Vaya por delante mi respeto a todas las formas de vestir y de adornarse, una libertad que nos ha costado mucho conseguir y que no debemos perder nunca. Pero una cosa es el respeto y otra cosa es la ausencia de opinión, ya que en este mundo melindroso e infantilizado, cualquier crítica sobre las modas y los gustos ajenos se confunde con una intromisión intolerable en la vida privada. Esta nueva forma de censura no debe prosperar, pues de lo contrario desaparecerá la libertad, y con ella la estética, las artes y todo lo que podemos considerar como bello.
Dicho esto, le propongo a usted que se imagine un perro verde fosforescente. Piense ahora en un elefante fucsia. ¿Qué le sugiere una cebra que en vez de rayas llevara un estampado de cuadros blancos y negros? ¿Qué le parecería un rinoceronte que luciera en sus lomos girasoles o margaritas?
Nos cuesta imaginar a los animales pintados con otros colores que aquellos que les adjudica la madre naturaleza. Sin embargo, en las últimas décadas, a los humanos nos ha dado por pintarrajear nuestro cuerpo. Bueno, nuestro cuerpo y todo lo que tenemos delante: las fachadas, las puertas, los árboles, la ropa, los trenes, las señales de tráfico…todo menos los cuadros (que se hicieron precisamente para pintar) El resultado es una saturación ocular, una contaminación visual tan agobiante que cuesta trabajo distinguir las imágenes de la realidad.
Hoy están de moda los tatuajes, y vemos por doquier personajes tatuados hasta las cejas con dibujos y textos que muy rara vez se acercan al gran arte y a la gran literatura.
Históricamente, ha habido tatuajes que imprimían carácter: el marinero con su ancla en el hombro, el “amor de madre” del legionario, el Cupido de la cabaretera... Pero el abuso del tatuaje que se está produciendo en nuestros días, no caracteriza, sino que a menudo desnaturaliza. Lejos de sumar, casi siempre resta. Tatuarse de la cabeza a los pies, como si uno estuviera envuelto para regalo, nos aleja de lo natural, de lo sincero, de lo auténtico. Y por mucho que cambien las modas, lo más bello es y será siempre lo natural. Del mismo modo que no entendemos que un león se pasee por la selva con el cuerpo de Marilyn Monroe pintado en sus lomos, nos cuesta entender que un humano tenga que llevar a todos los animales de la selva, leones y camaleones incluidos, pintados en su cuerpo.
A tal punto hemos llegado que hace poco mi tía, con la que juego al tute, me regaló un tatuaje por mi cumpleaños. Es el colmo, pensé. Ya no es que tú a ti mismo te tatúes, sino que tu tía te tatúa a ti. Tía, le dije, tuteándola, tú a ti tatúate lo que tú quieras, pero a mí déjame en paz, que yo no estoy para estos trotes. Y me gasté el dinero del tatuaje en pintar mi laringe con unos chorros de vermut rojo.