La mirada del centinela

La vieja Europa

El próximo 9 de junio se disputa el tablero político de Europa. La vieja Europa nuestra que ya no es determinante en el concierto socio económico mundial, ya no es ilustrada, ni siquiera es revolucionaria. Es solo un territorio donde hay guerras y la mayoría de los ciudadanos no sabe bien qué papel juega ya su continente. La Europa cíclica de las catástrofes, donde Stefan Zweig y Joseph Roth mantenían una correspondencia epistolar en la que el primero animaba al segundo a aguantar el ascenso del nacionalsocialismo. Qué paradoja, todos sabemos cómo acabó Zweig. 

Sus miedos de entonces son los miedos de ahora. Las inquietudes del ciudadano medio europeo se parecen pasados los años. Siempre hay tiranos que aniquilan la buena vecindad; otrora Hitler o Stalin, hoy Putin. Con matices, claro. Putin es visto con ternura y comprensión por una parte del gobierno de España, la ultraizquierda. Si bien, a tenor de cómo se conduce la otra parte, podemos decir sin temor a equivocarnos que ya son la misma cosa, el mismo partido montaraz que dibuja realidades a conveniencia y nos pinta de color rosa lo que a todas luces es de un negro funesto, como las tribulaciones de Joseph Roth. 

Europa necesita sentido común, necesita políticas de cohesión para construir un continente que se rija por los principios fundacionales de la Unión Europea: un espacio común de encuentro donde impere la paz. Los populismos son enemigos de esta manera lógica de ver la vida. Por eso, gobiernos como el de Sánchez, sesgados y populistas, son incompatibles con la pacificación intelectual de Europa. Los dirigentes que buscan el conflicto permanente con el otro se convierten en mala hierba, no dejan crecer los campos feraces de la sana convivencia. 

La vieja Europa reclama mentes razonables, precisa de políticos que no sean mentirosos ni oportunistas, sus heridas no sanarán con curanderos advenedizos, con gurús impostados que engañan al paciente diciéndole que no está enfermo, diciéndole que se abandone a su percepción de guía espiritual y no reflexione, el bien común da paso así al bienestar de los políticos intrusos, esa nueva calaña de predicadores que estafan a los ciudadanos en el maremágnum del desconcierto que ellos mismos propician inventando falsedades. 

La vieja Europa transita noqueada por un camino alfombrado de guijarros. Y camina descalza, dando saltitos de dolor al pisar cada una de esas piedras que sus malos dirigentes echan en el camino. El resto del mundo le ha ganado terreno. La domina, la acorrala contra su historia, ya no le queda ni un resto del poderío que la hizo respetable, casi gloriosa. Ahora, los ciudadanos europeos, miramos con temor el panorama que las pantallas muestran de la aldea global, donde Europa ya no manda nada, pues se ha convertido en un retal de fronteras cosido con hilos de incertidumbre. Es el patio trasero del mundo, donde los burgueses de antaño piden limosna al nuevo rey de la casa.

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