La crítica a la razón moderna, formulada de manera luminosa por pensadoras como María Zambrano, constituye una de las claves para comprender no solo los límites del proyecto cartesiano, sino también el lugar de la literatura en la constitución del sujeto contemporáneo. El sujeto moderno, como señala Zambrano, se define a sí mismo por su adhesión a la razón como única vía de acceso al mundo: "cree en la razón como único medio de relacionarse con la realidad –razón discursiva o intuición intelectual–" (Zambrano, 1993: 1-2). Este postulado, en apariencia firme, comienza a resquebrajarse cuando se considera el papel que la palabra –más aún, la palabra poética– desempeña en la experiencia humana.
La expresión humana, incluso antes de ser racional, es corporal, gestual, emocional. La mímica precede a la palabra, y la palabra, aunque portadora de ideas, no deja de ser una encarnación concreta de sentido. "La palabra nace concreta", señala Zambrano, y por tanto porta en sí no solo significado lógico, sino también carga emocional, histórica, sagrada. El lenguaje, lejos de ser un mero sistema de signos abstractos, es un tejido simbólico que brota de la interioridad humana, nos dicta Alfonso Reyes, de aquello invisible que el alma resguarda.
Desde esta perspectiva, la literatura se presenta como una vía crítica frente a la clausura del sujeto moderno. El lector literario no actúa como un mero decodificador de estructuras racionales, sino como un ser afectado, implicado, transformado. Las asociaciones erráticas, los recuerdos personales, las resonancias íntimas que emergen en el acto de leer desestabilizan la lógica unívoca de la razón moderna. Este fenómeno, lejos de ser un obstáculo, nos conduce a reconocer que el sentido se construye en una oscilación entre texto y experiencia, entre lo dicho y lo vivido.
Así, la crítica a la razón no implica su anulación, sino su desplazamiento: ya no como centro hegemónico del conocimiento, sino como una instancia más entre otras, necesarias pero insuficientes. La secularización ha querido sustituir lo sagrado por lo racional, pero, como sugiere Zambrano, la sacralidad no es un accidente del pensamiento humano, sino una experiencia constitutiva del ser persona. La literatura –poesía, novela, mito– es uno de los últimos refugios de esta sacralidad vivida.
En este marco, resulta necesario articular dos ejes interpretativos: primero, la razón secular, que ha reducido el mundo a objetos de cálculo y dominio; y segundo, la crítica a la subjetivación del sujeto cartesiano, que ha derivado en una soledad ontológica y una pérdida del sentido comunitario y espiritual. Enfrentar estos problemas no es tarea exclusiva de la filosofía: la literatura, como forma de pensamiento encarnado, puede ofrecer caminos alternativos.
El poema, el relato, la imagen literaria nos devuelven a una racionalidad poética, donde el conocimiento no se obtiene por abstracción, sino por resonancia. En este sentido, leer es un acto de fe en el lenguaje, una forma de resistencia ante el vaciamiento del sentido. Como en el acto religioso, la lectura literaria nos expone, nos transforma y nos reconfigura. Por eso, Zambrano no cesa de recordarnos que pensar poéticamente es también una forma de salvación: no de las certezas, sino de la humanidad que en ellas se extravía.
Podría decir que, la crítica de la razón moderna desde la experiencia literaria nos hace repensar la subjetividad, la sacralidad y el lugar de la palabra en la configuración del mundo. La literatura, en tanto expresión simbólica del alma humana, no solo acompaña esta crítica, sino que la encarna en sus formas múltiples, ambivalentes, radicalmente vivas.