Las imperfectas leyes mundanas arrogan al hombre la facultad de condenar, en una comunidad que presenta dos códigos: uno blanco, que aplaude y celebra; y otro negro, que lava las manos y donde es extraño encontrar culpables, porque la gran mayoría lanzó sus escrúpulos hace tiempo.
El hombre busca con afán satisfacciones momentáneas, aunque para ello deba pasar por encima del otro, toma caminos equivocados, pero nunca quiere ser víctima. La lucha por el camino de la vida es difícil, cae y levanta varias veces, entre múltiples equivocaciones y esperadas conquistas que pretende.
En la ruta encuentra siempre los ojos consejeros y bondadosos de la madre, el trato y relaciones maravillosas que dejan las miradas que agobian el dolor ante el sufrimiento y se desbordan en un gesto, lágrima, abrazo o palabra, en un sentimiento solidario y de conmiseración que sensibiliza el dolor que identifica el rostro del prójimo.
Muchas veces, persiste la equivocación mundana, pero se mantiene la esperanza en la oración con fe, y está presente en la voz de las mujeres como eje estructural de la sociedad, referente, cuna de vida, porque iluminan siempre y llevan la fuerza del crecimiento personal de los hombres del futuro.
Como la vida es aprendizaje y enseñanza, se enfrentan tropiezos y caídas, hasta tomar quizás, el verdadero sendero, donde la importancia de lo que se vive está en el sabor de lo que se hace, en medio de un devastador panorama social que provoca el hombre.
Pero la equivocación humana parece desconocer límites, cuando se atropella la dignidad, ejerce dolor, y muestra en la escala sus apetitos mundanos.
Algunos encuentran procesos de cambio, rectifican acciones y las forjan como parámetros de su propia existencia. En cambio otros, solamente encuentran el camino de la verdad, luz y esperanza al final del ciclo vital con la huella de las golpes, y ya sin equipaje esperan renacer al ver cerca los destellos que arropan corazones. Unos, ni siquiera tienen tiempo de despedirse y se van con el goce de todo lo vivido, las ausencias que marcaron su existencia, y en el fondo la insatisfacción del recorrido.
Finalmente, la muerte recoge la cosecha con las consecuencias de las huellas, “cada alma es un calvario y cada pecado una cruz”, quedan las personas cercanas a los afectos y al sentimiento de quien enfrenta el dolor ante la ausencia, en la oscuridad del sufrimiento entre enseñanzas y recuerdos, donde solo Jesús ve la sinceridad del alma y las miradas solidarias se presentan en silenciosos abrazos de respeto y cariño.
En estos días santos, ojalá encontremos la bondad e inmensidad del amor, en medio de las convulsionas escenas dantescas que vivimos entre siembras de maldad, cosechas de odio y olas de violencia, la idolatría de la riqueza y las tinieblas de la mentira que han ahogado la verdad y la justicia.
Pueda ser que la Semana Santa, logre iluminar vidas y corazones con reflexiones de amor y paz.