El escritor Fernando Aramburu, en una reciente entrevista, nos da alguna pistas para explicar el auge de la extrema derecha en Europa.
Los recientes éxitos electorales de la extrema derecha en Hungría, Italia, Alemania, Portugal, Rumanía y recientemente en Polonia están sacudiendo los cimientos de la Unión Europea (UE) y cuestionando cada vez más las políticas de esta institución en materia de migración, construcción europea y discurso igualitario en temas sociales y políticos. Para esta nueva extrema derecha, que no es un movimiento cohesionado sino una expresión de varias fuerzas de corte nacionalista y populista, la UE está impregnada de la cultura “woke”, es decir, que trata de imponer los valores progresistas al uso o la "cultura de la cancelación".
¿Por qué no para de crecer la extrema derecha, elección tras elección, sin que nadie sea capaz de detener esta marea ultra? Para el escritor Fernando Aramburu, autor de la antológica novela Patria, “es sin duda, un fenómeno general que merece ser estudiado con mucho detenimiento, no se puede despachar con unas pocas denominaciones, como fascismo, nazismo, etcétera. Creo que hay que estudiarlo a fondo para tratar de comprender por qué hay un creciente número de ciudadanos que hoy apoya estas posturas en sociedades democráticas. Creo que hay cierto cansancio con las democracias, particularmente entre los jóvenes, aunque a mí no me gusta nada arremeter contra la juventud”.
Aparte de ese descontento de la ciudadanía, especialmente de los jóvenes, hacia nuestras democracias, también hay otros elementos a tener en cuenta. Por ejemplo, hay que constatar que los partidos tradicionales hace años que han perdido el polo a tierra y desconocen los problemas reales del pueblo llano. Tratan de tapar con un dedo el sol a cuestiones como la inmigración ilegal, que es uno de los problemas que más preocupan hoy a los ciudadanos de a pie, y que está ligado, por mucho que les pese a algunos, con la inseguridad reinante en muchas ciudades.
Aramburu, al reflexionar sobre este asunto, cree que “una parte importante de la población ve que todo aquello que considera parte esencial de su identidad está en peligro ante la llegada de seres humanos de otros lugares del planeta con otro color de piel, otras religiones, otras culturas. Esto lo aprovechan los partidos populistas para aumentar su clientela. Y el hecho de que estas tendencias están presentes en casi todos los países demuestra que hay razones de fondo que debemos tratar de conocer bien. No son fenómenos aislados, sino algo que determinará, seguramente, la política mundial del siglo XXI”.
Pero no solamente es la inmigración, sino que hay también un claro rechazo a la globalización impuesta, tal como lo percibe el ya citado Aramburu: ”El otro elemento que explica este auge populista es la reacción a la globalización. No soy especialista, pero sí un testigo de mi época. Hay un sector de la población que se está cuestionando su identidad, que no ve como una renovación de su identidad el hecho de que se derriben fronteras y nos fundamos con otras naciones. Entonces hay un movimiento de reacción para centrarse en lo que se considera genuino o puro”.
Lo realmente preocupante es la escasa capacidad autocrítica de la izquierda, la incapacidad de entender que estamos en un mundo en cambio en donde los viejos dogmas ya no valen y que hay ponerse en los zapatos de los ciudadanos porque el malestar creciente está presente. Y ese malestar creciente, como estamos viendo, se expresa por la vía electoral. La izquierda actual, tanto los socialistas como los que están a su izquierda, ha perdido toda empatía con sus antiguas bases electorales. Esa desconexión de la realidad, ese permanente tufillo demagógico de estar permanentemente tratando de movilizar al electorado, como hacen los socialistas en España, para parar a la “ultraderecha” ya no funciona, es un cuento demasiado manido como para creérselo.
Luego la estrategia de los “cordones sanitarios”, como la empleada en Alemania con Alternativa para Alemania (AFD), está absolutamente condenada al fracaso, tal como se ha visto en las últimas elecciones generales celebradas en este país, en que dicha formación consiguió el segundo lugar, como Chega en Portugal, desplazando a los socialdemócratas y a otras fuerzas tradicionales. Mientras los dos grandes partidos se desgastan ejerciendo las funciones de gobierno, la ultraderecha no arriesga nada ni se desgasta porque no toma parte de las grandes decisiones políticas, algunas muy impopulares, y sigue creciendo a costa del desencanto de la ciudadanía con los partidos que ya no responden a sus expectativas. El mensaje de Aramburu, que no procede ni de lejos de la extrema derecha, es claro: hay un sector de la sociedad que está descontento con el funcionamiento de nuestros sistemas democráticos, que incluso puede ir creciendo hasta ser mayoría, y que nuestros partidos tradicionales no atienden y, lo que es peor, no entienden.