace empolvada y rancia encubriendo lo mucho que sucedió, desenterrando lo poco que se recuerda y evidenciando aquello que se desconoce amparados en la memoria de los ya la perdieron.
A diferencia de las disposiciones para celebrar el Centenario de 1925, los actuales preparativos se han reducido a redescubrir hechos históricos mediante trabajos voluntarios de historiadores y buenos samaritanos que, de manera particular y forma patriota, fundando la Comisión del Bicentenario, tratan de recuperar y poner vigente la historia de doscientos años de vida republicana, manipulada por el “proceso de cambio” al refundar la República de Bolivia como un nuevo Estado Plurinacional, invalidando el protagonismo de aquellos héroes de la independencia que no fueran indígenas, con la descabellada creencia de que un “borrón y cuenta nueva” son suficientes para transcribir nuestra historia a voluntad propia y así lograr extirpar quinientos años de nuestro pasado, incluidos origen mestizo y ascendencia peninsular, nuestra lengua castellana y todo aquello que provenga de los conquistadores y la época colonial. ¿Podrán estos denominados “Movimientos Sociales” reescribir la historia erradicando lo imposible?...
Prueba clara de su malévolo objetivo es que ignoran a propósito, o pasan por alto lo verdaderamente acontecido antes, durante y después de la muerte del último inca Atahualpa, ya que a posterior y de acuerdo a lo pesquisado, sus sucesores fueron nombrados y reconocidos como “Reyes del Perú”, sin que historiadores manipuladores u olvidadizos, nos comenten sobre los hechos que antecedieron a la llegada de los conquistadores, como fue la guerra civil que se lidiaba entre los hermanos Huáscar y Atahualpa, la tiranía del inca portador de la borla real. Nada o poco nos dicen del descontento de pueblos y etnias conquistados y sometidos por el incario como los chancas, huancas, o Chachapoyas quienes veían a los incas como extranjeros invasores de sus territorios y usurpadores de sus creencias, idioma, mitos y ciudades capitales como Vilcabamba o el mismo Cusco, que ganada en batalla contra los chancas fue convertida en el ombligo del mundo y rediseñada por el noveno inca Cusi Yupanqui, quien adoptó el nombre de Pachacútec (transformador de la tierra), al que se le atribuye la construcción de los grandes monumentos como los muros de Sacsayhuamán, los andenes de Ollantaytambo y el Coricancha o Templo del Sol; este último construido en agradecimiento a las piedras que se levantaron como guerreros en el campo de batalla para engrosar su ejército, dándole a Pachacútec la victoria contra los chancas comandados por el temible guerrero Asto Huaraca. Luego de ser sometidos por los incas, estas etnias de idioma puquino, con el afán de recuperar sus dominios, y junto a otras panacas también descontentas con la impuesta sumisión y condiciones de esclavitud ejercidas por el incario, optaron por aliarse con los conquistadores haciendo que éste apoyo les facilitase a los “barbudos” la victoria de su invasión.
Poco o nada sabemos de los credos incas que fueron modificando los sucesivos linajes reales durante sus gobiernos, antes y después de la muerte de Atahualpa. Curiosamente, en la actualidad, algunos escritores han tenido que convertirse en investigadores y desempeñar el oficio de historiadores para escribir novelas, cuentos y hasta ensayos con temáticas y hechos basados en el quehacer y la historia de aquél entonces. Gracias a escritores contemporáneos como la española Camen Sánchez Risco y su hermosa novela de historia ficcionada “La Primera Mestiza”, o los peruanos Rafael Dumett con su obra “El Espía del Inca” y Rafael Aita con su serie de: “El Último Inca”, “Atahualpa”, y “Los Incas Hispanos”, hoy en día tenemos una gran fuente renovada de información histórica que nos prueba y demuestra fehacientemente que luego de la ejecución de Atahualpa la dinastía continuó reinando, ya que en 1557 Felipe II estableció que era justo que Caciques y Señores nobles de pueblos conserven sus derechos y se respete la sucesión de sus Señoríos, por lo que se dieron alianzas entre linajes de estirpe inca con la nobleza española manteniendo y respetando el “Señorío Inca” y el derecho sucesorio de su descendencia, dando como resultado un sistema de coaliciones respetado y obtenido de acuerdo con la autoridad que mantenían los Curacas (caciques), así como por alianzas matrimoniales, accediendo los nobles del incario a recibir el bautismo cristiano y profesar la fe católica, facilitándose de esta manera el co-gobierno entre ambos al ser reconocidos por Virreyes y Reyes de aquella época. Matrimonios de peninsulares con hijas de ascendencia directa inca otorgaron a los españoles cuantioso patrimonio y ascensión social ante las élites indígenas y criollas. Durante el periodo virreinal los incas nobles fueron parte de la administración española ocupando puestos políticos relevantes.
Según datos obtenidos por Rafael Aita, uno de los hechos que ratifica estas alianzas de cogobierno sería el tratado de Acobamba firmado entre Titu Cusi Yupanqui, hermano menor de Sayri Tupac, con el Gobernador Provisional del Virreinato del Perú y Presidente de la Real Audiencia de Lima (1564 a 1569) Lope García de Castro y firmado por su majestad Felipe II, reconociéndolo en su calidad de inca y a su linaje como nobiliario, esto para sí, y sus herederos. Muchos de estos beneficiados, ya radicados en el viejo mundo gozaron de poder y prebendas conservando sus tierras de origen y patrimonio de por vida; posteriormente este decreto, otorgando la igualdad de derechos en los descendientes de naturales nobles indígenas con nobles castellanos fue ampliado por su Majestad Carlos II, mediante Edicto de 22 de marzo de 1667. En el caso específico de Tito Cusi Yupanqui, éste aceptó el bautizo y profesó la fe católica aceptando recibir un Corregidor español en su reino de Vilcabamba; tras su envenenamiento la alianza se quebró y su hermano Túpac Amaru I fue conocido como el último inca de Vilcabamba. Comenta el cronista Garcilazo que luego de ser ejecutado Tupac Amaru I por orden del Virrey Toledo, éste, a su retorno, fue amonestado por el rey Felipe II, quien lo destituyó de su cargo con estas palabras: “marchaos a vuestra casa que yo os mandé a Perú no a matar reyes sino para servirles”. Según el escritor Aita, este tratado es considerado memorial porque representa una figura legal conocida como -traslado imperii- “traslado del poder imperial de mano en mano y de lugar en lugar” por el que el Alferazgo Real de los Incas (cargo destinado exclusivamente a descendientes de los incas y portadores de la borla real “Mascapaycha”), reconocían el poder real español. Como una de las tantas secuelas del mestizaje, la vestimenta de los nobles del incario se fue modificando parcialmente a la usanza española.
Pero…Si el verdadero origen y la verdadera causa de la sublevación de Tupac Amaru II se socializaran, con seguridad que se desvirtuaría el mito que los historiadores han creado con afán proselitista y de acuerdo a las conveniencias político partidarias. Rafael Aita expone en sus escritos que, de acuerdo a pesquisas minuciosas y documentadas, el origen de este levantamiento se inició por el pleito entre Tupac Amaru II con la familia Betancur y radicó en la disputa por el título de MARQUÉS DE OROPESA, ya que la querella entre ambos llegó hasta la Audiencia de Lima en donde los 24 Electores del Alferazgo Real, como representantes de por lo menos 567 incas nobles de Cusco, apoyaron a la familia Betancur con este pronunciamiento transcrito en su libro Los Incas Hispanos: “Tupac Amaru como estrangero en la sucesión de los Ingas usurpo el apelativo de Tupa Amaru a la leal y fidelísima casa de Don Diego Felipe de Betancur, y Tupa Amaru Urtado de Arbieto, Fiesco y Cardona Inga, que [es] uno de los Electores de Alférez Real que obtuvieron título de este Superior Gobierno”.
El historiador David P.Cahill, dedicado a esclarecer la historia colonial del sur andino y que echó luces sobre estos acontecimientos y aspectos de la Gran Rebelión del Cusco en 1814, transcribe además, (2003) el alegato de que Tupac Amaru II era considerado forastero, provinciano, mestizo e hijo de un don nadie y de una india del común: “José Gabriel Condorcanqui y Noguera fingido Tupac Amaru, y supuesto cacique de pueblos, que no es ni pudo ser, porque {…} fue un pobre arriero de vil e ignorada extracción y de padre ignoto por ser de extraño fuero y su madre una india vilísima sujeta a las contribuciones de tributos y otros servicios personales que son propios de su natales y origen”, por tanto, Aita confluye en que no era de sorprender que curacas y cacique hayan sido los primeros en levantar sus armas contra Tupac Amaru II, especialmente porque ya estaban militarizados luego de las reformas del virrey Manuel de Amat y Juniet (1771-1776), cuando la carrera del ejército, creada por el Virrey Toledo en 1572 se volvió atractiva para indios nobles. Según lo evidenciado por Aita, Caciques como Titu Atahuichi y Obando, Capitán de indios nobles de las ocho Parroquias, junto a José Gabriel Guamantica, sargento del Regimiento de Infantería de Milicias de Indios nobles de las Ocho Parroquias, Mateo Pumacahua, Cacique de Chincheros, además del Curaca Diego Choquehuanca, fueron de los primeros en oponerse y enfrentar a Tupac Amaru II en defensa de su Real Majestad y a favor de la familia de Don Diego Felipe de Betancur, logrando sofocar la rebelión que desató este conflicto en 1782. A pesar de este apoyo de Curacas y Caciques a la Corona, se evidencia que el levantamiento cundió expandiéndose por el sur del Virreinato del Perú y el norte del Río de la Plata culminando con la ejecución de Túpac Amaru II, con registros que indican continuas insurrecciones posteriores, previas a la independencia, involucrando a la población indígena, incluida la nobleza descontenta, dando como resultado un drástico recorte de privilegios por parte de su Majestad ante el temor de nuevas sublevaciones. Estos hallazgos históricos desvirtuarán completamente las biografías en wikipedia ya que contradicen otras investigaciones de eruditos y buscadores. Se presume que la última representación Inca fue dada en Cusco por el entonces Alférez Real de la casa de Huayna Capac Matías Castro Guaypartopa, antes de la batalla de Junín del 6 de agosto de 1824. Sin embargo, sabemos que fue después de la batalla de Ayacucho del 9 de diciembre de 1824 que se determinó el fin del imperio español, y que se disolvió el Virreinato del Perú con el nombramiento del Gral. Agustín Gamarra como prefecto de Cusco. Desde entonces está claro que el Alto Perú y Los Andes fueron perdiendo su protagonismo inca y, por consiguiente, el descenso del linaje inca que fuera el pilar de su identidad entró en decadencia social y económica apurando su extinción. También queda en duda si Simón Bolivar, como el gran Libertador, lograda la independencia y fundada Bolivia en 1825, hizo anular los títulos nobiliarios incas desconociendo su protagonismo y autoridad y confiscando sus tierras… hecho que nadie ha osado sacar a luz o corroborar públicamente.
Y si seguimos escarbando nuestro pretérito histórico con el afán de restaurar nuestros orígenes descubriremos que: quien no lo tiene por Inca, lo lleva por español, constatando que aquello que se nos inculcó durante nuestros años escolares y de universidad es información sesgada, ya que a la historia real se la sepultó, y desde hace un bicentenario se manipula la información de acuerdo a intereses de líderes, caudillos, o políticos indigenistas que hoy en día, apoyados en los discursos racistas de dirigentes sindicales y movimientos del mentado “Socialismo Comunitario”, reescriben nuestro pasado a su antojo y doctrina… la ignorancia es atrevida diría yo.