La desinformación se ha convertido en una de las principales amenazas para las democracias modernas. Su capacidad para distorsionar la realidad, influir en la opinión pública y polarizar a las sociedades ha llevado a gobiernos, medios de comunicación y expertos a buscar estrategias para combatirla sin comprometer la libertad de expresión.
Ángel Badillo Matos, investigador principal del Real Instituto Elcano y especialista en comunicación y política internacional, es una de las voces más autorizadas en este ámbito. Ayer participó en una jornada organizada por la Fundación March, donde se abordaron los desafíos que plantea la desinformación en un mundo hiperconectado. En esta entrevista, analiza las causas del problema, su evolución en los últimos años y las posibles soluciones para afrontarlo sin caer en medidas que atenten contra los valores democráticos.
La desinformación es un tema recurrente en la agenda mediática. Desde su perspectiva, ¿cuándo comenzó a ser una preocupación seria y cuáles fueron los factores que impulsaron su crecimiento?
Este asunto ha sido objeto de observación y preocupación para nosotros desde hace mucho tiempo, pero de manera específica desde 2015. Fue entonces cuando empezamos a detectar ciertos movimientos en el espacio geopolítico, particularmente en relación con estrategias de desinformación provenientes de Rusia. Este fenómeno nos llamó la atención a nosotros y a muchos otros centros de investigación. Inicialmente, lo abordamos desde un enfoque securitista, ya que estas campañas estaban vinculadas con estrategias de defensa y acción en "territorios grises", donde se combinaban herramientas de comunicación exterior y de inteligencia para influir en conflictos geopolíticos. Sin embargo, con el tiempo comprendimos que el problema no solo afecta a la seguridad, sino también a los derechos y libertades de los ciudadanos.
¿Cómo han evolucionado las estrategias de desinformación en los últimos años?
La desinformación ha pasado de ser una herramienta utilizada en contextos bélicos a una estrategia mucho más sofisticada en tiempos de paz. Vemos que actores estatales y no estatales la emplean para desestabilizar sociedades, debilitar democracias y polarizar la opinión pública. Se han desarrollado tácticas más refinadas que combinan la manipulación de redes sociales con campañas coordinadas en distintos medios digitales. Además, el uso de bots y cuentas falsas ha permitido amplificar mensajes falsos con gran rapidez.
Tradicionalmente, se asociaba la desinformación a contextos de guerra. ¿Por qué ha resurgido con tanta fuerza en los últimos años?
La desinformación es tan antigua como la información misma. A lo largo de la historia, siempre ha existido como herramienta de manipulación, ya sea en el Imperio Romano, en la Primera y Segunda Guerra Mundial o durante la Guerra Fría. Lo que ha ocurrido en la última década es que ha vuelto a emerger con una dimensión geopolítica y estratégica renovada. Estados y actores no estatales la utilizan para desestabilizar democracias, modificar la opinión pública y generar climas de polarización. A esto se suma la aparición de las redes sociales, que han cambiado la forma en que se distribuye la información y han fragmentado la esfera pública en burbujas informativas personalizadas. El modelo de monetización de estas plataformas ha favorecido la difusión de contenido polarizante y, muchas veces, de noticias falsas.
¿Qué impacto tiene esta situación en los medios de comunicación tradicionales?
Hay dos crisis simultáneas en los medios: una económica y otra de legitimidad. La crisis económica está vinculada a la caída de la inversión publicitaria, que ha sido absorbida en gran medida por plataformas como Google y Meta. Esto ha debilitado a los medios tradicionales y ha generado precariedad en la profesión periodística. La crisis de legitimidad se debe a la pérdida de confianza del público, que percibe que algunos medios han sido utilizados para intereses políticos o empresariales. En países como España, la desconfianza en los medios de comunicación es particularmente alta. La transparencia sobre la propiedad de los medios y su financiación es clave para recuperar esa confianza.
En este contexto, ¿cuáles son las estrategias más efectivas para combatir la desinformación?
Hay varias líneas de acción. Primero, la alfabetización mediática: los ciudadanos deben entender cómo funciona el ecosistema informativo, cómo operan los algoritmos y cómo distinguir fuentes fiables. Es un error pensar que los jóvenes, por el hecho de haber crecido con tecnología, tienen mayor capacidad de discernimiento. La alfabetización mediática sigue estando fuera de los currículos educativos y eso debe cambiar. Segundo, los medios deben recuperar su credibilidad con más transparencia y rigor informativo. Y tercero, las plataformas tecnológicas deben asumir mayor responsabilidad para evitar ser canales de desinformación masiva.
¿Existen ejemplos internacionales de buenas prácticas en la lucha contra la desinformación que España debería adoptar?
En Europa, la Comisión Europea ha tomado medidas relevantes con su estrategia de lucha contra la desinformación, promoviendo códigos de autorregulación en plataformas digitales. También existen modelos en países nórdicos que han integrado la alfabetización mediática en sus sistemas educativos desde edades tempranas. En algunos países, se han desarrollado organismos independientes que verifican la transparencia en la financiación de los medios y regulan la publicidad institucional para evitar su uso como herramienta de presión política.
La inteligencia artificial ha facilitado la creación y difusión de desinformación. ¿Cuál es el impacto de esta tecnología en el problema?
En los últimos cinco años hemos visto un aumento exponencial de herramientas de automatización para la generación de contenido falso. La inteligencia artificial permite crear grandes volúmenes de información manipulada con apariencia de veracidad, lo que agrava el problema. Las plataformas deben establecer controles para limitar el impacto de estas tecnologías, pero sin que esto se convierta en una excusa para la censura o el control de la opinión pública.
¿Las regulaciones actuales son suficientes o hacen falta más medidas?
La regulación es necesaria, pero debe hacerse con cuidado. La Comisión Europea ha impulsado medidas como el Reglamento de Libertad de los Medios de Comunicación, que busca garantizar la transparencia en la propiedad y financiación de los medios. Esto es un paso en la dirección correcta, pero en países como España todavía hay mucho camino por recorrer, sobre todo en lo que respecta a la publicidad institucional, que a menudo se usa como mecanismo de presión política sobre los medios. No podemos permitir que la lucha contra la desinformación se convierta en una excusa para el control gubernamental de la información.
En definitiva, ¿la desinformación es un problema con solución o algo con lo que debemos aprender a convivir?
No podemos erradicar completamente la desinformación, pero sí podemos mitigar sus efectos. Es fundamental mejorar la educación mediática, fortalecer los medios de comunicación de calidad y exigir responsabilidad a las plataformas digitales. Lo más importante es que cualquier medida que tomemos respete siempre la libertad de expresión, que es la base de las democracias. No podemos combatir la desinformación volviéndonos "más villanos que los villanos".