En Occidente, especialmente en España, sufrimos una epidemia –qué digo, una plaga- de criticismo protestón y autodestructivo de nuestros valores y tradiciones al tiempo que se absorbe sin sonrojo lo foráneo por poco que tenga de exótico o afromusulmán. A esta mentalidad –quizás, más apropiadamente, enfermedad mental- algunos, para abreviar, llamamos despectivamente wokismo. Donde esté el tam-tam y el té con menta que se quiten la gaita y el cariñena en bota. Donde esté una sauna o baño turco que se quiten el río y la playa de toda la vida. Ello en nombre de la benevolencia cultural, claro está. Y si no está claro, aguantar toca. Manda güevos, Cisneros. Aun así, en todo hay clases. A Stalin se le saltaban las lágrimas leyendo a Mayakovski; a Franco, escuchando a Juanita Reina; a mí, comiendo cocochas a la gallega; al Gran Cabrón se le saltan las lágrimas de emosssión cuando se escucha hablar a sí mismo en el Parlamento. No, no es el Falcon, que también, es escucharse a sí mismo. Y que después eructe algún fan a sueldo: es el puto amo. No empece que el arcoíris emocional de los discursos del susodicho denota absoluta pobreza espiritual pues sólo es capaz de reflejar un color: el de la mala leche para con los adversarios políticos que ha travestido en enemigos personales (¡Ánimo, Alberto!). Gran Cabrón lo escribo muy conscientemente. No soy partidario de matizar en hablando de un loco que ha acabado tomándose por el puto amo. Pero tomándose verdaderamente en serio.
En su fuero interno, toda persona, yo mismo, está invadida por la duda, el remordimiento, la contradicción. Y en su desamparo debe ser respetada aunque sea Presidente del Gobierno. Pero el desdoblamiento público, mediático, políticamente sectario, prepotente e intimidatorio no merece el mínimo respeto ni consideración. En este sentido, estimo hay que renunciar al respeto debido y otros ornamentos y perifollos dialécticos e ir a la esencia argumental que no puede ser otra que humillar, zaherir y ridiculizar al Gran Cabrón y su areópago hasta desmayarlos de vergüenza. Aunque poca, sí la tienen. El Gran Cabrón, firmen lo que firmen a su mayor gloria, en El País o en manifiestos, los abajofirmantes encocados, es un enfermo mental que está acabando con lo mejor de España. Y puto, digo, y punto.
Hasta la mínima idea o impulso de mérito, esfuerzo, superación personal ha sido desterrada de España. Qué vamos a esperar de ímpetu ejemplar de un tipo que plagió una tesis de quinta regional y perjuró de cuanto prometió. El escultor Lorenzo Ghiberti trabajó durante cincuenta años para crear las puertas de entrada norte y este del Baptisterio de San Juan (Battistero di San Giovanni, Florencia). Las puertas del paraíso para Miguel-Angel, que de esas cosas algo sabia. Lo dijo Séneca: Per aspera ad astra (Sólo con dificultad se llega a las estrellas) Sin embargo, tal es el nivel del relajo y pasotismo que ha invadido España bajo la gubernatura del Gran Cabrón que, en lugar de fomentar la gran tradición perfeccionista occidental, de los más de 340.000 estudiantes que acceden anualmente al sistema universitario español, 115.000 abandonan antes de finalizar sus estudios (Fundación Conocimiento y Desarrollo, 2024). Y entre los que no abandonan sólo cuatro de cada diez estudiantes terminan la carrera sin perder curso. En conjunto estamos a la cola de la UE en STEM (acrónimo en inglés de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas). Poco le importa todo esto al Gran Cabrón enrollado en su insuperable postureo gestual. Tanto es el fervor que despierta entre los suyos, no digamos las suyas, que una diputada socialista en la Diputación de Granada, una tal Paqui, ha propuesto lo hagan «santo». Ni que estuviéramos en Haití.
Qué mal huelen los desagües y alcantarillas que transitan las zorras de babeantes colmillos carniceros al servicio del Gran Cabrón en aras de intimidar y proscribir todo pensamiento divergente, cualquier opinión sólidamente crítica y, por tanto, peligrosa ¿Existe alguna universidad en España en la que se cuestione serenamente el cambio climático, el nazifeminismo, la epidemiología al servicio de las multinacionales farmacéuticas, la perversidad de ciertos postulados sociales considerados democráticos BOE mediante, las diferencias raciales, las religiones invasoras, las guerras árabe-israelíes? No, no existe. Pero sí existen leyes represivas amparando todo ese desmadre.
Donde otrora se erigían las llameantes hogueras de la disidencia se alzan ahora las instituciones que amparan y oficializan lugares comunes volátiles pero de obligatorio cumplimiento. Son numerosos, en efecto, y desde ángulos muy distintos (islamoizquierdistas, comunistas encocados, tecnócratas globalistas, feministas depresivas, perroflautas armados, racialistas antijudíos, etc.) quienes compiten por fabricar y distribuir los supositorios, ay, de la corrección política ¿Sólo política? Bueno, que se lo pregunten a bebedores de vino y aguardientes varios, fumadores y viudos de sábado sabadete, camisa limpia y polvete (estigmatizados de puteros, los pobres) y otros peligrosos seres humanos tratados como delincuentes y perseguidos a conciencia fatwa progresista en mano. Como si estuviéramos en Irán. Todas las instituciones agavilladas en las manos pringosas de “expertos”, avales de moralistas, que actúan de nurses dando el biberón doctrinal a la chusma indocta que además debe agradecerlo y comportarse en policía de los balcones delatando al insumiso. Que soy yo. O usted. Fuck you Gran Cabrón!
Vivimos en España bajo una perversión democrática cuya ortodoxia polisémica, polimorfa y podrida resulta intranscendente, secundaria y marginal para sus urdidores coaligados. Lo crucial es que sirva a la toma de poder compartiéndolo, de aquella manera, entre amigos, paniaguados, aliados o asociados que con violento maniqueísmo ideológico pretextan defender a los oprimidos (sean mujeres de quita y pon, gatos abandonados, hombres de pon y quita, vascos, lengüecillas subvencionadas, transgéneros, bosques, osos, menas musulmanes, cormoranes, catalanes, etc…) mediante innovaciones institucionales y legales que al romper con la tradición –horresco referens- pretendidamente nos abren las puertas de la modernidad ¿Pero, la verdad, quién quiere experimentar con el comunismo del Gran Cabrón y aliados separatistas a estas alturas del curso? Sólo los suyos, los paniaguados, las feministas chutadas a prozac, los islamoizquierdistas y los separatistas. Si bien la mejor tradición, la nuestra, aconseja: los experimentos, con gaseosa. Únicamente Dalí, español de buena raza, tuvo arrestos para ridiculizar a Lenin representándolo bajo los rasgos de un arquero sodomita (El Enigma de Guillermo Tell/ L’Énigme de Guillaume Tell ) que puso de los nervios a Breton, Pontífice del surrealismo, sectario comunista como tantos otros represores de la época, a pesar de la modernidad que representó el surrealismo y su ruptura con la tradición.
En España, alicortados de altura de miras, sin voluntad de esfuerzo, sin gusto por la obra bien hecha, todo acaba convergiendo hacia un sistema endógeno de entreayuda sectaria y partidista mediante alianza de circunstancias (marxismo y surrealismo o feminismo y ciencia) e intercambio de favores que reducen la vida intelectual a carnaval insustancial y nauseabundo cual desfile del orgullo gay. Que no es, sobra decir, cuestión de liberación sexual –bienvenida sea si no es forzada y socialmente forzosa- sino pura y simplemente mal gusto y brutal atentado contra la belleza. Todo tipo de belleza, desde la indumentaria al beau geste.
Y así es, sin entrar en más detalles, la era del Gran Cabrón, iniciada hace tiempo pero ahora mismo en el cénit.