Zarabanda

Armar el alma

Nos prometen la salvación durante setenta y dos horas, breve tiempo, si tenemos dispuesto un kit o equipo de emergencia o de supervivencia.

Nos indican lo que debe contener: alimentos básicos e imperecederos, agua, un pequeño botiquín, documentos, dinero, velas, cerillas o un mechero, una radio a pilas y las propias pilas, algo de ropa...Cosas básicas que casi todos guardamos en nuestro hogar. Es la Unión Europea quien nos aconseja, de momento, mañana tal vez nos lo imponga, que tengamos tales productos a mano ante emergencias como una guerra tradicional o total, modelo siglo XXI, un ciberataque, una guerra bacteriológica o vírica, tipo COVID, o cualquiera de las otras "guerras" - terremotos, volcanes, incendios, inundaciones, heladas, nevadas, desprendimientos...- con las que la tierra nos recuerda nuestra fragilidad. Con este consejo, quienes la dirigen no aumentan nuestra esperanza, nos asustan y nos hacen más vulnerables. 

En los tiempos que vivimos, en que nuestro planeta está regido y acompañado por malvados e incompetentes, hay otros equipos más necesarios con los que debemos resguardarnos, y de los que casi nadie nos recuerda su imprescindible reserva y uso. Quizás interesa más aturdirnos, que conducirnos a la serenidad y la reflexión. El miedo y la sinrazón nos debilitan y nos hacen más fáciles de manejar.

Pero debemos recordar que tenemos posibilidades de reforzarnos interiormente, de armar nuestra alma con nuestros afectos, nuestras aficiones, nuestros pequeños placeres: un buen libro, un poema, una canción, una caricia, un beso, una sonrisa, un abrazo, la sombra de un árbol en verano, el sonido del agua en un arroyo, el agua que mana de una fuente, el mar, la brisa, el vuelo de las mariposas, los pájaros, un café compartido, un vaso de buen vino, una conversación con un amigo, ese viaje pendiente, la luz de la mañana, el olor de las rosas, la albahaca o el jazmín, el silencio en un atardecer, volver a aquel museo o aquel puente..., tantas y tantas cosas que nos llenan el corazón y las entrañas, nos hacen más felices y más fuertes.

Y están esos lugares especiales, bendecidos por la naturaleza, por los seres humanos y quizás por los dioses. Esos lugares que un día conocimos, o que deseamos conocer para que nos devuelvan la esperanza y la fe, y volver de ellos renacidos. Acabo de regresar de uno de ellos, Santo Domingo de Silos, de un Encuentro de poetas y escritores, donde he podido comprobar que aún queda bondad, sabiduría y armonía en nuestra especie, y espacios encantados en que éstas rebrotan y se fortalecen.

Allí, junto al ciprés y bajo una dependencia del claustro, hoy museo, antes refectorio, hay una fuente, "fonte que mana y corre", un manantial iluminado y transparente, "alma del alma de Silos", que proveía de agua al monasterio y su huerto, y quizás fue su origen. Mirarlo,  bajo el cristal que lo protege, es una bendición. Contemplarlo en silencio o con el sonido de fondo del canto gregoriano de los monjes, si puede ser a  solas, nos conduce hasta lo más profundo de nuestra conciencia y nos permite bucear en ella sin miedo, y en plena libertad. Después podemos levantar la vista y la mirada, y recrearnos con la belleza contenida es esa sala.  Podremos recuperar la fe en la humanidad y salir renacidos. Fuera, los árboles en flor nos aguardan.