Olas de palabras

Los molinos del pensamiento

Hace un par de años leí, por recomendación de un querido compañero de trabajo, el libro “Pensar rápido, pensar despacio” de Daniel Kahneman. En él se explica cómo funciona la mente humana al tomar decisiones, dividiendo el pensamiento en dos sistemas. El sistema 1: rápido, intuitivo, automático y emocional; y el sistema 2: lento, deliberado, lógico y racional.

Para utilizar el sistema 2, el cerebro gasta mucha más energía que para utilizar el sistema 1. Por ejemplo, cuando conducimos, realizamos los cambios de marchas y de pedales automáticamente, sin pensar en ello. Sin embargo, para estudiar un tema, ponemos en marcha varios procesos cognitivos pertenecientes al sistema 2: la atención, la sintetización, el reconocimiento o la memorización. Esto explica por qué estudiar resulta cansado (mentalmente hablando) y conducir, no.

De todas formas, la conclusión más relevante a la que llegué tras esta lectura me dejó un poco traumatizada. Resulta que solemos creer que controlamos por completo lo que pensamos y decidimos, cuando, en realidad, la mayoría de nuestros juicios y acciones están guiados por el sistema 1. Sin que intervenga el pensamiento deliberado del sistema 2. Es decir, vamos por la vida gobernados por un modo de pensamiento que actúa basándose en una amalgama de experiencias, sesgos o sensaciones, que logran acceder a nuestro cerebro, en la mayoría de ocasiones, sin que nosotros las hayamos seleccionado o les hayamos dado permiso para instalarse ahí.

Esto significa que, en la inquietante mayoría de los casos, nuestras decisiones no son tan racionales, ni tan libres como creemos. ¿Cuántos de nuestros pensamientos, opiniones, gustos, sesgos… son nuestros realmente? ¿Quién nos dice que no cambiaríamos muchos de ellos si los sometiéramos a revisión? ¿Quién nos asegura que no estamos viendo gigantes, donde, en realidad, solo hay molinos de viento?

Si busco un ejemplo de sistema 1 versus sistema 2 en la Literatura Hispánica, no puedo dejar de acordarme de Don Quijote. El pobre Alonso Quijano cree controlar su mente y sus acciones, pero, en realidad, su pensamiento está dominado por el sistema 1. Es decir, él vive guiado por las imágenes, creencias y fantasías que han penetrado en su cerebro a través de la lectura obsesiva."Y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio".

No obstante, a base de llevarse palos (literales y figurados), el bueno del hidalgo manchego va poniendo en marcha su sistema 2, con el fin de evaluar por qué lo que hay en su cerebro casi nunca se corresponde con lo que sucede en el mundo real. A través de este proceso, Don Quijote va recuperando la razón y, finalmente, muere completamente cuerdo.

Creemos que decidimos con la cabeza, pero casi siempre lo hacemos con el eco de todo lo que se ha colado en ella sin permiso. En última instancia, la elección es nuestra: seguir dejándonos llevar por la inercia del pensamiento rápido o detenernos, aunque sea un instante, a pensar despacio… y descubrir que, quizá, estamos viendo ejércitos donde solo había rebaños.