Durante el sitio y asedio más largo de la historia, -concretamente 1425 largos e interminables días-, de la capital bosnia, Sarajevo, al parecer se organizaron, por mediación serbia, una serie de “safaris” para poder disparar desde las colinas que circundan a la ciudad a los indefensos civiles víctimas de los francotiradores en ese periodo deplorable que fue la guerra civil bosnia (1992-1996). Ya en pleno fragor de la guerra, con las espeluznantes imágenes de niños, mujeres y ancianos retorciéndose de dolor cuando eran atracados por los francotiradores con precisión certera, los que tenían suerte y no fallecían a causa del impacto fatal, pudimos ver, en unas imágenes que todavía están las redes sociales, al poeta ruso Eduard Limonov disparando un ametralladora contra los civiles bosnios al lado del máximo líder serbobosnio, el poeta-psiquiatra Radovan Karadzic, al que le expresó su admiración por su heroica gesta genocida.
Ahora otro escritor, el italiano Ezio Gavazzeni, ha sido el que ha investigado este caso del turismo criminal que llegaba los fines de semana a Sarajevo con “turistas” procedentes de Italia, Alemania, Francia y España, principalmente, aunque había también de otros países. Por lo general, según ha revelado Gavazzeni a varios medios, eran gente de extracción social alta, empresarios e incluso notarios, que se desplazaban hasta Belgrado y desde allí viajaban por vía terrestre o aérea hasta la capital desde donde los serbobosnios atacaban a Sarajevo, Pale, un villorrio de montaña donde se apostaban los francotiradores y las piezas de artillería que que disparaban sin parar a los machacados civiles bosnios. Los “turistas” pagaban entre 80.000 y 120.000 euros por pieza, siendo los niños los más cotizados y mejor pagados en esa suerte de mercado de la muerte.
Entre 1992 y 1996, en que acabó a merced de los Acuerdos de Dayton la carnicería bosnia, más 14.000 sarajevitas fueron asesinados y otros 50.000 resultaron heridos, en una guerra que todavía no ha cicatrizado las heridas entre las tres etnias convivientes, croatas, serbios y bosniomusulmanes, y en que las víctimas de la limpieza étnica fueron obligadas a convivir con sus verdugos, que hoy se pasean por las calles y plazas bosnias con absoluta impunidad y sin rastro de un verdadero arrepentimiento. Muchos de esos crímenes fueron cometidos por francotiradores serbios, pero seguramente también por muchos de esos “turistas” que se apostaban en las colinas esperando pacientemente a sus presas humanas para darles muerte, generalmente civiles, hombres, mujeres y niños, desarmados y que no constituían per se ningún peligro militar.
Aparte de las denuncias del escritor italiano, hay también otros denunciantes, tanto bosnios como extranjeros, como es el caso del escritor y activista también italiano Adriano Sofri, que en aquellos años estaba en Sarajevo y mandaba crónicas a diarios italianos. Sofri ha publicado un artículo recientemente en el que asegura que el fenómeno era “universalmente conocido”. En su artículo ha reproducido frases de textos suyos de la época en los que habla de ello, como este del 17 de mayo de 1995: “En Grbavica, donde los francotiradores chetniks [milicia serbias ultranacionalistas] y la participación venatoria internacional no se esconden, es más, son ostentadas (sus imágenes) por la televisión de Karadzic, incluso cuando el blanco son niños (objetivo más pequeño, logro mayor para el tirador), hay también un grupo griego y el notable caso de un voluntario japonés”. Sofri cuenta que este último explicó a la televisión serbobosnia que había ido a disparar a Sarajevo “por una desilusión amorosa”.
Por estos hechos, que causan pavor e indignación en Europa, pero especialmente en Bosnia y Herzegovina, cuyo dolor por la tragedia padecida todavía se recuerda aunque hayan pasado más de treinta años desde aquellos luctuosos acontecimientos, la Fiscalía de Milán ya ha abierto una investigación para determinar las responsabilidades que pudieran tener algunos ciudadanos europeos que participaron como francotiradores en el sitio de Sarajevo. Todavía no se han producido revelaciones ni nombres, pero Gavazzeni ha asegurado en una reciente entrevista al diario El Mundo que entre los participantes en los “safaris” podría haber españoles influyentes y ricos que pagaron costosas sumas por estar como francotiradores en el asedio de Sarajevo. ¿Será que cuando han pasado tres décadas largas del final de las guerras yugoslavas conoceremos los nombres de estos “turistas” y, al menos, cuando los vean publicados sufran la vergüenza y el oprobio por su deplorable comportamiento? Nunca habrá justicia para las víctimas de sus crímenes porque nunca sabremos realmente a quiénes asesinaron o dejaron malheridos, pero al menos nos quedará el castigo moral y ético de que sean señalados socialmente como personajes realmente repugnantes y abyectos. Es poco, pero al menos es algo.