Una vez el premio Nobel Español, Camilo José Cela, conversó con un niño en California: ¿Tú qué haces? Me la paso deliberando groserías…
El Nobel luego sabría, que el chico llevaba hortalizas de un sitio a otro…(”delivering groceries”).
Digitar sobre un teclado, para los hispanos en Norteamérica, puede ser “tipiar”, y una yuca congelada, es sencillamente “frizada”, de “frozen”. El idioma español ahí va y viene entre dos culturas.
Ya en 2005 la comunidad hispanoamericana fue la minoría más numerosa de los Estados Unidos de América, después de la afroamericana, con cerca de 30 millones de pobladores en toda la nación. Esta cifra, de por sí, representó ya la densidad de un país.
Lo anterior podemos observarlo al ir por las urbes de los Estados Unidos en las que ya no es menester hablar inglés; en Chicago, la comunidad puertorriqueña ocupa un vasto sector identificado, en plena calle, por una bandera de Puerto Rico diseñada en hierro forjado. La bandera va de un extremo a otro de la avenida; los símbolos de América hispana en Nueva York no solo se han tomado esta, una de las ciudades más populosas del planeta, sino que ocupan enormes vecindarios en los que la nomenclatura tradicional ha dado paso al “spanglish” o a la mera determinación, en español: “Machito Square”, en homenaje al famoso Frank Grillo, músico cubano que revolucionó el mambo y el latin-jazz; “La Lupe Street”, otro homenaje a la excepcional bolerista discípula de Olga Guillot; “El Barrio”, o Harlem Hispano, y “Loisaida”, ese nombre que juega subliminalmente con “Loíza Aldea”, la tierra de la Bomba y la Plena, en Puerto Rico, y que denomina el área del Bajo Manhattan conocida como “Lower East Side”. Todo ello sin contar la avenida latinoamericana más larga de los Estados Unidos, Roosevelt, en el condado de Queens, Nueva York.
Los ejemplos en Los Ángeles, San Francisco, Washington, Boston, New Haven y Miami, para mencionar algunas ciudades, abundan. La América que habla español, vive plácida dentro de la América anglosajona; con su “cafetazo”, su bistec con pan, su sandwich cubano y una música que es al tiempo salsa, huayno, bachata, merengue, hip-hop, corrido de frontera, reguetón, ranchera, cumbia o vallenato.
Todo imaginé, menos encontrar en el corazón de Nueva Inglaterra, un barrio latino como el que conforma la Calle Park; como anotaba Mon Rivera, el excepcional cantante e improvisador puertorriqueño: “Qué sorpresa ya tendrán/ los rusos y americanos/ cuando lleguen a la luna/ y encuentren un barrio hispano…”
Para mí, inmigrante recién llegado, la Park fue el encuentro con muchas referencias que ya había escuchado en la música de Puerto Rico. Supe, entonces, en un mismo día, a qué se refería Jerry Rivas, el cantante del Gran Combo, cuando nombraba “gandules”, y entendí el sentido de la bomba en la voz de Ismael Rivera, el Sonero Mayor, cuando decía en su verso: “Hay mujeres lindas/ música y gandinga…” Me enteré finalmente con detalles, de dónde provenía la famosa gandinga. Amén de los cuchifritos de Héctor Lavoe y los sorullos tan celebrados por Mike Ramos, Andy Montañez y Pellín Rodríguez.
La Calle Park, antiguo asentamiento francés de inmigrantes provenientes de Quebec, la comarca francófona del Canadá, está ubicada en el sector conocido como “Frog Hollow”, o, lo que es igual en español, el “Hoyo de la Rana”. Este nombre antiguo, ha sido adaptado hoy por los puertorriqueños que habitan en la Park y sus alrededores, y el famoso “Frog Hollow” se convirtió ya en “Coquí Hollow”, en homenaje a la ranita melodiosa que sólo canta en la isla de Puerto Rico donde, como anota una melodía de los Hermanos Lebrón, “hasta las piedras cantan”.
Si alguien quiere instalarse por instantes en Santurce, Carolina o Bayamón, puede ir un poco después del medio día a la Calle Park; el bullicio de los vendedores de frutas y hortalizas, le dirá también que esto es Cayey o Lares. En el mercado popular, a plena calle, encontrará habichuelas frescas, recién arrancadas de la tierra, mangos, coco frío –con pitillo- quenepa o mamoncillo por racimos, y verá en un rincón, cerca al camión que vende empanadillas de carrucho y bacalaíto, al fotógrafo Juan Fuentes, barbiblanco y dicharachero, pelando una naranja con una navajita diestra, de la manera que solo puede hacerlo un nativo de Puerto Rico, o sea, quitándole la corteza, para después hacerle un hueco en el centro, arriba, por el polo norte. La ceremonia no está completa si Juan no les da el visto bueno y le dice al vendedor “¡oye, pero qué dulces están!”
La Park encierra en sí misma todo un microcosmo en el que América Latina está presente; es la calle donde los hispanos van a aprender a conducir automóviles, comprar un tiquete aéreo, música, reparar una vieja lavadora o un televisor, adquirir muebles nuevos, comprar la ropa de estación; sin contar la variedad de restaurantes y tiendas típicas dentro del “mall” conocido como “El Mercado”. Nadie extraña la tierra si va al “Mercado”, pues ahí, bajo un mismo techo, los caribeños pueden seleccionar todas las raíces que distinguen la gastronomía de esta parte del mundo; malanga, yautilla, yuca, ñame, batata; los colombianos van en busca de arepa, pandebono, buñuelo y “Colombiana”, y los mexicanos tienen una barra completa de tortillas, tacos, flautas y quesadillas.
La Park, en su pequeña industria, simboliza también todo el esfuerzo de la inmigración para adaptarse sin traumas a una nueva cultura, pues la variedad de productos de cada nación; adobos, raíces, dulces, condimentos, alimentos enlatados, denotan la presencia importante de consorcios de importación, y al tiempo exhiben algo del esfuerzo de pequeños empresarios hispanos dentro de los Estados Unidos, particularmente en la Costa Este.
Muchos de estos productos que se encuentran en la Calle Park, están patentados en el área de Nueva York y New Jersey, con talento latino. Para quien acaba de llegar y solo habla español, la Park es un bálsamo, pues ahí solo verá la nomenclatura de las calles en inglés; toda la Park habla y canta en español; desde el vendedor en el mostrador del “Aquí me quedo”, que saborea su café en la mañana mientras pregunta por el visto bueno a las morcillas, la ensalada de bacalao o la “habichuela colorá”.
En la Park se realizaban competencias para cantantes de la décima puertorriqueña. Estas justas tenían lugar frente al restaurante “Comerío”, y ahí se daban cita los discípulos de Ramito y de Chuíto, el de Bayamón, ídolos de Héctor Lavoe. Estos programas dominicales eran transmitidos por radio y de todos modos simbolizaban a buena parte de los inmigrantes de Puerto Rico, provenientes de las áreas campesinas de la isla. La segunda gran inmigración isleña hacia Connecticut, se dio entre 1955 y 1964, cuando la Asociación de Cultivadores de Tabaco de Sombra, la “Shade Tobacco Growers Association”, decidió contratar mano de obra en Puerto Rico, para trabajar en el Valle del Río Connecticut, conocido también como “Valle del Tabaco”; la primera inmigración se había dado, aunque no de manera tan numerosa, en 1917, cuando los Estados Unidos decidieron otorgar la ciudadanía estadounidense a los nacidos en Puerto Rico.
La mayoría de los jóvenes que recorren hoy la Calle Park, tuvieron abuelos campesinos, sembradores de tabaco, cultivadores de setas en cercanías de Willimantic, u obreros en los viveros de Meriden y las plantaciones de tomate de Cheshire; provenían mayormente de Comerío, Caguas y Cayey.