Están locos estos humanos

Rey Momo

Confieso, orgulloso, que con 13 años aún mantenía la ilusión. Ciertamente, las señales -las de la razón al menos- hacía ya tiempo que empezaban a sombrerear y grisear la entelequia; mas no tanto como algunos de mis compañeros, afanados -cleptómanos de inocencias- servidores de la honorable causa de extender (especialmente en estas fechas, salvo algún rezago molar) la cruda verdad -y el desasosiego- que alguno de sus parientes ya les había confiado, como consagrado bautismo hacia el "adulterío", poniendo fin a esa pieza breve de fantasías de ratones, danzas de renos, juegos de camellos y otras chanzas, que es la infancia. Al principio, sólo eran unos pocos desgraciados, de hados marcados por el dios de la burla con padres poco creativos. Sin embargo, la curiosidad y la aptitud (con algo de actitud también) para reproducir lo nocivo innatas de los infantes, hicieron de mí, en poco tiempo, el último defensor de la herejía o, acaso (visto el fervor de algunos de los más fieles defensores del realismo-nada-mágico por sacarme de mi sacrílega creencia), el mismísimo diablo, sin abogado. Los profes asistían impávidos a estos particulares concilios, en los que se debatían los axiomas fundamentales de nuestra fe, y, si alguno intervenía, era para señalarte que ya eras mayorcito, sentenciando tácitamente que todos acabaríamos alcanzando la unidad (de eso va ahora la formación académica: disciplina, "nomotecia", función).

Puede sorprender mi denuedo por mantenerme engañado, por reafirmarme en la ficción, por escapar a la lógica… mas, ¿cómo si no corresponder a la magia? No negaré que también albergué mis dudas e interpelé (un poco) en defensa de la dogmática imperante, pero mi argumentario de suspicacias, conjeturas y sospechas se estrelló contra un muro de imaginación y espejismos, construido a base de pistas, mapas, códigos y cartas roídas, que hicieron mucho más exquisitas las búsquedas que el mejor de los regalos. Agradezco enormemente a mi padre que me explicara con tanto cariño que la honestidad (mi otro voto de infancia) es compatible con la magia, y que, si bien es brillante -no necesariamente satisfactorio- descubrir el truco, es más audaz aprender a deleitarse y asombrarse con la sencillez de la ilusión.

Hoy, que ya no creo en nada, que todo se ha desvanecido en la mentira y la miseria, que el truco es treta y el disfraz, careta, y la promesa es la trampa de un endiosado geta; hoy, que mueren tramoyistas en las guerras de unos locos insaciables de poder, que los niños piden a la estrella una familia que no volverán a ver, que los magos sortean las desdichas para llegar a fin de mes; hoy, que lo desconocido y lo diferente se erradican como el peor de los males, que perdimos los límites y las raíces en un macabro juego de azar, que vivimos tan alienados que no podemos ya reconocer la autenticidad… hoy, te digo a ti, niño, que aún conservo la ilusión, que mi apostasía es con la vida y la utopía el único marco de mi realidad, que ahora soy yo el que guarda el secreto que hará tus ojos brillar. Algún día te contaré, y portarás, el secreto de la felicidad.

¡Máscaras! Apariencia y simulación.

¡Máscaras! Mentira, falacia, traición.

¡Máscaras! Astucia, engaño, seducción.

¡Μωμος, hijo de Nox! En esta farsa alegórica que has creado, mascarada de impostores y poetas, aún sin puerta para ver mis pensamientos y emociones, yo te ofrendo la verdad inocente: ilusión.

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