Algunos recordamos que no hace tanto, en el inicio de la calle Jorge Juan, a la derecha, estaba el restaurante ‘Alkalde’, una casa de comidas vasca con mantel de cuadros. Un poco más arriba estaba el callejón de Puigcerdá, donde se ubicaba ‘El Amparo’, uno de los primeros restaurantes modernos que hubo en Madrid de la mano de Ramón Ramírez, un pionero de la buena cocina. Por aquél entonces era un callejón oscuro de arena donde había un 600 abandonado. Justo ahí, Almodóvar filmó una violación para una de sus primeras películas. Era la época de la ‘Movida’ y, por qué no decirlo, del mal gusto cuyo epítome era el cineasta manchego. Entonces era tal la euforia que se decía: ¡Arde Madrid!
Han pasado muchos años y esa zona de la calle Jorge Juan tiene el mismo ambiente que Estafeta en San Fermín, eso sí, sin mozos borrachos ni especímenes ochenteros del estilo de Fabio Mcnamara, hoy felizmente rehabilitado. Estamos hablando de un milagro social, que forma parte del gran atractivo turístico que tiene hoy Madrid. La gente que nos visita quiere poder disfrutar de un espacio seguro, con atractivo gastronómico y precios competitivos en comparación con otras grandes capitales. Como lo tenemos tan cerca quizás no lo valoramos, pero basta darse un paseo por allí cualquier día para poder disfrutar de su irrepetible efervescencia, de una Movida de calidad, sin la cutredad de antaño.
Escritores como Antonio Muñoz Molina, su señora, o viejas periodistas como Maruja Torres, gustan de escribir barbaridades sobre el ambiente de Madrid. Respiran por la herida de su antipeperismo militante, pero solo consiguen hacer un espantoso ridículo, ahora sí que arde Madrid.