Al hilo de las tablas

Esos días de herradero

Inconfundible olor a cuero quemado, ruido del soplete de butano que calienta los hierros, berridos de becerros al sentir el fuego, sincronización humana en el trabajo, y un ambiente desenfadado; son las señas de identidad en un día de herradero. Un oficio que, como todo en el campo, ha necesitado que tiempo antes se haga el destete de los becerros; separándolos de las vacas, e instalándolos en un cercado seguro con pienso, paja y agua que les ayuden a olvidar los agasajos maternos. También han de ser separados machos de hembras y colocados en corrales diferentes para que no haya mezclas en el momento de pasar por el cajón de herrar. Pues las numeraciones de machos y de hembras no pueden confundirse, generando errores administrativos. 

Una vez que, entre amigos, familiares y la gente de casa, se reúne la mano de obra suficiente para desenvolver la tarea con agilidad y eficacia; se empiezan a herrar los machos.  El primer animal puede ser de la cabecera, ya que la superioridad física le ayuda a colarse entre los demás, al ver como se abría un pequeño resquicio en la puerta corredera. Puerta que se ha vuelto a cerrar con rapidez, gracias a la habilidad de unas manos experimentadas; las de quien dirige a otra u otras dos personas, que vara en mano ayudan a empujar animales hacia el cajón de herrar; contemporáneo artilugio, que necesita de una persona en la puerta de entrada y otra en la de salida, para sujetar al becerro, permitiendo abrir la parte izquierda del cajón, pasar las cadenas, cuando no hay otro artilugio diferente, inmovilizando al becerro. Pasos necesarios para poder colocar en la piel con temple y destreza un mínimo de cuatro hierros candentes, pues es prescriptivo poner el guarismo del año ganadero en que nació, la numeración que le corresponda, según el orden establecido por el ganadero, la marca de la asociación a la que pertenece; y por supuesto el hierro de la ganadería, que lo pone el propio ganadero, o alguien de la casa. Mientras tanto se le ha hecho en la oreja la señal a navaja, propia de vacada; si es que esta no es “orejisana”. Para terminar, soltando amarres y abriendo la puerta, al tiempo que el animal sale de estampida en busca del refugio de sus semejantes. En ese breve espacio de tiempo, también se puede haber aprovechado para vacunar o hacer una cura puntual y preventiva de las heridas que el fuego produce. A la vez que el veterinario de la organización de ganado bravo, a la que pertenezca la ganadería ha tomado nota puntual de cada animal; relacionando, número de crotal, con número a fuego, y color o colores de la piel. 

Un oficio marcado por un ambiente festivo en el que, el descanso entre machos y hembras consiste en un almuerzo suculento y amplio, ya que la tarea ha permitido hacer el hambre necesaria para disfrutar de los productos del cerdo. Para rematar el día con la comida típica de “patatas meneas” y otras exquisiteces, que sólo se disfrutan al amor del compañerismo y la amistad que tareas puntuales del campo, como el herradero, la motila o la matanza pueden dar. 

Días que incluso en estos tiempos de prisas, permiten largos ratos de tertulia, confidencias y hasta batalladoras partidas de cartas. El trabajo compartido, siempre da lugar a una existencia saludable.