Margallo corrige al ministro Albares: unidad iberoamericana frente al populismo histórico

El exministro de Asuntos Exteriores reprocha al titular actual sus declaraciones ante la presidenta de México y advierte del peligro de utilizar la historia para dividir en lugar de unir.

José Manuel García-Margallo en un vídeo en su cuenta de X (antes Twitter)
photo_camera José Manuel García-Margallo en un vídeo en su cuenta de X (antes Twitter)

Durante una intervención oficial ante la presidenta de México, el ministro español de Asuntos Exteriores sorprendió con unas palabras que reabren un debate que parecía superado: el de la conquista de América vista desde la culpa y no desde la historia. Al reinterpretar los hechos de 1519 con un tono de autocrítica nacional y sin base documental sólida, el ministro buscó empatizar con su anfitriona, pero terminó provocando un amplio rechazo entre historiadores, diplomáticos y parte del propio cuerpo político español.

Entre las respuestas más contundentes figura la de José Manuel García-Margallo, ministro de Asuntos Exteriores entre 2011 y 2016, quien calificó las declaraciones de “error histórico y falta de perspectiva de futuro”, recordando que “la historia no puede manipularse al servicio de una coyuntura política ni de un discurso populista”.

“Pensar que Cortés conquistó un imperio con seiscientos hombres es un disparate”

García-Margallo recordó que Hernán Cortés llegó a Veracruz en 1519 con apenas seiscientos hombres, veintiséis caballos y trece cañones. “Pensar que con esa fuerza limitada pudo someter uno de los imperios más extensos de América es un disparate. Lo logró porque muchos pueblos indígenas se unieron a los españoles para liberarse del dominio de los aztecas.”

El exministro explicó que la conquista fue, en realidad, una alianza múltiple, impulsada por pueblos sometidos que vieron en la llegada de los españoles una oportunidad de emancipación. Tras la “Noche Triste”, cuando Cortés fue derrotado y se retiró de Tenochtitlán, fueron precisamente esos aliados indígenas quienes le salvaron y le permitieron rehacerse para ganar la batalla de Otumba.

“Hay que dejar de repetir eslóganes políticos y volver a estudiar los hechos con rigor. España no fue una potencia esclavista en América, sino la primera nación que se preguntó por los derechos de los pueblos originarios.”

Margallo aludió así a las Juntas de Burgos (1512) y de Valladolid (1550), donde teólogos y juristas españoles debatieron, por primera vez en la historia moderna, si los indígenas tenían alma, dignidad y derechos equiparables a los de los europeos. “La respuesta fue afirmativa —recordó— y ese reconocimiento de igualdad jurídica no existía en ningún otro imperio de su tiempo.”

El legado civilizador y humano: un vínculo que no puede negarse

Para el exministro, reducir la presencia española en América a una lectura de expolio o sometimiento es desconocer cinco siglos de historia compartida. “La primera universidad del continente americano se fundó en 1551, en México, siguiendo el modelo de Salamanca. La imprenta, las catedrales, los hospitales y las ciudades trazadas con criterio urbanístico fueron parte del legado civilizador español.”

Hoy, más de diez ciudades fundadas en aquel periodo son Patrimonio de la Humanidad, y la lengua española —hablada por más de 500 millones de personas— constituye el mayor espacio cultural común del mundo occidental.

García-Margallo recordó también el aspecto humano de esa historia: el nacimiento del mestizaje. “El primer mexicano fue Martín Cortés, hijo de Hernán Cortés y de La Malinche, y una hija de Moctezuma, Isabel, se casó con un español, Juan Cano. De esa unión descienden hoy familias con títulos nobiliarios reconocidos en España. La historia de América no es una historia de conquista, sino de encuentro.”

 

Una advertencia contra la política del resentimiento

El exministro subrayó que el revisionismo histórico está siendo utilizado por algunos gobiernos —tanto en Europa como en América Latina— como herramienta política.

“Hay quienes recurren al pasado para dividir, a la culpa para justificar su poder y al resentimiento para perpetuarse. Pero la política exterior de un país no puede construirse sobre agravios simbólicos ni sobre falsificaciones históricas.”

Para García-Margallo, estas actitudes tienen un coste real: deterioran la imagen internacional de España, dañan las relaciones diplomáticas con sus socios naturales y debilitan la posición del país en el marco iberoamericano.

En este sentido, recordó la polémica de 2019, cuando el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, pidió a España “disculpas por la conquista”, gesto que el Gobierno español rechazó con diplomacia, pero que marcó un punto de inflexión en el discurso populista latinoamericano. “Aquello fue el inicio de un relato que busca distanciar a América Latina de su raíz cultural europea. Lo que ahora hace el ministro Albares, lamentablemente, darle continuidad desde dentro”, lamentó.

España y México: una alianza que trasciende los discursos

Durante su mandato, García-Margallo reforzó la relación con México como socio estratégico prioritario. En 2014, España se consolidó como el segundo inversor europeo en el país, con más de 7.000 empresas españolas operando allí y un flujo comercial superior a 12.000 millones de euros anuales.

“México no solo es un aliado económico: es un país hermano, un socio con el que compartimos lengua, cultura y visión del mundo. Dañar ese vínculo con declaraciones populistas o con discursos de culpabilidad es un error político de primer orden.”

Además de los lazos económicos, España mantiene con México una intensa cooperación cultural y académica. La Casa de México en Madrid y los convenios entre universidades de ambos países son hoy ejemplos de diplomacia cultural efectiva, basada en el respeto y la colaboración mutua.

“El futuro pertenece a las civilizaciones unidas”

García-Margallo amplió su análisis más allá del caso concreto para situarlo en el contexto global.

“El orden internacional que surgió tras la Segunda Guerra Mundial está agotado. Vamos hacia un sistema dominado por grandes civilizaciones —China, India, el mundo islámico— que actúan como bloques. España debe liderar, junto a América Latina, un bloque iberoamericano unido por lengua, valores y cultura.”

Esa visión entronca con lo que algunos analistas denominan “Iberoesfera”, un espacio de cooperación multinacional que agrupa a más de 20 países y 700 millones de hispanohablantes. En palabras del exministro, “esa comunidad puede ser un actor relevante en educación, energía, tecnología, medio ambiente y defensa de la democracia, si dejamos de mirarnos con recelo y nos reconocemos como lo que somos: una familia civilizacional.”

Recuperar la altura de la diplomacia española

La respuesta de García-Margallo va más allá de una corrección histórica. Es una llamada al sentido de Estado y a la responsabilidad diplomática.

“España debe proyectarse al mundo con confianza, claridad y generosidad. Nuestra fuerza no está en revivir rencores simbólicos, sino en construir un futuro iberoamericano de progreso. La historia nos enseña que fuimos capaces de unir continentes; ahora debemos ser capaces de unir voluntades.”

Para el exministro, la política exterior española necesita recuperar su altura intelectual y su coherencia moral. “El discurso fácil da votos, pero destruye credibilidad. Lo que hace grande a un país no es la autocrítica impostada, sino la defensa honesta de su verdad histórica.”

Una lección vigente: unir, no separar

El caso Albares ha reavivado un debate de fondo sobre la forma en que España asume su historia y proyecta su identidad en el mundo. García-Margallo no propone volver a una visión triunfalista, sino reconocer los matices de una herencia compleja, con luces y sombras, pero también con logros que ninguna otra civilización de su tiempo alcanzó.

Su mensaje final resume esa convicción:

“La historia no debe ser un arma de división, sino un punto de encuentro. Solo uniendo, no separando, podremos ocupar el lugar que merecemos en el mundo que viene.”

España y la memoria compartida

Cinco siglos después de la llegada de Cortés a Veracruz, la relación entre España y América Latina sigue siendo una de las más ricas del planeta. Las universidades, las letras, la religión, la ciencia y la lengua son testigos de un legado que, lejos de ser una carga, puede ser una palanca de futuro.

En tiempos en que los gobiernos recurren a la historia como herramienta política, la voz de García-Margallo suena como una advertencia y, a la vez, como una esperanza: solo desde la unidad y el respeto al pasado puede construirse una política exterior digna y duradera.