Cuando pensamos en Francisco de Quevedo, a menudo nos vienen a la mente sus sonetos sublimes, como “Amor constante más allá de la muerte”. Pero Quevedo también era capaz de escribir versos que podrían hacer sonrojar a más de uno, como el soneto “De quince a veinte es niña; buena moza”. Esta capacidad de oscilar entre lo más elevado y lo más vulgar hace de su obra un reflejo perfecto del contraste característico del Barroco. Así como en la pintura barroca encontramos la famosa técnica del claroscuro, en la poesía de Quevedo hallamos una antítesis constante entre lo elegante y lo grosero.
En “Amor constante más allá de la muerte”, Quevedo exalta el amor como una fuerza capaz de superar incluso la descomposición del cuerpo. Aunque este sucumba, los sentimientos por la persona amada serán inmortales. Mi parte favorita está en el segundo cuarteto, cuando dice: "mas no de esotra parte en la ribera / dejará la memoria, en donde ardía; / nadar sabe mi llama el agua fría, / y perder el respeto a ley severa." El “agua fría” se refiere al río Leteo, el cual, según los griegos, debían cruzar las almas al morir para llegar a los Campos Elíseos. Al cruzar este río, el alma olvidaba todo lo vivido en la vida terrenal. Sin embargo, el poeta desafía las leyes de la mitología, pues afirma que “su llama”, su pasión, es más fuerte que la “ley severa” del olvido.
Su famosa conclusión “será ceniza, mas tendrá sentido; / polvo será, mas polvo enamorado” ha sido grabada en la memoria literaria universal. Aquí encontramos un Quevedo sublime, elevado, que transforma el sufrimiento barroco por la brevedad de la vida en una afirmación esperanzadora.
No obstante, existe otro Quevedo, el Quevedo que nos hace arquear las cejas. En “De quince a veinte es niña; buena moza”, la voz poética describe, de forma mordaz y misógina, el paso del tiempo para las mujeres, centrándose de forma descarada en el físico. El autor asocia el valor de la mujer a su belleza, su juventud y su capacidad para atraer al género masculino. Según Quevedo, a partir de los treinta, todos estos atributos empiezan a decaer y, llegada a los cuarenta y cinco, la mujer es “vieja, hechicera, / bruja y santera”. Es posible que la intención de Quevedo fuera jugar con la ironía y la burla; o, simplemente, dar rienda suelta a su exacerbada misoginia. En cualquier caso, a pesar de que este autor tiene sonetos muchísimo más soeces — que he elegido no mencionar por decoro — podemos ver que este poema ya contrasta enormemente con el anterior.
La oposición entre estos dos sonetos ilustra cómo Quevedo encarna el espíritu barroco. Ambos extremos conviven en su obra, recordándonos que el Barroco es el arte de la tensión: entre la luz y la oscuridad, entre lo elevado y lo vulgar, entre el ideal y la cruda realidad. Resulta curioso pensar que, mientras “Amor constante más allá de la muerte” ha conquistado las aulas y las antologías; poemas como “De quince a veinte es niña; buena moza” permanecen en un segundo plano, casi ocultos. Tal vez porque, al enfrentarnos a la obra de un genio, nos resulta más cómodo quedarnos con su faceta más noble y olvidar que también tenía un gusto por lo indecente.