En el deporte profesional español, hay una norma que se cumple poco pero es de obligado cumplimiento por ley: las seis semanas de permiso por nacimiento y cuidado del menor. Una obligación legal que afecta a cualquier trabajador, incluidos los deportistas, y que, sin embargo, rara vez se aplica en el ámbito del fútbol, el baloncesto o el deporte de élite.
El artículo 48.4 del Estatuto de los Trabajadores establece que el contrato de trabajo debe suspenderse durante 16 semanas, seis de ellas obligatorias e irrenunciables para ambos progenitores. Esto significa que durante ese periodo el deportista no puede entrenar ni competir, y el club está obligado a comunicar la baja a la Seguridad Social. Sin embargo, la práctica demuestra que en la mayoría de los casos los deportistas siguen jugando tras ser padres, desafiando una norma que busca proteger la conciliación y el bienestar familiar.
Entre la ley y el terreno de juego
Casos recientes como también recalca MARCA, como el del jugador del Alavés Jon Guridi, que acudió a entrenar horas después de ser padre, han vuelto a poner sobre la mesa un debate que el deporte profesional lleva años eludiendo. En teoría, hacerlo podría considerarse una infracción laboral o incluso acarrear sanciones administrativas, ya que el futbolista está legalmente inhabilitado para trabajar durante ese tiempo.
Lo mismo ocurre con deportistas de otras disciplinas. Desde el portero de fútbol sala Cristian Ramos, que sí anunció públicamente que se acogía a la baja de paternidad, hasta el golfista Jon Rahm, que en 2020 decidió alejarse de la competición por el nacimiento de su hijo, son excepciones que rompen el silencio de un sistema que prioriza el rendimiento sobre la conciliación.
Una cuestión de cultura y estructura
La baja de paternidad en el deporte no es un privilegio, sino una obligación legal y un derecho irrenunciable. Sin embargo, en la práctica, los contratos deportivos, los calendarios y la presión competitiva dificultan su cumplimiento. Muchos deportistas temen perder su puesto en el equipo o ver afectadas sus renovaciones, lo que provoca que renuncien tácitamente a ejercer su derecho.
Según el Real Decreto 1006/1985, que regula la relación laboral de los deportistas profesionales, en todo lo no previsto por la norma se aplicará el Estatuto de los Trabajadores. Es decir, no hay excepciones para el deporte. Pese a ello, los clubes rara vez comunican las bajas por paternidad, y los organismos competentes, como la Inspección de Trabajo, no suelen intervenir para garantizar su cumplimiento.
Conciliación, igualdad y el futuro del deporte
La finalidad del permiso no es solo proteger al progenitor, sino garantizar el bienestar del menor y fomentar la corresponsabilidad entre padres y madres. Expertos en derecho deportivo señalan que el incumplimiento de este derecho “no solo vulnera la ley, sino que perpetúa un modelo de desigualdad estructural en el deporte”.
En contraste con el mundo laboral general, el deporte profesional aún arrastra una cultura que considera la paternidad una distracción, algo incompatible con el rendimiento. El ejemplo de David Beckham, que en su día fue criticado por priorizar su vida familiar, o los casos de jugadores que apenas se ausentan uno o dos días por el nacimiento de un hijo, reflejan esta falta de normalización del cuidado parental.
Un cambio pendiente
Aunque la ley es clara, el tabú de la paternidad en el deporte sigue vigente. La baja por nacimiento apenas se contempla en los planes de los clubes y federaciones, que aún no han adaptado sus estructuras para garantizar este derecho sin penalizaciones deportivas.
Mientras tanto, el debate sobre conciliación, salud mental y derechos laborales gana peso en el deporte de élite, y cada vez son más las voces que reclaman humanizar la competición. Como señalan algunos juristas, “la baja de paternidad no interrumpe el juego, lo hace más justo”.