Díes irae

Segunda epístola de Pedro a los gilipollenses

Hermanos:  

Es la segunda vez, en menos de un mes, que me veo interiormente urgido por el deseo vehemente de comunicarme con vosotros. Debo preveniros. No bastó mi primera epístola, en la que anunciaba mi retiro de cinco días al desierto para meditar mi destino, y de paso el vuestro. El maligno no aceptó aquella práctica de ascetismo como señal fulminante de su rendición sino que, rehecho y pertrechado con los poderes del averno, que le son afines, vuelve a arremeter contra este apóstol de la verdad, la paz y el progreso. 

Ahora veréis designios, señales en el firmamento jurídico, milagros y portentos que os desazonarán. No los creáis. Buscan tocarme la costilla (la mía, no la de Adán) y la costilla es sagrada. A un feminista como yo no se le puede tocar la costilla. No se trata ya de desahuciar a Inés de Arrimatea (que se desahució sola) o a María Magdalena Álvarez (apartada por corrupta y por sus toscos modales) o a Leire Pajín (cuya conjunción astral Obama/Zapatero anunció la ruina del país…y de El País) No, hermanos, ahora vienen a por la mía.

¿Acaso no es lo más normal que la mujer de un presidente de Gobierno firme cartas de recomendación a empresas y que estas reciban a continuación cuantiosas ayudas? ¿Acaso puede cuestionarse la competencia como directora de cátedra de quien no es ni licenciada? ¡Pero qué clase de fango es este! Ya sabéis que yo anduve sobre las aguas del lago Tiberíades, que eran cristalinas. Esas son mis aguas, las aguas que debéis ver en mi, gilipollenses. Y no otras. Pero un contubernio Mileo masónico, una “cuidada coreografía” de ultraderechistas (Feijoos, Abascales) jueces serviles y medios falsarios, pretende que se hable de lo que no se debe hablar. “Si quieres que yo te de/ lo que no te debo dar/ el cordón de mi corpiño, mi niño, que no lo puedo cortar”. Parece que ya no respetan  ni  la copla: “Si quieres que hablen de ti/ lo que no se debe hablar/de las cartas del revuelo, mi cielo, que nunca debí firmar”. 

Nada, como si nada. Ni me quiebran ni me quiebro. Votadme el domingo, gritad con fuerza mi inocencia, dejad a mi costilla sobre mi apolíneo torso y como Pujol, como Perón y como tantos grandes hombres, quedaré limpio de pecado. ¡Cuento para ello con vosotros, gilopollenses!

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