El Senado de la República vivió este 10 de diciembre de 2025 un momento histórico: la Sala de Comparecencias fue nombrada oficialmente Elena Poniatowska Amor, en homenaje a una de las escritoras fundamentales de México. La ceremonia solemne, acompañada por familiares, legisladoras, la Subsecretaria de Desarrollo Cultural Marina Núñez Bespalova y reconocidas escritoras, honró no sólo a la autora, sino a la palabra misma como instrumento de memoria, justicia y conciencia social.
A sus 93 años, Elena Poniatowska recibió este reconocimiento con una emoción profunda, consciente de que su nombre permanecerá en un espacio destinado al diálogo público. La decisión no es menor: cada comparecencia, cada debate y cada voz que atraviesen esta sala lo harán bajo la sombra luminosa y el peso de las palabras de una mujer que dedicó su vida a escuchar lo que México decía, incluso cuando el país parecía hablar en susurros o en llanto.
Este acto fue impulsado por la Presidenta de la Mesa Directiva, Laura Itzel Castillo, y por la senadora Beatriz Mojica, Presidenta de la Comisión de Cultura, quienes subrayaron la relevancia de Poniatowska como una figura indispensable en el tiempo presente, construido sobre décadas de lucha, escritura y persistencia.
La obra de Elena Poniatowska es parte del pulso íntimo del país. Su periodismo literario acompañó a trabajadores, estudiantes, sobrevivientes, madres que buscan a sus hijos, mujeres que sostuvieron revoluciones calladas. La noche de Tlatelolco convirtió el dolor colectivo en un testimonio que aún hoy obliga a mirar de frente. Las soldaderas rescató la memoria femenina de la Revolución Mexicana, y Las siete cabritas trazó un mapa luminoso de mujeres imprescindibles para la cultura del siglo XX.
Durante la ceremonia, estuvieron presentes Felipe Haro Poniatowska, hijo de la escritora, así como sus nietos Tomás, Cristóbal y Lucas. También participaron escritoras que han encontrado en la obra de Poniatowska un camino para la propia voz.
Entre ellas, tuve el honor de participar leyendo un fragmento de su ensayo sobre Rosario Castellanos, y de agradecer públicamente a Elena por ser un pensamiento lúcido y crítico; por abrirnos la puerta a las escritoras mexicanas que crecimos leyendo sus páginas y aprendimos de su escucha. La acompañamos también las escritoras Gela Manzano y Ethel Krauze, en un acto donde convergieron generaciones de creadoras unidas por la palabra y el reconocimiento.
Nombrar un espacio institucional con su nombre es reconocer que la palabra transforma la realidad. Porque si algo nos ha enseñado Poniatowska es que escuchar implica responsabilidad, que narrar es un acto político y que todo país se cuenta a sí mismo a través de sus voces más fieles.
La Sala Elena Poniatowska Amor no será únicamente un recinto para las comparecencias del poder: será un recordatorio simbólico de la obligación de escuchar, de atender lo humano detrás de lo público, de dar lugar a aquello que la historia oficial a veces prefiere callar.
En tiempos en que la memoria parece fragmentarse en resonancias fugaces, este homenaje devuelve a la literatura su sitio: el de sostener al país para que no olvide. Y a Elena, la mujer que convirtió la escucha en una ética, en una luz insistente, en el arte de hacer visible lo que la voz de México necesitaba decir.